Blanco y en botella
Poner del revés el efecto Charlie Rivel
‘Blanco y en botella’. Cuando leí el título de la función
pensé en dos posibilidades que podrían desarrollar la peripecia de la función. Ildebrando
Biribó es un personaje de Emmanuel Vacca que Castrillo Ferrer llevó a escena de
una manera magistral. Partía de la pregunta… el blanco ¿qué blanco? Para
reclamar la importancia del apuntador de teatro que devuelve la memoria al
actor que la pierde. La segunda parecía más evidente. Blanco y en botella es una
expresión coloquial para decir que algo es muy obvio o evidente.
Estas elucubraciones se resolvieron con rapidez porque una
de las virtudes de la función es que las dos primeras escenas te ponen las
pilas para saber las reglas que rigen a lo largo de la representación.
Todo comenzó con la irrupción de Víctor Palacín en el patio
de butacas. Su voz y guitarra al estilo de las coplas de ciego eran el
preámbulo todo de lo que iba a ocurrir en escena: La entrada de la actriz
subrayaba que su personaje ejercía al mismo tiempo de madre, amante y amiga. Y
sin embargo desde el primer momento se apreciaba con nitidez el juego entre la
realidad de la ciudadana Yolanda blanco y la ficción teatral
Los elementos básicos de la actuación estaban a la vista.
Interacción con el público, ritmo de comedia, agilidad en la prosodia y
acciones dinámicas. El carrusel de personajes empezó por una payasa que se
ganan el jornal con la BBC de bodas, bautizo y comuniones. En este caso era el
cumpleaños de una criatura y todos los alicates de sus amiguitos. Y entonces,
cuando creía que había comprendido el código de la función ocurrió la sorpresa.
Fue un efecto suave y elegante. Una ligera transformación de la iluminación
para dejar notar que felicidad impostada de la payasa se diluía en la
personalidad de la actriz que la contenía y así, detrás de las frases
estimulantes que surgían de la nariz roja, se advertía con dramática nitidez una
tristeza insondable que pertenecía exclusivamente a la actriz (o al personaje,
vaya usted a saber)
El efecto emocional me llevó a pensar en Charly Rivel. “El
payaso pasa por los mismos sufrimientos y las mismas penas que el resto de la
gente pero no puede manifestarlo ni siquiera cuando se muere tu madre” Por eso nosotros reímos cuando Charly Rivel llora, Eso
es lo que hizo Yolanda Blanco en el escenario, mientras su personaje (o ella
misma) penaba entre las vicisitudes de la vida y los sinsabores de su profesión
de actriz el patio de butacas reía. Entonces noté como ella cogía mi mano y me
arrastró a seguirla en las peripecias por venir. Entonces me cogió de la mano
para seguirla en su aventura y entendí el título de la función.
La escenografía eran tan sencilla como unos soportes sobre
los que colgaban el vestuario de cada uno de los personajes a los que Yolanda
Blanco prestaría su cuerpo. Las patas de esos soportes nacían de unas botellas
blancas. Era evidente. La función se construía sobre dos conceptos. Los
personajes están anclados en el arquetipo que les correspondía, en ese blanco y
en botella que el público espera, comprende y disfruta, pero al mismo tiempo la
protagonista cuenta las vicisitudes de una vida que siempre se mezcla con la
ficción propia del escenario, la sala de ensayos o el casting para un anuncio
absurdo. Una trenza de ficción amasada con la vida y la profesión del cómico
atado a una máxima que todos conocemos. Pase lo que pase el espectáculo debe
continuar.
La dirección de Ana García organiza con un buen criterio
todos los elementos narrativos. La música en directo consigue una textura
orgánica como el colchón que subraya con elegancia los momento álgidos. Los desplazamientos
en el espacio y la prosodia de la actriz se enriquecen gracias a la diversidad
rítmica que deja paso a silencios que nos trasladan del humor hasta ese punto
sabroso donde la melancolía se decanta en empatía con el personaje.
El trabajo actoral de Yolanda Blanco es un catálogo de
teatralidad que parte del compromiso con su profesión, y del elevado grado de
honestidad que necesita la propuesta para que de verdad golpeé al espectador. La
verosimilitud de todas sus acciones enriquece la pulsión autobiográfica que
sobrevuela sobre le escenario hasta el punto de quedarte prendado con el
personaje (y con ella). Ese es el gran acierto de la función, que una reacción
química exotérmica entre la actriz y el patio de butacas tenga la suficiente
energía para conseguir una ovación a rabiar cuando ella ( o su personaje) toma
la gran decisión.
Yolanda Blanco consigue el alarde de romper con una
tradición que siempre pone por delante la necesidad de mantener en pie el
espectáculo por encima de cualquier circunstancia. La función le da la vuelta
al efecto Charly Rivel con dos efectos secundarios. La tristeza del payaso por
sus fracasos se recibe en el patio de butacas, pero esta vez con la misma
intensidad emocional que la actriz (o Yolanda Blanco) rompe con la tradición de
poner por delante de cualquier otro acontecimiento que le espectáculo debe
continuar.
Producción: Hello Yoly. Texto: Yolanda Blanco y Ana García.
Dirección: Ana García. Interpretación: Yolanda Blanco. Músico: Víctor Palacín.
Espacio sonoro: Víctor Palacín y Juanko Malavirgen. Iluminación y sonido:
Guillermo Lafuente. Espacio escénico y vestuario: Raquel Poblador / Obsidiana
Atellier y Hello Yoly.
Domingo 9 de noviembre de 2025. Teatro del Mercado.
Etiquetas: Ana García, critica teatro, Hello Yoly, Teatro del Mercado, Víctor Palacín, Yolanda Blanco



0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home