Covid-19 o la vida entre los muertos
Los muertos que me rodean pasaron de la vida a mis
recuerdos, por eso no voy a visitarlos al cementerio, porque mis muertos no
están allí. Ellos hicieron el tránsito del latido al reposo gracias a los
velatorios. Cuando yo era monaguillo en algunas ocasiones tuve que acompañar al
sacerdote para recoger al difunto en su casa y trasladarlo hasta la Iglesia.
Eran escenas que me emocionaron profundamente y donde reinaba la más profunda
de las tristezas que se agrandaba por el respetuoso silencio de las calles de
mi pueblo hasta terminar en agua bendita. Creo que fueron esas sensaciones
percibidas de zagal las que me condicionaron en los primeros velatorios de mis
seres queridos, porque pensaba que las honras fúnebres tenían que estar
dominadas por la tristeza, la pena y el llanto sin embargo, ante mis ojos se
producían escenas contradictorias que era incapaz de comprender. Mientras un
amigo rendía tributo junto al difunto y un familiar lloraba en desconsolada soledad,
un poco más allá se reencontraban los miembros de una antigua cuadrilla que hacía
lustros que no se veían y surgían abrazos, risas y felicidad. Me costó entenderlo
y admitirlo: Los velatorios son ese torrente de vida que viene a decirte que
llores, que las lágrimas y el respeto inunden cuerpo y recuerdos porque ahí,
justo ahí al lado sigue fluyendo el rio de la vida que no se detiene por muy
grande que sea tu dolor.
A los familiares y a los muertos por el Covid-19 les ha
faltado ese rio de vida que se forma en un velatorio y corren el riesgo de que
su dolor y su pena se hagan crónicos, que aniden en su pecho y allí permanezcan
para siempre. Pablo del Llano contaba en una crónica para El País Semanal como el
frio y la soledad penetraban hasta los huesos al contemplar la escena de un
difunto acompañado por tres familiares y como uno de ellos grababa las exequias
con un teléfono móvil, imágenes que pasarán de mano en mano y tal vez sirvan de
certificación del hecho luctuoso, pero unos fotogramas secos donde la muerte
solo es penuria y frustración nunca deberían ser el recordatorio final de una
vida.
El Covid-19 ha robado a las familias de los muertos el
importante papel del velatorio, por eso, cuando esta tragedia acabe, la
sociedad civil tendremos que desempeñar el importe papel del velatorio capaz de
regenerar la vida. Las miles de familias afectadas van a necesitar de nuestra
ayuda colectiva, de cada uno de los caudales vitales que seamos capaces de
llevar hasta la humedad de sus ojos y la aridez de su pena. Por eso sueño con
lugares de memoria bajo la sombra frondosa de unos plataneros con espacios para
sentarse y reflexionar, con vericuetos por lo que corran los gritos de los
zagales que juegan a tula un palmo, y con caminos para el lento pasear de abuelos con boina,
gayata y un vestidito estampado de florecillas sobre el verde esperanza que nos
recuerde que ellos esquivaron al Covid-19. Lugares donde los familiares y
amigos de los muertos provocados por esta pandemia puedan darse un baño de
vida, como los que yo me he dado en todos y cada uno de los velatorios de mis
muertos, esos muertos que pasaron de la vida a mis recuerdos.
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