Puesta en escena: Un universo paralelo
Ilustración: @fer_zombra |
La puesta en escena es una necesidad que apareció a mitad
del siglo XIX para ordenar el
espectáculo teatral, cuando el público dejó de ser una masa homogénea y
diferenciada para cada tipo de espectáculo, y se rompió el acuerdo previo entre
espectadores y representación para utilizar el mismo código que daba sentido a
cada función.
Zola propugnó en 1881 tomar la escena con un nuevo estilo
naturalista y resumió sus propuestas en tres elementos claves que representan
el teatro: Decorado, vestuario y accesorios. La idea era abandonar los espacios
vacíos del pasado para construir un medio que, expulsando objetos falsos y
pintados, se convirtiera el eco de la vida cotidiana. Se trataba de abandonar
el romanticismo y enfocar las condiciones subjetivas y sociales del ser humano
mediante un conjunto de elementos como el atrezo, los decorados, la iluminación
o la música que se utilizan para posibilitar un medio ambiente donde los
actores evolucionen y que los personajes se muevan con la naturalidad heredada
de la novela de la época. Se trata de utilizar los avances mecánicos y técnicos
para traducir la narración de dramática en una dramaturgia escénica que tenga
en cuenta las palabras, el espacio sonoro y la escenografía.
Pilar Amorós y Paco Paricio escribieron "Titeres y titiriteros. El lenguaje de los títeres" con la intención de recoger métodos de trabajo, reflexiones, y una experiencia de 25 años pisando escenarios por todo el mundo. El segundo capítulo de ese libro es la guía que he seguido para, acercándome a la puesta en escena pensada para el ámbito de los títeres, ampliar la mirada al desarrollo de otras disciplinas de las artes escénicas, pero también a la construcción de materiales literarios, cinematográficos y del comic.
El objetivo principal es evitar el aburrimiento y lo primero
es disponer de un mensaje interiorizado, una historia que merezca ser contada,
algo concreto para comunicar que, alejado de vaguedades, se convierta en
esencia teatral mediante el manejo de un el sistema de códigos para crear un
canal de comunicación entre el público y los personajes.
El siguiente paso es técnico. Hay que definir el estilo y la
relación que el espectáculo va a tener con los espectadores con la idea de
unificar y dar coherencia a todos los elementos que van a formar parte de la
función: Diseño de los títeres, escenografía, iluminación y vestuario. El
público percibe todos estos elementos como un símbolo, como un código estético
que debe tener un desarrollo coherente, lógico y ajustado a la idea general del
montaje. Esta acotación del campo de trabajo estético, lejos de reducir los
horizontes, es una buena herramienta para encontrar soluciones brillantes que
se ajusten a los objetivos establecidos.
La imaginación del público también necesita un espacio, y en
ese camino cualquier recurso que sea simple y sencillo suele ser una idea que
termina de perfilarse en el patio de butacas: La iluminación tenue y los decorados
difusos difuminan la escenografía y contribuyen a que se active la imaginación
del público. En muchas ocasiones la austeridad suma y conecta.
Los elementos que aparecen en escena están sometidos a una
jerarquización. La categoría más importante es la del títere, seguido de la
escenografía y de los objetos que aportan verosimilitud a la historia. El juego
entre los tres elementos consiste en dotarlos de funciones narrativas que
pueden desde el protagonismo, pero también desde el rol de pasar
desapercibidos.
El armazón para contar la historia es la tradicional triada
de planteamiento, nudo y desenlace. El inicio es fundamental porque se descubre
la escenografía, o parte de ella, y define la relación entre la ficción del
escenario y la realidad que observa. Es el momento de crear expectativas con la
presentación de los personajes y, en el caso de los títeres, dejar un tiempo
para establecer un código que permita su comprensión, que el público reconozca visualmente
al muñeco, explore sus movimientos, descubra su personalidad y compruebe como se relaciona con la escenografía,
el titiritero y el entorno. En este momento se abre la puerta al mundo de la
ficción y se instala una convección con una serie de reglas que se desarrollarán
y respetarán a lo largo de toda la acción dramática.
Una buena presentación de los personajes es el mejor
preámbulo para construir mejores tramas y conflictos, mientras que personajes
endebles dificultan ese objetivo. El conflicto puede aparecer de repente o
hacerse esperar, ser un cúmulo de pequeños conflictos o uno enorme y
definitivo, también puede ser la punta de un iceberg que somos incapaces de ver
hasta que irrumpe en toda su magnitud.
La misión principal de la dramaturgia es elegir con
precisión el mejor momento para visualizar el conflicto, centrar ahí toda la
atención dramática y provocar el máximo efecto sobre el espectador. Este momento
hay que enmarcarlo con un subrayado visual, una frase demoledora o un silencio
dramático.
El teatro de títeres se caracteriza por escribir con
imágenes, y por eso es importante que los elementos visuales aparezcan al
principio de la función, sin embargo es esencial reservar alguna sorpresa para
la segunda parte, un aliciente que el
conflicto progrese, evolucione o se transforme. La inmovilidad o
presencia estática va en detrimento de la fuerza narrativa. Todo lo que no
evoluciona se muere.
El desenlace es la parte más ideológica del espectáculo y
define el punto de vista sobre la manera de abordar la vida, resume valores,
vicios y virtudes. Se puede construir desde lugares y tonos tan diferentes como
el poético, el simbólico o el naturalista. Más allá de la resolución estética es
la hora de desvelar la tesis que apoya el espectáculo ante el dilema planteado
por la función.
El reto más importante de todo este proceso creativo es
hacerlo de forma inteligente mediante la acumulación de diferentes capas de
lectura que permita diferentes lecturas según el tipo de púbico.
El planteamiento de Amorós y Paricio es una base excelente para construir un espectáculo o cualquier acción creativa. Sin embargo en manos de los autores está modificarlo, cambiarlo y ponerlo patas arriba. Al fin y al cabo, como canta Jorge Drexler: "Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener, entrar y salir de fase. Amar la trama más que el desenlace. Por ahí como en un film de Eric Rommer. Sin esperar que algo pase. Amar la trama más que el desenlace".
Etiquetas: artículo, el pollo urbano, teatro
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