Un hombre incompleto se pasea por la Sala Bicho
La Sala de Teatro Bicho había anunciado a través de las
redes sociales el estreno de un espectáculo a cargo de Agustín Batlle, uno de
los pioneros de la animación soviética en la Costa Dorada. Con todo el papel
vendido, y antes de que las luces de sala se apagaran, sucedió lo increíble.
Sobre el escenario, por aquellas vicisitudes del despiste y alguna cerraja mal
cerrada, apareció un amigo de Agustín que, tras regalarnos una fuente del
Renacimiento provocada por el susto inicial, y con la excusa de hacer tiempo
hasta la llegada de su amigo… empezó a contarnos historias, y claro, las
historias sobre un escenario tienden, por una cuestión puramente química, a
convertirse en teatro. Una reacción muy alejada de los monólogos y otras
lindezas, porque el teatro fetén es aquel arte de conjugar verbo y movimiento.
Y el amigo de Agustín, para sorpresa de todo el público, resultó ser el
demiurgo de un ritual que consistió en hacer reír a mandíbula batiente a todo
el personal, excepto a un señor que estaba a mi lado con una camiseta de la
selección de fútbol de Brasil y que mantuvo un rictus impertérrito durante toda
la función.
Mientras el amigo de Agustín perdía el miedo al público
recordé las palabras de José Luis Gómez en su discurso de ingreso a la Real
Academia Española (RAE), cuando subrayaba que la palabra no es el hecho que
designa, la palabra es solo evocación, una herramienta para la imaginación y
una danza interior del texto en el cuerpo. Y ahí radicó la clave de lo que vi
anoche en la Sala Bicho: El amigo de Agustín nos brindó una excepcional
modulación de las expresiones verbales como una parte inseparable de su
coreografía corporal y, gracias al manejo de ese binomio, mutó en actor de
teatro.
El hombre incompleto de Cascai Teatre se estrenó en el año
2001 y trece años después sigue cosechando carcajadas entre el público. Parece
lógico pensar que el texto, trufado con ajustados guiños locales, ha sufrido
múltiples mutaciones además de las inevitables aportaciones que surgen cada
noche desde el patio de butacas y que son perfectamente administradas desde el
escenario. Ese no puede ser el secreto de su éxito que, sin dudas, está
relacionado con el trabajo actoral que se muestra ahí, ante los ojos del
espectador con toda claridad. Algunos actores basan su triunfo en la
naturalidad que aportan al personaje. Otros actores, como es el caso, nos
muestran todos sus trucos: Los tics del personaje, un acento peculiar, grandes
gesticulaciones, verborrea sin límite, exageración, sudor, deleite, una sonrisa
de dientes blancos y esa extraña particularidad de conseguir que cualquier
chascarrillo suene gracioso. En esa tesitura el amigo de Agustín va un paso más
allá para convertirse en un payaso de traje y ademanes ridículos, en un mimo
del son, en gesticulador e imitador y, cuando te tiene atrapado por el corazón,
además de por la risa, se hace la hora de marchar, que el amigo de Agustín
tiene una cita. Pero no se preocupen, me han dicho que hoy domingo vuelve a la
Sala El Bicho: Yo no me lo perdería.
Etiquetas: Cascai Teatre, El hombre incompleto, Marcel Tomás, reseña teatro, Teatro Bicho
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