Memoria histórica y recuerdo familiar
Rosa Ruíz Cebollero presentó su última obra de teatro el
pasado 22 de marzo en la librería La Pantera Rossa de Zaragoza. La autora de 'Nicolás'
confesó que el texto es el resultado de cuatro años de introspección en busca
de una voz personal que le permitiera abordar una temática familiar por la que
discurren sentimientos contradictorios y, aunque valoró abordarlo desde la
novela, el conflicto como parte central de la trama le llevó definitivamente
por el camino del teatro.
La primera pista que nos da la autora sobre la categoría del
conflicto la encontramos en una cita de 'Niebla'. En la novela de Unamuno nos
encontramos un hombre individual que al mismo tiempo es universal, un hombre de
carne y hueso situado más allá de clases y posiciones sociales, o como dice Lucíano
G. Egido, un hombre azotado por las dificultades de ver claro en la vida. ESA
niebla de la que se desea salir para vivir. Además de este aspecto filosófico,
la obra de Unamuno tiene una relación formal directa con el texto de Ruíz
Cebollero: El personaje se presente ante el autor para protestar por su destino
y exigirle la concesión de un pago. En este caso, el abuelo Nicolás exige a su
nieto el escritor que escriba el relato de su vida.
El Nicolás de Ruíz Cebollero se presenta como un hombre mucho
más joven que su nieto. Un abuelo de 47 años frente a un hombre con 65 recién
cumplidos. Esa diferencia de edad marca definitivamente el conflicto esencial
que los separa: La manera vital en la que ambos se enfrentan a la vida. Mientras
el abuelo muerto y ejecutado todavía mantiene la energía juvenil de quien lucha
por sus sueños y piensa que la supervivencia es el reto de la vida. El escritor,
Desde una madurez teñida por las dudas, tan solo aspira a ahuyentar la soledad
y paliar los fallos que tuvo con los que tanto amó.
Una vez planteado el conflicto principal toda la
conversación es un catálogo que repasa dos maneras de ver la vida. El abuelo
defiende una escritura que busque la verdad frente al miedo de quien se esconde
en la comedia aunque sabe que la mentira reina por todos los lados. El escritor
está varado en la necesidad de reflexionar y analizar, mientras el abuelo le
apremia a tomar decisiones para que nuevos rayos de luz entren en la caja que
guarda sus secretos. Un abuelo que lucha y supera los obstáculos frente a su
nieto que agacha la cabeza. La realidad palpable en la que se mueve el abuelo,
mientras al otro lado el nieto se escabulle en la retórica.
Estos debates generan un ambiente y un espacio donde
confluye la historia familiar y así, la discusión de antagonistas se convierte
en un engranaje para sincronizar dos visiones diferentes que completan el
relato hasta obtener una panorámica más real de los hechos. Esa es la comunión
que da sentido a la obra. Escuchar las historias del pasado alcanzan su
plenitud si nos ayudan a colorear el dibujo del presente y viceversa, que una
mirada actual sobre los hechos pretéritos tenga capacidad crítica para comprender
su complejidad. Ruíz Cebollero demuestra que la escritura es una buena forma de
acercarse al otro, un ejercicio de memoria histórica teñido de una mirada
humanista y, aunque es consciente de que cualquier acción tiene una posición
política, su texto huye de la polaridad ideológica con respecto al uso de la
violencia.
Dos consideraciones en cuanto a aspectos formales. La
estructura en cuatro actos resta fuerza dramática a un texto que pide continuidad,
que el tiempo real coincida con el tiempo de representación, como una cuenta
atrás que precipite la acción y que la experiencia del espectador conecte
directamente con los relatos del abuelo y del nieto, dejar en segundo término
el objetivo de plasmar las palabras en un libro, y que el centro de la trama
pivote en los relatos de vida para conectarlos con la visión del mundo que
cierra el texto y de la hablaré más adelante. La intervención de la autora a la
hora de marcar el ritmo de los parlamentos es muy destacable con la inserción de
abundantes acotaciones que indican pausa y silencio. Esta técnica puede tener
dos objetivos, detener el discurso para enfatizar
el mensaje o, como yo lo he
sentido en el caso de Ruíz Caballero, para imprimir al texto una intención rítmica
a modo de partitura musical.
Juan Mayorga le preguntó a un actor sobre la diferencia
entre 'Silencio' y 'Pausa' El actor guardó un largo silencio y contestó que
para 'Silencio' contaba mentalmente hasta tres; pero cuando leía 'Pausa',
contaba hasta cinco. Los silencios de esta obre tienen un importante peso
específico que, en una futura representación, incluso podría cambiar el tono de
la obra en función de la manera de ejecución de esas acotaciones: Si se atiende
con precisión a lo escrito quizás la sitúen en el terreno más pausado de la
reflexión, una manera de alejarla de una representación más realista que
abonara la idea de una conversación cualquiera, en la que los silencios recaen
en la libre interpretación del actor y del director de escena. Esta tensión,
afirma Mayorga, entre el silencio y la voz, basta para contradecir a quien
reduzca el teatro a su literatura.
Ruíz Cebollero sustenta el inicio del texto sobre una
pregunta esencial que, en boca del abuelo, en realidad es una cuestión que la autora
se pregunta a si misma "¿por qué sigues escribiendo?" La respuesta tiene un
notable carga de pesimismo: "Cada día la vida me regala un argumento nuevo. Estoy
harto de ver como la mentira reina por todos los lados y la verdad mendiga por
los rincones" El final de la función es un monólogo que conecta y confirma esa en
el que la percepción existencial alcanza unas cotas elevadas de desilusión: "Los
nuevos hombres y mujeres nos verán como bárbaros que se quedaron en un rincón
de la historia"
La presentación del libro tuvo un momento delicioso cuando los actores Luís Felipe Alegre y Antonio Magén tomaron el libro entre sus manos para hacer una lectura dramática del inicio de la obra. Era la mejor manera de dejar constancia de la fuerza dramática de esta obra que la autora dedica a su abuelo Nicolás.
Etiquetas: Antonio Magén, la pantera rossa, Luís Felipe Alegre, NIcolás, reseña libro, Rosa Ruíz Caballero, teatro
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