La curvatura de la córnea

17 mayo 2020

Covid-19 y la ficción





A poco que te asomas a los medios de comunicación te encuentras con la Presidenta de la Comunidad de Madrid Díaz Ayuso clamando al cielo porque al parecer vivimos en una suerte de dictadura a la que tenemos que combatir a ritmo de beats cazuela loop. El periodista o vaya usted a saber Eduardo Inda asemeja el estado de alarma aprobado por mayoría absoluta en el parlamento con una dictadura y el afamado torero Cayetano Rivera escribe en su cuenta de Twitter que cuando la dictadura es un hecho la revolución es un derecho.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua define dictadura como un régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales. No sé qué pensará usted, improbable lector, pero yo me asomo al balcón de casa, a los medios de comunicación y a mi entorno más cercano y no consigo casar la definición del diccionario con la opinión de nuestros ínclitos compatriotas. Tal vez solo sea que, como nos recuerda Raúl Rodríguez Ferrándiz, Ayuso, Inda y Cayetano son fugitivos de la realidad y crean una ficción para convertirla en un reducto de la vida cotidiana y así, ensalzando mundos imaginarios donde representar la injusticia, la maldad y el crimen, experimentan esas experiencias como si fueran reales. Esta situación no tendría mayor importancia si nuestros protagonistas utilizaran la mentira para construir una ficción y hacer de ello un acto creativo que transformara la mentira, o la diferencia entre lo que uno dice y lo que uno piensa, en una ficción que necesita pacto entre emisor y receptor, y verosimilitud en el relato. La ficción, dice Rodríguez Ferrándiz, supone que todos estamos en el ajo, mientras que la mentira descarta al destinatario que por definición no está en el mismo ajo que el emisor de la mentira. Así que no se equivoquen, a no ser que usted esté en el mismo ajo que ellos, Ayuso, Inda y Cayetano están mintiendo.

Rodríguez Ferrándiz nos recuerda que la circulación de conspiraciones y dislates no es nueva y van desde el montaje cinematográfico de la llegada a la Luna hasta la negación de la muerte de Elvis Presley que de vez en cuando se aparece en algún Sanck Bar de carretera, sin embargo la gran novedad para nuestros días es como el entretenimiento de estas historias sensacionalistas propias de tabloides, panfletos y oportunistas se han trasladado al manistream de la información disfrazada de entretenimiento.

El autor de “Máscaras de la mentira: El nuevo desorden de la posverdad” hace hincapié en como el relato ha invadido el discurso político de manera que la descalificación como narrativa ha ocupado el lugar del argumento como retórica. De esta manera, el campo de la narrativa, las ficciones y, en el caso que nos ocupa, el de las las mentiras, terminan por identificar un bloque político que comienza siendo de uso interno para adeptos y muy cafeteros, pero que puede terminar en el exterior mediante una explosión de sentimientos cainitas y más allá de mis cazuelas todo es barbarie. Los técnicos lo llaman narrativas estratégicas pero nosotros lo podemos llamar postureo político y se trata de convertir cualquier narración en una ficción que, como tal, es inverificable. Es un mecanismo que permite contagiar cualquier evento que nos interese sobre noticias, declaraciones y modificar su ADN de realidad para disolverlo en el mundo de la narración y la ficción hasta dejar en la palestra pública lisa y llanamente: Una mentira. De esta manera los conspiranoicos tergiversan una trama contada a modo de novela hasta obtener el valor de un documento desclasificado.

A mí me da mucha pena que toda esta energía creativa y tanta imaginación distópica, en lugar de aspirar a la compañía de Orwell, Huxley o Tarantino se oriente para construir un espacio político, cuando lo que necesitamos es un espacio común donde una actitud crítica sea compatible con la responsabilidad cívica que se precisa para gestionar esta pandemia y sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales.

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