JOY (IN PROGRESS) o la alegría del agotamiento
El Teatro del Mercado, dentro del ciclo “Sin Fronteras 2013” que organiza el
Ayuntamiento de Zaragoza, acoge una serie de conferencias en torno a la idea de
la alegría. La primera de ellas se celebró el 24 de abril y corrió a cargo de
Miguel Ángel Ortiz Albero en la palabra, Ingrid Magrinya en la danza y Gonso en
la música. Lamentablemente me fue imposible llegar a la parte perfordance del
evento y solo pude asistir al debate posterior.
Gracias a las interesantes aportaciones del público y a las explicaciones
de los artistas desde las tablas, me enteré que la esencia de la actuación
había sido mostrar como a través de la ejecución, repetición y vuelta a empezar
de una actividad se puede llegar hasta la alegría. En el caso de los presentes
esa actividad pasaba por el tamiz de la verdad, no se trataba de hacer el
teatrillo de sentirse agotados, no, la esencia era mostrar desde la verdad el
agotamiento de leer textos, interpretar música al piano y bailar y bailar y bailar
hasta la extenuación para, quizás desde ahí, comenzar a crear de verdad.
El gran Cifu contaba hace unos días en Radio 3 como Thelonius Monk estuvo
preparando una serie conciertos durante varios días seguidos sin ver la cama
hasta que, durante la primera actuación se quedó literalmente dormido sobre el
piano y se tuvo que suspender la actuación. Los recitales se reanudaron al día
siguiente y Monk, bien dormidito (ustedes ya se lo imaginan) estuvo sublime.
Desde luego la primera premisa para esta teoría del agotamiento sería
realizar una actividad creativa. Recuerdo mi temporada como trabajador de una
cadena de montajes de lavadoras en la que desarrollaba una actividad repetitiva
y constante hasta el agotamiento, más que físico, mental. No estuve mucho tiempo
pero dudo que con el tiempo hubiera sido capaz de extraer algún resquicio
creativo de aquella actividad. Más allá de la propia experiencia personal
parece aceptable que si el agotamiento es la base para la alegría, ese
agotamiento tiene que ser creativo: El músico que repite mil veces la misma
partitura en busca de la perfección, la bailarina que rueda y rueda hasta
llegar a lo etéreo y Ortiz Albero que trota y trota sobre sus zapatillas de
color amarillo chillón en para que la inercia de la carrera le suministre
nuevas ideas. Puedo aceptar que el agotamiento es fuente de alegría, pero no lo
creo posible ni en la zanja, ni en el andamio. El agotamiento en el tajo solo
es la antesala del accidente laboral.
Avanzado el debate se suscitó la relación de la alegría con la infancia y
claro, si aparece la infancia tenemos que hablar de educación. Ortiz Albero
recordó sus tiempos de escolar en un colegio de curas en el que la pedagogía
pasaba por machacar y machacar hasta el agotamiento y de nuevo, como en el trabajo
manual, en ese agotamiento no hay ni pizca de alegría. Entonces Magrinya
recordó que, de esa exaltación del esfuerzo sin mucho sentido hemos pasado a
todo lo contrario: Cualquiera puede ser casi cualquier cosa sin el más mínimo
esfuerzo ¿han visto ese anuncio del i phone dónde parece que interpretar música
es cosa de coser y cantar? y no, no es posible, ser músico, escritor, bailarín
y cualquier otra cosa requiere de mucho esfuerzo.
Fue entonces cuando recordé a Ted Robinson, un pedagogo norteamericano
que, frente al utilitarismo de la educación, ya saben, puesto que van a
machacarte, al menos estudia algo con lo que te puedas ganar la vida, defiende
la indagación en la creatividad para potenciar la educación. Y, si la
conectamos con el discurso de esta conferencia/perfordance, podríamos decir que
la educación basada en la creatividad y bajo la premisa del esfuerzo sería un
camino óptimo para alcanzar la alegría.
Tal vez parezca una utopía pero Ted Robinson cuenta en una de sus
conferencias (las pueden buscar en You Tube) como una amiga suya padecía los
síntomas de eso que la modernidad ha calificado de niña hiperactiva. Aquella
niña tuvo la suerte de encontrarse con una psicóloga que le abrió la puerta al
mundo del baile, la niña pasó el umbral y descubrió que los síntomas que sufría
solo eran los de una gran bailarina. Robinson cuenta que han pasado mucho años
de aquello pero que su amiga todavía está dispuesta a ensayar hasta el
cansancio, hasta la gloria de conseguir una coreografía perfecta.
Así que ya lo saben, si desean encontrar la alegría, con independencia
del oficio que les da de comer, busquen una actividad que les agote. Pueden
correr por la ribera en busca de los mil y un sonetos, tocar por bulerías el
cajón flamenco bajo los puentes o teclear hasta la extenuación el argumento del
best seller 2014, da igual, lo importante es poner un poco de creatividad en
sus vidas.
Etiquetas: Gonso, Ingrid Magrinya, Miguel Ángel Ortiz Albero, reseña evento, Sin Fronteras 2013, Teatro del Mercado
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home