Lehman Trilogy o la historia del capitalismo
La compañía Barco Pirata presentó
en el Teatro Principal de Zaragoza la obra Lehman Trilogy, una pieza original
de Stefano Massini de cinco hora de duración, a la que Sergio Peris-Mencheta ha
añadido el subtítulo de Balada para sexteto en 3 actos para confeccionar ciento
cincuenta minutos de buen teatro con dos descanso de quince minutos que ayudan
a digerir tanta información.
Lehman Trilogy es una
representación monumental gracias la consistencia de un texto que tan pronto se
acelera en un monólogo que expone conceptos económicos y sociales, como se remansa
en la repetición de frases para asentar ideas, palabras que se suman a la acción
dramática sustentada en una eficaz escenografía dispuesta como una caja de
sorpresas, un mecano para subir, bajar, entrar y salir, o dar vueltas y vueltas
bajo una iluminación sepia que nos trae aromas de añoranza, al menos hasta la
luz blanca nos avisa que ha llegado el siglo XXI. El vestuario subraya a los
120 personajes que desfilan delante de nuestras narices. Toda una maquinaria
teatral que, además de precisar un excelente equipo entre bambalinas, se pone
al servicio del magnífico trabajo de seis actores Pepe Lorente, Leo Rivera,
Víctor Clavijo, Aitor Beltrán, Darío Paso y Litus Ruiz que lo largo de tres
horas, que recitan, cantan, bailan, tocan instrumentos, ejecutan con precisión
multitud de detalles y hacen suyo el espacio escénico para que fluyan con
nitidez cada uno de los más de 120 personajes que desfilan delante de nuestras
narices en un carrusel coreográfico apoyado en pequeños matices de vestuario, atrezo
y la modificación de las voces que van de un personaje al narrador para detenerse
en una deliciosa banda sonora con canciones que van y vienen del mundo hebreo
con coros religiosos yidis o música profana klezmer, hasta un repaso a esos
sonidos anglosajones de los que hemos bebido una y mil veces desde el ragtime a
los espirituales, o del rhythm and blues a Dylan y Beatles. Lehman Trilogy es
una apabullante representación teatral que nos cuenta los 163 años de historia
que van desde el desembarco en Nueva York del primer Lehman hasta el 15 de
septiembre de 2008 cuando Lehman Brothers anuncia su bancarrota y desata la
mayor crisis financiera de la historia. Pero antes de analizar los tres
capítulos de esta función, permítanme abrir un prólogo que sirva breve
introducción capitalista.
Prólogo: Elogio del dinero
Corría la mitad del siglo XVII
cuando el filósofo John Locke defendía el concepto de propiedad como un derecho
fundamental para determinar la condición política de ciudadano, dotar al
individuo de la supremacía moral que legitima la desigualdad mediante la
acumulación de riquezas y la explotación del trabajo porque, aunque Locke
acepta que la tierra y sus frutos fueron entregados originalmente a la
humanidad en común, sin embargo convierte la propiedad en un derecho individual:
Si la tierra y sus productos fueron entregados a los hombres para su sustento y
bienestar, el trabajo es el medio para apropiárselos. Locke nos habla de una apropiación
individual que tiene una limitación pensada para los productos perecederos: No
se puede acaparar para evitar la putrefacción. Sin embargo este límite quedó
superado gracias al dinero que permitió aumentar la capacidad de producción
para, mediante la creación de mercados, vender los productos excedentarios de
la tierra y evitar su deterioro. Esta producción de excedentes para venderlos
fue el primer paso para determinar la validez a la relación salarial mediante la
cual un hombre puede adquirir legítimamente el trabajo de otro. Para Locke, el
trabajo de un hombre es tan indiscutiblemente propiedad suya que puede venderlo
libremente a cambio de un salario y así, se convierte en propiedad del
comprador, el cual queda entonces autorizado a apropiarse del producto realizado
con el trabajo del otro para venderlo.
Primera Parte: Los tres hermanos
o el comercio
Entre 1815 y 1860 más de cinco
millones de europeos emigraron a Estados Unidos, los hermanos Lehman entre
ellos. Henry, alias La Cabeza; Enmanuel, alias El Brazo y Mayer El Mediador y
el más inteligente de los tres judíos alemanes que desembarcaron en Nueva York primero
para comerciar con telas, después para comprar y vender algodón en crudo y más
tarde, por aquello de adaptarse a las desgracias, hicieron negocio adelantándose
a la propia llegada de la cosecha. Este trío que comienza la función es muy
potente, ellos tienen en sus venas el espíritu de los pioneros y por eso nos
caen bien, sus negocios van de vender más caro de lo que compran, trabajan con
productos manufacturados que llevan del punto de fabricación hasta el usuario,
son la esencia del comercio mercantil.
Segunda Parte: Padres, hijos e
intermediarios
La segunda generación Lehman
divide sus esfuerzos, mientras la verborrea de Philip se convierte en la piedra
angular de sus negocios; las preguntas y las dudas de Herbert lo llevaran hasta
la política. Philip tuvo el olfato suficiente para determinar que el negocio ya
no estaba en la compra y venta del algodón o de los bienes de equipo necesarios
para su cultivo, recogida o comercialización. El negocio del siglo XX pasaba
por olvidarse del comercio para convertirse en los intermediarios que obtienen
el dinero necesario para invertirlo en las acciones de grandes compañías que podían
construir el Canal de Panamá, unir con el ferrocarril las dos costas
norteamericanas o fabricar desde un Ford T hasta un paraguas, en realidad da
igual que es lo que se fabrica o se construye porque el valor del negocio ya no
estaba relacionado con la diferencia de precio entre la compra y la venta, el
negocio estaba en las acciones: Papeles cuyo valor estaba determinado por la
palabra sagrada del mercado de valores, un mercado donde los productos como el
carbón, el algodón y el café, o las manufacturas como las vías, los vagones o
los paraguas habían sido sustituidos por la verborrea de Wall Street capaz de
dictar el valor de las cosas. Pero el sueño se rompió en el crack de 1929, cuando la tercera generación Lehman
capeó la crisis de la pérdida de valor de las acciones lanzándose hacia el
capitalismo de guerra mundial que se prolongó en una guerra fría frente a un
enemigo inventado que aseguraba el aumento del negocio del armamento hasta
derribar la moralidad comercial de los primeros Lehman, a los que ya echamos de
menos.
Tercera Parte: El inmortal o el
infierno financiero
Bobby Lehman murió sin herederos en
1969 y con él acabó la saga familiar, por lo tanto la función abre paso a otros
personajes desalmados, anónimos, desagradables, oscos, ya no hay ni rastro de ternura,
finura o amor, la música y la melodía dejan paso al exabrupto, la palabrota, el
grito y, sin embargo, el negocio financiero es el banquete más grande jamás
imaginado gracias a que la empresa seguía siendo una de las más importantes del
país hasta que el lunes 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers se declaró
oficialmente en bancarrota tras 158 años de actividad en los Estados Unicos. Y
es en este punto donde la función dejó de ser todo lo didáctica que a mí me
gustaría, porque si hasta ese momento, la explicación de los cambios en los negocios
de los Lehman se había producido con brillantez expositiva y teatral, en este
caso, todo se queda en un claro oscuro que, si mi improbable lector me permite,
voy a recordar.
Todo comenzó durante los años
ochenta y noventa del siglo pasado cuando los gobiernos neoliberales,
encabezados por Reagan, alimentaron el mercado de hipotecas reduciendo los
requisitos para acceder al crédito y desregularizaron la industria de servicios
financieros para permitir a los bancos que intervinieran en Wall Street y, de
esta manera, se permitió que las instituciones financieras no sustentaran sus
balances en relación a los depósitos de sus ahorradores, sino que se concedían
prestamos entre sí para vender los créditos hipotecarios como valores de
mercado y, de esta manera, transferir el riesgo a quienes invertían en ellos. Los
bancos de inversión compraron grandes cantidades de estos activos que
posteriormente trocearon en pequeños paquetes y los empaquetaron en unas
cajitas muy brillantes que ocultaban su contenido tóxico para venderlos a
terceros por todo el mundo, un mecanismo fraudulento que se apoyaba en el aval
de confianza y garantía que las grandes corporaciones de calificación aportaban
a esas inversiones. El cuento de la lechera terminó de repente y todo el
capital invertido se convirtió en una gran bola de deuda que infectó el sistema
hasta provocar una crisis financiera universal de la que todavía no hemos
terminado de salir.
Epilogo
Ya he resaltado la brillantez
teatral de la obra pero, no nos engañemos, cualquier espectador que acuda a
esta función se verá abocado al gran dilema, ¿nos encontramos ante un discurso
anticapitalista, o todo lo contrario? Algunos verán una clara conexión entre
los Lehman originarios y los fondos buitres o las hipotecas basura creciendo al
calorcito de la avaricia como pilar fundamental del sistema. Sin embargo otros
espectadores subrayaran y pondrán en valor las diferencias entre el capitalismo
comercial de compra y venta, el capitalismo de intermediación para garantizar
grandes inversiones de carácter público o privado, y el neocapitalismo salvaje
y sin prejuicios que pretende transformar el consumo necesario de productos en
una especie de decisión vital que transforme al ciudadano en un consumidor alienado
por productos que vayan más allá de sus necesidades físicas o intelectuales. Pero es que esa una de las
esencias del teatro, que la representación traspase el hecho teatral para
convertirse en una máquina de lanzar preguntas, cuyas respuestas sean camino de
reflexión, y a esa tarea es a la que le invito, querido e improbable lector:
¿Usted qué piensa del capitalismo
Etiquetas: barco pirata, reseña, reseña teatro, teatro, teatro principal
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