La curvatura de la córnea

01 junio 2014

Un hombre incompleto se pasea por la Sala Bicho





La Sala de Teatro Bicho había anunciado a través de las redes sociales el estreno de un espectáculo a cargo de Agustín Batlle, uno de los pioneros de la animación soviética en la Costa Dorada. Con todo el papel vendido, y antes de que las luces de sala se apagaran, sucedió lo increíble. Sobre el escenario, por aquellas vicisitudes del despiste y alguna cerraja mal cerrada, apareció un amigo de Agustín que, tras regalarnos una fuente del Renacimiento provocada por el susto inicial, y con la excusa de hacer tiempo hasta la llegada de su amigo… empezó a contarnos historias, y claro, las historias sobre un escenario tienden, por una cuestión puramente química, a convertirse en teatro. Una reacción muy alejada de los monólogos y otras lindezas, porque el teatro fetén es aquel arte de conjugar verbo y movimiento. Y el amigo de Agustín, para sorpresa de todo el público, resultó ser el demiurgo de un ritual que consistió en hacer reír a mandíbula batiente a todo el personal, excepto a un señor que estaba a mi lado con una camiseta de la selección de fútbol de Brasil y que mantuvo un rictus impertérrito durante toda la función.
Mientras el amigo de Agustín perdía el miedo al público recordé las palabras de José Luis Gómez en su discurso de ingreso a la Real Academia Española (RAE), cuando subrayaba que la palabra no es el hecho que designa, la palabra es solo evocación, una herramienta para la imaginación y una danza interior del texto en el cuerpo. Y ahí radicó la clave de lo que vi anoche en la Sala Bicho: El amigo de Agustín nos brindó una excepcional modulación de las expresiones verbales como una parte inseparable de su coreografía corporal y, gracias al manejo de ese binomio, mutó en actor de teatro.
El hombre incompleto de Cascai Teatre se estrenó en el año 2001 y trece años después sigue cosechando carcajadas entre el público. Parece lógico pensar que el texto, trufado con ajustados guiños locales, ha sufrido múltiples mutaciones además de las inevitables aportaciones que surgen cada noche desde el patio de butacas y que son perfectamente administradas desde el escenario. Ese no puede ser el secreto de su éxito que, sin dudas, está relacionado con el trabajo actoral que se muestra ahí, ante los ojos del espectador con toda claridad. Algunos actores basan su triunfo en la naturalidad que aportan al personaje. Otros actores, como es el caso, nos muestran todos sus trucos: Los tics del personaje, un acento peculiar, grandes gesticulaciones, verborrea sin límite, exageración, sudor, deleite, una sonrisa de dientes blancos y esa extraña particularidad de conseguir que cualquier chascarrillo suene gracioso. En esa tesitura el amigo de Agustín va un paso más allá para convertirse en un payaso de traje y ademanes ridículos, en un mimo del son, en gesticulador e imitador y, cuando te tiene atrapado por el corazón, además de por la risa, se hace la hora de marchar, que el amigo de Agustín tiene una cita. Pero no se preocupen, me han dicho que hoy domingo vuelve a la Sala El Bicho: Yo no me lo perdería.

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