La Tuerta o como miramos la vida pasar
La Tuerta, una producción de Nueve de Nueve Teatro, es el
estreno en la escritura y la dirección del actor Jorge Usón y, como se lee en
el programa de mano, nos encontramos antes un cuento, un esperpento poético.
El valor literario del esperpento es deformar la realidad con
la alquimia de lo grotesco para degradar personajes y valores hasta llevarlos
al ridículo. La lupa del esperpento funciona especialmente bien cuando se
aplica a los poderosos porque difumina la enjundia del cargo y desvela la
condición humana que, para regocijo del populacho, suele ser cerril y
mentecata. El cuento por su parte hace referencia a la narración de hechos que,
aunque suelen ser imaginarios, también se puede aplicar a situaciones
costumbristas o de cualquier otra índole porque su esencia es la narración, los
cuentos son para contarlos. Jorge Usón ha tomado estos elementos narrativos
para jugar en escena con la idea de que un parche en la flor de la vida puede
ser el generador de una rabia que te arruine el resto de la vida,
La representación tiene la inapelable virtud de ser estéticamente
bella gracias a un espacio escénico diáfano que, construido sobre un lienzo en
blanco, aprovecha la extraordinaria iluminación de Gómez-Cornejo y el magnífico
subrayado musical de Torsten Weber y Mariano Marín, para arropar a la figura
femenina como protagonista total de una composición inspirada en la genialidad
de Goya y Velázquez.
La Tuerta navega sobre la idea de que la rabia ante un
acontecimiento inesperado, que bien puede ser fruto del azar pero también de la
adicción juvenil hacia el amor, lo emocionantemente prohibido y lo peligroso. La
pregunta es, ¿Qué es más humano, eliminar la rabia o dejarla que gobierne
nuestras vidas para que modifique la lógica reacción humana?
Usón deposita la responsabilidad de la narración de todos
los personajes sobre un solo cuerpo que será el demiurgo que impulse la
historia en un universo literario en el que intervienen diferentes puntos de
vista y es ahí, en la elección de cómo se nos cuenta la historia, donde el
drama a veces pierde pie, en esas ocasiones donde el cuento nos deja huérfanos
de uno de los personajes, en esos diálogos donde no vemos a los dos personajes,
donde solo queda una voz y el espectador tiene que completar la escena. Es un
ejercicio arriesgado porque el cuento, si precisa de algo, es de ser contado en
su totalidad. Sin embargo, la historia alcanza sus mejores cotas cuando la
historia se desdobla en una serie de planos y contra planos en los que aparecen
todos los personajes bajo la lupa del esperpento y, al contrario de lo que
ocurre con los poderosos, el esperpento
nos deja ver toneladas de humanidad que nos llevan al perdón y la compasión
porque los personajes de Usón están ahí para que los amemos en la dualidad de
un texto que casi siempre se desarrolla con el lenguaje popular que habla de
Tinder, motos y calzoncillos, pero que de repente se eleva por destilación
poética a otros aromas mucho más literarios y menos prosaicos.
Pero, más allá de elementos técnicos o literarios, la gran
protagonista de la función es la actriz María Jáimez que lidia con la difícil
tarea de alternar la interpretación de todos los personajes a través de la voz,
la actitud y la coreografía. La actriz compone cuadros notables a lo largo de
todos los vaivenes del cuento, tanto en escenas donde la acción lo es todo,
como cuando la palabra es la protagonista de lienzo, incluso en esas pausas
donde el silencio se llena con su mirada. Durante la representación no pude dejar
de mirarla, estuve con ella, la quise y ahora la quiero aún más, sentí los
latidos de su corazón y el aliento de sus pulmones pero todo se quedó ahí, al
bordecito, al ladito de esa raya que traspasa la emoción y te rompe. Sin embargo,
cuando el oscuro final se la llevó, le dediqué el más fuerte y prolongado de
mis aplausos porque, ante un desafío como el que representa La Tuerta, la única
respuesta posible es el agradecimiento.
Vayan ustedes a ver a La Tuerta para reflexionar sobre esos
caprichos de la vida que a veces nos quita lo que más queremos o necesitamos, y
sin embargo está en nuestras manos la decisión de cómo miramos al mundo, y si
lo hacemos con un ojo, con dos o tras los cristales tintados de unas gafas que
filtren el perdón, la risa, la tristeza o el amor.
Etiquetas: Jorge Usón, María Jaímez, Nueve de Nueve Teatro, reseña teatro, Teatro del Mercado
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