La curvatura de la córnea

24 agosto 2009

Malas Influencias


Hice la pregunta con el tono de lo rutinario, sin embargo, la cara de mi amiga cambió por completo. Pensé que había metido la pata. Busqué una solución rápida para sacarla. No hizo falta. Mi amiga lloraba lágrimas diminutas. Una muesca en la valla pétrea de su personalidad. Siempre admiré su capacidad de estar ahí, de no esconderse, de dar la cara, pase lo que pase hacia delante, con pundonor, sin falsedades, con los latidos desbocados del corazón, ahí lo tienes, si te gusta lo coges, si no, aire. Amor para los suyos y a los alcahuetes que les den.
No estaba preparado para ser testigo de un gesto que la engrandece hasta lo estratosférico: La flaqueza de una madre, el runrún de la autoinculpación que no deja dormir, las preguntas mil veces repetidas, la búsqueda enfermiza del lugar donde se produjo el error, la decisión equivocada. Una ruta que es imposible dibujar porque… ¿Cómo explicarle que son las propias decisiones las que marcan el rumbo? Cada uno de nosotros es el principal responsable de la dirección que toman nuestras vidas, es cierto que hay miles de condicionantes y uno de ellos son las malas compañías, pero esas piedras en el camino no justifican todos nuestros errores.
Han pasado unos días desde esa conversación y me siento fatal. Recuerdo mi voz impostada, repartiendo soluciones con la solvencia de quien ha leído los consejos couche que publican los suplementos dominicales, ¿qué coño se yo del sufrimiento ante los despropósitos de un hijo? Menuda estupidez la de cantar los lugares comunes del “tú has hecho todo lo que has podido, lo peor es autoinculparte, racionaliza la situación porque si no caerás en sus fauces, no acapares toda la responsabilidad” Y ella, con la dignidad circulando por la venas, sufría. El dolor fue efímero a mis ojos. Mi amiga cerró el pequeño agujero por el que se escapaba sus preocupaciones y a otra cosa mariposa.
Me caí del guindo cuando llegué a casa después de una hora de conducción: Mi amiga no necesitaba sabiduría pret â porte ni psicología de baratillo, si quería ayudarla sólo tenía que darle un abrazo, el contacto osmótico y silencioso que hubiese permitido un traspaso masivo del todo el cariño que ella necesita en estos momentos donde la vida, y no es la primera vez, la pone a prueba.
Entonces recordé que aún tenía en la lista de espera el libro de Sergio del Molino titulado “Malas influencias”. Me abalancé sobre él con la esperanza de encontrar ejemplos para enseñarle a mi amiga, argumentos sólidos para defender que las compañías de dudoso gusto nos afectan a casi todos en mayor o menor medida. Ya ven mi capacidad mental… estaba a punto de reincidir en el error de buscar en los libros las respuestas que sólo se alojan en el corazón.
Comencé la lectura por los tres relatos que contenían en su título la expresión “Malas influencias”. Una poeta planifica su suicidio en la página 43. Recordé la entrevista que Miguel Mena hizo al autor en Radio Zaragoza durante la fase de promoción del libro. En aquella entrevista quedó claro que la protagonista de la historia se había suicidado metiendo la cabeza en el horno, una opción que entonces me pareció un exceso gastronómico y que ahora, tras leer la historia, no me lo parece tanto.
Salté hasta la página 81 para aterrizar en la Calle Velarde (otra mala influencia). Me costó mucho comenzar este capítulo donde se cuenta la historia de una vieja gloria de las letras que nunca estribó una línea. Encontrarme a Velarde solito, aunque sea bajo la gloria de una calle, me produjo desasosiego. El héroe de la resistencia contra la invasión francesa siempre ha estado acompañado en mi memoria musical por Daoiz y la marcialidad del himno de artillería.
Más malas influencias en la página 107. Un loquero escocés que los finos llaman psiquiatra sale de la cárcel, una condena porque no le gusta recetar pastillas mientras apura la botella de Jack Daniel´s
A partir de entonces lecturas a salto de mata por diversos de lugares, multitud de personajes y todo tipo de longitudes en los relatos, una variedad que se unifica bajo la pulsión fresca que contiene la escritura de Sergio del Molino, un periodista bregado en la crónica que sabe medir los tiempos y los ritmos de las historias, acostumbrado a pulir el material para que todo lo expuesto sea comestible, demuestra que las distancias cortas no tienen secretos para su pulso narrativo.
Sylvia Plath, el último bohemio, el Doctor Chase, una guerra que, como todas las guerras, esta poblada de héroes y traidores — como si existiera diferencia entre ambas categorías — , la eclosión de la masturbación y la mirada de un niño hipnotizado por las putas más feas de la ciudad son algunos de los protagonistas de “Malas influencias”, un libro poblado de supervivientes, literatura impregnada de la realidad y sus frustraciones, una colección de historias construidas sobre la delgada línea que separa la normalidad de lo correcto y el incomprensible ascendiente de las malas influencias.

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2 Comments:

At 24 agosto, 2009 08:02, Anonymous S. del Molino said...

Muchísimas gracias, amiguete. Aunque para mí Velarde no va acompañado de fanfarrias. Es sólo una calle de Malasaña -muchas en el barrio, presidido por la plaza del 2 de Mayo, tienen nombres de héroes de la independencia-. La misma en la que murió Urquijo, según creo recordar, por la misma época en la que pasa la historia del cuento. Una época agridulce para mí.
Un abrazo.

 
At 24 agosto, 2009 19:11, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Sergio.

Mis primeros viajes a Madrid, allá por mitad de los ochenta, empezaban en el metro musical de Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal, y de Tribunal al dos de mayo las mejores cañas, o así las recuerdo. Todavía hoy, Madrid gana por goleada a Zaragoza en como se tira una buena caña, nos llevan años luz.

Sobre Urqujo también tengo una historia que contar pero ya no quiero escribirla. Fue durente un concierto en Huesca y ahora que el cantate ya no esta entre nosotros , la anécdota no tiene ni puñetera gracia.

Salu2 Córneos

PD. Y el miércoles un poco más ;-)

 

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