El Covid19 también levanta muros y fronteras
El 16 de marzo el Gobierno español decidió suspender
el Acuerdo de Schengen y cerrar sus fronteras terrestres para el paso de
personas, una decisión que se sincronizaba con la tomada por el Consejos de
Ministros de Sanidad e Interior europeos en una cumbre por videoconferencia en
la que se había decido restringir los viajes no esenciales a la UE durante 30
días. El objetivo de estas medidas era contener la expansión del Covid-19 y
evitar la aparición de fronteras interiores dentro de la UE. Von Der Leyer,
presidenta de la Comisión Europea, confiaba en que un bloqueo perimetral
relajaría los controles interiores, sin embargo ambos objetivos eran imposibles
de conseguir con ciudadanos europeos que ya estaban bloqueados dentro de la
propia UE y con la sensación general de un sálvese quien pueda que se vio
acentuado cuando a los primeros síntomas de desunión, se sumó la decisión de
algunos países de restringir las exportaciones hacia algunos socios de la UE,
lo que ponía en riesgo las carencias de otros y, por lo tanto, aumentaba el
riesgo de la salud de la población europea.
Aunque el artículo 28 del acuerdo de Schengen recoge la
posibilidad de regulación de las fronteras, su uso de facto, significa
suspender la libre circulación de ciudadanos entre los estados de la UE.
La idea original para la creación de una Comunidad Económica
Europea siempre ha mantenido dos polos de tensión entre quienes quieren una
Europa funcionalista que concentré la gestión por áreas específicas pero sin
que los Estados pierdan soberanía; y los que pretenden una Europa federalista
que compense la pérdida de soberanía nacional con un gobierno de instituciones supranacionales.
En esa tensión inicial, el control de fronteras interiores era uno de los
símbolos más preciados.
En marzo de 1957 se firmó el Tratado de Roma que ponía en marcha
un gran mercado único compartido por seis socios que pretendían una unión
aduanera, la libertad de circulación de personas, capitales, servicios y mercancías,
además del derecho a trabajar y residir en cualquier país miembro. Pero estas
intenciones no terminaban de materializarse porque primaban los intereses capitalistas de los
mercaderes de una Europa con un pronunciado acento funcionalista de los estados
asociados.
El Acta Única Europea entró en vigor el 1 de enero de 1987 y
supuso la primera modificación de los tratados fundacionales de las Comunidades
Europeas con la pretensión de construir el gran mercado sin fronteras
acompañado por cohesión económica y social, de investigación y tecnología y un
sistema monetario único y, dentro de este marco, supresión aduanera era la
prueba para quien sabe si iniciar el incipiente camino hacia una Europa federalista.
Sin embargo esa esperanza se veía ensombrecida por los movimientos migratorias
clandestinos, las redes de delincuentes y el terrorismo que empezaba a mostrar
sus fauces cuando la organización palestina Septiembre Negro asaltó la sede de
la delegación israelí en las Olimpiadas de Múnich de 1973, y también al
comprobar como una protesta en la primavera de 1984 en el sector del transporte
pesado colapsaba la mayor parte de las fronteras interiores de la Comunidad causando
problemas de abastecimiento y dejando en evidencia el deficiente sistema
estructural de distribución de mercancías. Todos los miedos, intereses y
aspiraciones se condensaron en la ciudad luxemburguesa de Schengen en junio de
1990 donde se diseñó un espacio sin fronteras, que se iría ampliando conforme
lo hiciera la Comunidad, y que significaba la eliminación de visados y
pasaportes, el refuerzo de controles policiales y judiciales en las fronteras
externas y la vigilancia de flujos migratorios. Se suprimían los puestos
fronterizos, se reforzaba la cooperación policial y se armonizaban las legislaciones
nacionales, El acuerdo de Schengen se incorporó al Tratado de Ámsterdam de 1995
y pasó a formar parte del acervo comunitario.
Muchos ciudadanos europeos, en una medida de extrema dureza,
están confinados en una decisión de emergencia que han adaptado muchos estados
de manera que el Covi-19 ha reavivado las fronteras y el poder del Estado
nacional frente a un enemigo microscópico que no distingue entre nacionalidades
y sin embargo, estamos comprobando que, como nos recuerda Bertrand Badie
profesor emérito del Instituto de Ciencias Políticas en París, que esta crisis ha
puesto de relieve que “no existe una palanca global para responder” y hemos
visto como países de la Unión Europea restringían la exportación de material
médico o tomaban medidas en función de criterios nacionales cuando la
repercusión del Covid-19 nada tiene que ver con las fronteras nacionales.
Esta deriva tiene el peligro de un repunte nacionalista que
termine por imponer las barreas que se habían logrado difuminar y, como afirma
Strobe Talbott vicesecretario de Estado con la Administración Clinton, tal vez
estamos a punto de ver como los instintos nacionalista y el desprecio a la
cooperación internacional se adueñan del tablero. Levantar muros entre países y
casas puede tener sentido en medio de una urgencia sanitaria pero como recuerda
el politólogo Josep Colomer, el Covid-19 ha puesto en marcha una coordinación
global entre estados, entidades regionales y locales y organizaciones no gubernamentales
que demuestran que la pandemia, como problema global, también significa
complejidad y fragmentación y que, por lo tanto, se aleja de la simplificación
que implica una idea de soberanía nacional basada en decisiones absolutas,
finales y acotadas a un espacio. Quizás tengamos que hacer caso, y nunca pensé
que esto sería posible, a Ronald Reagan cuando en 1987 dijo, en otras
circunstancias y ante otros enemigos, una frase que ahora viene bien si la
usamos pensando en el Covid-19
“Con nuestra obsesión con los antagonismos del momento,
olvidamos todo lo que une a los miembros de la humanidad. Quizá necesitemos una
amenaza exterior, universal, para reconocer nuestro vínculo común. A veces
pienso en lo rápido que desaparecerían las diferencias en el mundo si
afrontásemos una amenaza alienígena” (Ronald Reagan en 1987)
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Documentación
Gil Pecharromán, Julio. Historia de la integración europea.
Basauri. UNED. 2ª Edición 2017
Ortega, Patricia y López-Fonseca, Óscar. “España clausura fronteras
terrestres y solo dejará entrar a residentes o por fuerza mayor” El País. 14 Abr 2020 [última consulta] https://elpais.com/espana/2020-03-16/espana-restablece-las-fronteras-y-prohibe-la-entrada-a-los-no-residentes-salvo-causa-de-fuerza-mayor.html
16 Mar 2020.
Bassets Marc. “Un virus sin fronteras que reactiva el poder del
Estado” El País. 14 Abr 2020 [última consulta] https://elpais.com/internacional/2020-03-21/un-virus-sin-fronteras-que-reactiva-el-poder-del-estado.html
22 Mar 2020.
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