La curvatura de la córnea

24 febrero 2020

El Hombre Almohada entre la imaginación y la violencia




Teatro PezKao estrenó el 20 de febrero en el Teatro del Mercado de Zaragoza  “El Hombre Almohada” del irlandés Martin McDonagh cuya trama gira en torno a un escritor que vive en un país totalitario donde la policía lo interroga para dilucidar la relación entre los cuentos infantiles que escribe y una serie de asesinatos.
La historia parte de la premisa de lo peligroso que puede ser la literatura, o cualquier otro acto de creación, porque el Estado tiene muy difícil acotar las mentes que son capaces de crear otros espacios más allá de la gris realidad, o imaginar nuevas historias que pueden ser tan coloridas como un cerdo verde o tan truculentas como el uso incomprensible de la violencia. Historias que, con independencia de su naturaleza, se cuentan desde la belleza del lenguaje, ese lugar donde el horror se puede hacer poema. Por eso, cuando uno de los personajes sitúa la acción en un “estado totalitario” recordé la idea del sociólogo Max Weber sobre la íntima relación que se produce entre violencia y Estado porque, si bien es ser cierto que la violencia no debería ser el medio normal que usa el Estado para relacionarse con la sociedad civil, todos sabemos que el gran poder público es la exclusiva del uso de la violencia, y es precisamente ese monopolio el que le obliga a respetar los derechos inalienables del ser humano, una convicción que ,a estas alturas del siglo XXI, quizás ya no precise de una distopía para imaginar a la policía sobrepasar los límites que Weber señala al Estado.
Creo que es pertinente subrayar la apuesta valiente de Teatro Pezakao por llevar a cabo un montaje que obliga a la precisión de un cirujano a la hora de trabajar con elementos dramáticos tan sensibles como delimitar un entorno de humanidad e ingenuidad dentro de un ambiente  desolador, y que además aspira a mostrarnos la crueldad que somos capaces de desarrollar.
El inicio de la representación es claro y nítido gracias a una sencilla escenografía y una excelente iluminación, que nos sitúa de inmediato en una de esas escenas que tantas veces hemos visto en las películas donde un poli bueno y un poli malo interrogan a un sospechoso. Y a partir de aquí nos encontramos con dos planos. El excelente dibujo que Nashaat Conde hace del poli malo gracias al uso de la violencia psicológica y verbal, mientras su compañero, el poli malo, encarnado en la gran corpulencia de Javier Guzman se queda un poco desdibujado precisamente porque quizás su papel pide más dosis de violencia física para que el miedo crezca de verdad e inunde el patio de butacas. También hay que destacar el trabajo actoral de un Chavi Bruna que ilumina el segundo acto de la función con un personaje claro, diáfano al que quieres desde el primer minuto.  El papel protagonista recae en los hombros de Fran Martínez, es un trabajo difícil que no se termina de completar porque por el camino se pierde la dosificación en el tránsito de un hombre naif de cierta sensibilidad e ingenuidad infantil que se transforma a lo largo de la obra hasta enfrentarse al dilema de su responsabilidad como escritor, hijo y hermano. Tampoco ayuda al personaje la elección dramática con la que se presentan los cuentos en escena, una simple lectura o la proyección de imágenes son aspectos que aportan muy poco al desarrollo dramático, incluso al contrario, creo que restan tensión e interés, y esto es algo muy extraño en una compañía que en otras ocasiones nos ha ofrecido una excelente alquimia teatral en obras como “Nudo”, “Incómodos” o “Manipulados”
Levantar una función como “El hombre almohada” es un gran reto que te obliga a superar la dificultad de mezclar todas las contradicciones que abre la trama de un texto que contiene elementos que lo acercan a la sensibilidad de la  comedia negra, pero que pide a gritos de la veracidad suficiente para que nos atrape el horror. Teatro PezKao realiza un potente trabajo desde la honestidad  de siempre y con ese aire fresco que tan bien le viene a la escena teatral local gracias a una obra comprometida y valiente. Por eso les dediqué un cerrado y prolongado aplauso.

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