Tranvía Teatro regresa a casa con El Hospital de los Podridos y otros entremeses para el siglo XXI
El teatro como hecho comercial, centro
de ocio y maquinaria de entretenimiento nació en España en el siglo XVII. El
corral de comedias fue el lugar dónde se celebraba el ritual y el autor
dramático era el encargado de rellenar las horas que iban desde las dos de la
tarde hasta la puesta del sol. Los espectadores estaban dispuestos a pasar por
taquilla para que les entretuvieran con historias nuevas, así que las comedias
solían tener poca vida en los escenarios como nos recuerda Tirso de Molina: “La
que más duración goza, en la corte, quince días, y en los demás pueblos de tres
a cuatro, quedando al tercer año sepultado sus cuadernos en legajos”
Con esta cadencia en la creación es
fácil imaginar la inevitable irregularidad en la calidad de las obras, aunque
autores como Lope fueran reclamo suficiente para que el espectador acudiera en
masa previo paso por taquilla y exigir, como afirma José María Díez Borque, un
espectáculo totalizador caracterizado por el horror al vacío. En ese gusto por
tener al espectador entretenido se generalizó rellenar el interludio entre los
tres actos en los que se dividía una obra dramática.
La compañía zaragozana Tranvía
Teatro ha tenido el buen gusto de
espigar algunas de esas obras escritas Quevedo, Lope de Vega, Cervantes,
Quiñones de Benavente, Bernardo de Quirós y otros autores anónimos del siglo
XVII para confeccionar una deliciosa selección que sorprende por la vigencia de
la preocupación popular por la belleza, las pillerías por alcanzar el amor o la
querencia de políticos, banqueros y leguleyos hacía los dineros públicos. Para
contarnos esas peripecias se acude al entremés, pieza breve de carácter
divertido sobre hidalgos pobres, casamientos, murmuraciones y cualquier
situación ridícula. Jácaras de origen poético más que dramático para
representar pendejadas de pícaros. Mojigangas para hacer risas con lo grotesco.
Sin olvidarnos de las loas que ejercen de prólogo, llaman la atención del
público y fijan el interés en las tablas, allí dónde Los cómicos de la legua
detienen la representación y se nos presentan tan reales y cercanos como el
queso para la panza, y el vino para el gaznate, un remanso para compartir
viandas entre chascarrillos, adivinanzas y refranes.
La representación transcurre dinámica
gracias al interesante juego escénico sustentado en elementos básicos como el
ajetreo de una puerta, un taburete y unos actores bregados en el oficio,
felices sobre el tablado, encantados con tantos jaques, puntillas y otros
sucesos. Ese es el secreto final del guiso: El magnífico trabajo actoral de
Jesús Bernal, Carmen Marín, Gema Cruz y Miguel Pardo que tan pronto juegan con máscaras
y Comedia dell´ Arte, como saltan a la farsa en ortodoxa representación del
gesto cuanto más grande mejor o se muestran naturales. La energía en la
construcción corporal de los personajes no les impide un espléndido fraseo,
claro en la dicción y rítmico en la rima, una pulcritud que el texto y el
público agradecen para olvidar reparos modernos a los versos de antaño, da
gusto ver como las palabras del XVII resucitan lozanas a la luz de las candilejas
del XXI.
La variedad en los textos y las
situaciones, el buen gusto en la cocina de la dirección, el sencillo aderezo de
luces, escenografía y vestuario, además del perfecto emplatado de los actores
conforman una magnífica fiesta del teatro.
Publicado en nº 134 de El Pollo Urbano
Publicado en nº 134 de El Pollo Urbano
Etiquetas: Carmen Marín, Cristina Yañez, critica teatro, Gema Cruz, Jesús Bernal, Miguel Pardo, Teatro de la Estación, Tranvía Teatro
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