La curvatura de la córnea

31 octubre 2020

Ser o no ser: Meta teatro al rescate

 


“Ser o no ser, esa es la cuestión” es la primera frase del monólogo de Hamlet que Shakespeare escribió en 1603. La frase es una referencia que todo el mundo conoce y representa la atribulación del ser humano frente a la realidad y el deseo, frente a una manera de sobrevivir o la inmediatez de morir, ese terrible momento donde nos preguntamos por el sentido y el propósito de nuestras vidas frente a todos los imposiciones que nos trae la fortuna, los terraplanistas y la Covid-19. La duda de Hamlet ha sobrevolado sobre nosotros durante más de cuatro siglos y sobre ella surfea Lucha Franceschi para escribir esta obra de teatro que, con el pretexto de presentar los Shakespeare Soliloquios Hits, nos invita a viajar al mundo interior del teatro, ese lugar donde conviven, actores, personajes y público, la Santa Trinidad de todo buen espectáculo.

La compañía El Gato Negro ya nos invitó a realizar un viaje a las tripas del teatro en su función Ildebrando Biribó, que reestrenada en el Teatro Arbolé en febrero del año pasado para celebrar el 20 aniversario de la compañía, nos mostró un recorrido arqueológico por el hecho teatral gracias a ese momento en blanco que a veces sufren los actores en escena. “Ser o no ser”, aunque también desvela las interioridades del mundo teatral, su recorrido tiene mucho más de reflexión filosófica o de diván del psicólogo porque nos muestra esa extraña relación que une al actor con su personaje sin que sepamos muy bien cuál de los dos roles es el principal a la hora de que el trabajo progrese hacía un hecho escénico potente y cautivador porque, si bien es cierto que el teatro necesita de autores que escriban las palabras y de un público que las reciba…, ¿Quién hace posible la alquimia para conectar esos dos mundos: el actor o el personaje?

La respuesta es complicada y, aunque en esta función se cuenta con la colaboración de Shakespeare, un escritor capaz de jugar las bazas del odio y el amor, la comedia y el drama, la vida y la muerte, un autor cuyas palabras crean universos que definen paradigmas y sin embargo, las palabras por si solas no son suficientes, por eso es tan importante la demostración empírica que Alberto Castrillo Ferrer realiza sobre las tablas para demostrar que la piel y el corazón de los actores determinan el devenir de las palabras escritas en los libretos, y como uno de esos actores de sartenazo y tentetieso es capaz de destrozar el mejor de los monólogos dramáticos porque la interpretación, lejos de construirse con aspavientos mecánicos y ondulaciones vocales, es un oficio de brujería que necesita adueñarse del alma de los personajes, esos seres escurridizos que viven en la mente de los autores, bueno, o quizás sea al revés, que los personajes se adueñen de los actores para servirse de ellos como un simple soporte biológico que les permita materializarse sobre un escenario, ¿quién sabe? Sin embargo, y en cualquiera de las dos suposiciones, el motor que mueve la función “Ser o no ser”, en palabras de la compañía, es “un grito por la creación sincera y personal”, porque sobre el escenario no es posible la tabla y el cartón, bajo los focos, el actor-personaje solo puede sobrevivir aceptando la búsqueda de su propia condición para regala al público en todas y cada una de las funciones. “Ser o no ser” tiene toda esta tramoya argumental detrás y sin embargo, lo que hace más grande el espectáculo, es que navega con fluidez por los mares de un humor que casi siempre es blanco pero también apunta hacia el centro del blanco con el que imaginamos a los poderosos.

La portentosa actuación de Alberto Castrillo Ferrer, celebrada con una prolongada y cerrada ovación, sostiene este universo meta teatral con fluidez y un dominio de la escena tan de verdad que, siendo conscientes de nuestra condición de público, asistimos entre risas al desfile de la vida, y quien sabe, quizás el espacio de la reflexión se encuentre en eses camino que va desde las candilejas del teatro hasta la inquietante oscuridad de la noche, y como de a poquitos nos alejamos de la relación público-actor-personaje para dejarnos atrapar por los desvelos, los miedos y las alegrías que conlleva nuestra condición de seres humanos.

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