Clavícula es mucho más que una comedia de dolores
La clave de Clavícula está en el cambio de clave. Clavícula
es un libro de Marta Sanz que, como nos recuerda Rodríguez Fischer, es un
tratado sobre el dolor y sus ramificaciones, dolores grandes y chicos, de
exploración médica y de auto prospección, dolores de mujer, de esposa, hija,
amiga, trabadora y escritora. Sobre todo escritora. Porque el origen de
Clavícula es un libro muy preciso a la hora de señalar los síntomas, pero
absolutamente variado en cuanto al método de expresión que utiliza para hacerlo
y así, Marta Sanz salta de un estilo a otro para moverse por las líneas de pentagramas
tan variados como la crónica, el diario o los cuentos y que pueden ser
retratos, autobiografía o un contubernio de palabras que a veces suenan raras y
otras son esa palabrota gratamente sonora. Un universo formal que la editorial
Anagrama resumió en la portada del libro mediante una clave de Sol.
El primer gran acierto de la compañía de teatro Le Plató
dTeatro es que la adaptación de Rafael Campos consiga modificar un texto
literario en clave de Sol en una dramaturgia simbolizada en clave de Fa. Un
cambio de clave que entiendo como una declaración de principios que nos habla
de la diferencia formal entre la obra literaria de Marta Sanz y su versión teatral.
La dramaturgia juega a mostrar el texto de la obra como si
se tratase de una interpretación musical, o al menos esa fue mi percepción y
así, cuando la avalancha de palabras empezó a llenar el escenario, yo las
recibía como si fuesen diferentes estilos musicales, palabras como una fuga donde
las voces se perseguían unas a otras, frases para componer un cuarteto de
cuerda donde la melodía y sus variantes pasaban de un timbre a otro hasta
componer una coda final, duetos que son conversaciones de ida y vuelta para
crear tensión entre la nota tónica y la dominante, sentarse en el muelle de la
bahía del soul, la emoción rota de la canción francesa o el rasgueo del heavy
metal. Palabras, palabras y palabras que se trabajan como si fueran las notas escritas
en un pentagrama que nos habla del dolor en clave de Fa.
Les confieso que mi primera reacción cuando los dolores empezaron
a tomar el escenario fue mantener un puntito de prevención para no reírme de
los males ajenos y eso se reflejó en un gesto serio, pero ya ven ustedes, como desde
el patio de butacas no podía hacer eso que tanto me gusta de contarle mis propios
males a quien intenta contarme pormenorizadamente sus dolores, como eso no se
puede hacer si eres el público de la función, tal vez por eso, de a poquitos,
como quien no quiere la cosa, todo el inventario de órganos cancerosos,
vísceras necrosadas y recovecos pestilentes terminó por provocarme una
deliciosa sonrisa que llegó a carcajada gracias a una enumeración de las cosas
que no debería comer siguiendo criterios médicos, sociales y mediopensionistas.
Fue la risa la que consiguió equilibrar todos mis males y demostrar que ir al
teatro es cosa buena porque, aunque curar no cura, siempre alivia, sobre todo
si la avalancha de dolores de los demás es tan apabullante que los males
propios se quedan en ná.
El excelente texto de la obra se sustenta en un gran trabajo
actoral de Carmen Marín, Marissa Nolla, Blanca Sánchez y Claudia Siba. Las
cuatro actrices compusieron una coreografía que me recordó a las mejores interpretaciones
musicales de conjunto donde la excelencia de lo individual tiene que estar
siempre al servicio de la pieza musical en su conjunto. En Clavícula
encontramos una dinámica parecida a una coral donde cada voz ocupa un lugar
exacto y predeterminado en la partitura común para que el conjunto brille en
todo su esplendor, esa es la gran virtud de esta obra que, como receta el programa
de mano, es un diario de malestares que nos ayudará a asumir el desorden de
nuestro cuerpo como un gran contenedor de intestinos, músculos y huesos tan
complejo como ese mundo exterior que tratamos de ordenar para ser capaces de
explicarnos y entendernos porque Clavícula, además de una comedia de dolores,
es un espejo en el que te vas a encontrar.
Etiquetas: Blanca Sánchez, Carmen Marín, Claudia Siba, Le Plató dTeatro, Marissa Nolla, Mas Mastral, Rafael Campos, reseña, reseña teatro, Teatro del Mercado
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