Final de la primera edición de MicroCierzo
El microteatro se hizo fuerte en la ciudad de Zaragoza en la
primera década que inauguraba el siglo. No citaré nombres para no dejarme
ninguno pero es imprescindible acudir a la figura de Santiago Meléndez como uno
de los principales impulsores de aquel movimiento que, entre la curiosidad
artística por buscar nuevos formatos y sobreponerse al 21% de IVA que el
Gobierno de entonces asignó a los productos culturales, pretendía encontrar a
un público que flaqueaba en el patio de butacas.
La explosión creativa fue un regalo para los aficionados que
disfrutamos de la mezcla entre intérpretes con experiencia y las nuevas
hornadas. Espacios clásicos como el Teatro de la Estación o el Teatro del
Mercado abrieron sus puertas a una experiencia que nació en otros ámbitos más
alternativos como las escaleras de El Extintor, un estrado en La Vía Láctea, las
venas del Teatro Bicho, cualquier recoveco en El albergue municipal, la penumbra
aterradora de La fábrica de chocolate y todo el espíritu porteño que nos trajo Gromeló.
El microteatro siguió activo a lo largo
de estos años extendiéndose por algunas cajas
de la ciudad, habitaciones de hotel y domicilios particulares.
Zaragodzilla Teatro y Teatro Bicho han organizado la primera
edición de Micro Cierzo. La intención del certamen, más allá de premios y calificaciones,
es generar ese tejido teatral tan necesario para que profesionales y público se
encuentren alrededor de una fórmula ideal para probar textos, que los actores tomen
el pulso a las tablas para afianzar interpretaciones. Unos eventos que tienen
la posibilidad de tomar el pulso a los problemas de la ciudad y convertirse en
un altavoz social alternativo mediante piezas con una duración máxima de 15
minutos. El domingo 25 de febrero se celebró la final con cuatro propuestas
frescas e interesantes.
El Salto comenzó la sesión con una propuesta valiente porque
da visibilidad a las nuevas realidades mediante una apuesta firme por la
tragedia que asola la relación entre dos mujeres que han utilizado el método
ROPA para compartir maternidad. Se trata de una fecundación in vitro con
embriones de una de ellas (madre genética) que posteriormente se transfieren al
útero de la otra mujer de la pareja (madre gestante) La complejidad de esta
toma de decisiones se ve definitivamente agravada por un accidente que pondrá
en crisis la relación de la pareja. La pieza parte con un desequilibrio de
energías entre los personajes donde las palabras y el silencio compiten en la
presentación de los personajes. El inicio es un poco dubitativo, los movimientos
son ligeros, les falta peso y transmiten inseguridad. Pero es solo un lapsus. Todo
cambia cuando el rol entre silencio y palabras cambia de bando. Es la magia
incomprensible del teatro. De repente el peso actoral está ahí y es capaz de
cortar el ambiente. Ana Cózar tira las frases con energía mientras las lágrimas
rojas de Rosa Herrero rasgan, emocionan y aún falta lo mejor. El fundido a negro final
deja el grito de una pregunta flotando en el aire y ese delicioso segundo que
el público tarda en reaccionar porque las palabras nos han golpeado en el estómago y nos
quedamos a la espera de una respuesta que no llega. Un final magnífico.
‘La Zarza triste’ fue la propuesta más arriesgada. La Zarza
vive en la frontera entre la lírica de requiebros poéticos, metáforas de luna
plateada y un abanico que quiere ser tan cañí como sus gafas. Pero a la Zarza
le pasa como al maquillaje de su cara, que no sabe muy bien qué dirección tomar.
El travesti que hace playblack, el bufón trasnochado de un after, o la reinona de
taconazo y nylon negro. Carlos Fontana juega entre una interesante dicción que va del quejío de sufrir al pellizco de reir, y un teatro físico que pide un poco
más de elaboración. Cuando la Zarza hace mutis por el foro, a uno le queda la
esperanza de que va a volver para contarnos sus días de poderío, copla y carmín.
‘Tía!’ es un sketch estupendo que juega a hablar de un amor
que no vemos y sin embargo lo tenemos delante de las narices. Dos personajes
que forman un tándem que mantiene el ritmo de la comedia gracias a la eficacia con
la que Danae de Vries y Gemma Pina construyen el rol de cada uno de sus personajes,
y esos pequeños detalles que cambian la gestualidad, las miradas y la dicción
para hacerlos tan adorables que te quedas con ganas de más.
‘A pedir de boca’ de Salvache Cultural es un ejercicio de
naturalidad y frescura. Un texto muy bien escrito y trabajado que Nashaat Conde
y Jorge Huertas se meriendan con solvencia, seguridad y ese gustillo que da la
experiencia para morcillear enlazando con la escena del grupo anterior. Lorena
Soler irrumpe en ese ambiente jovial que ya se ha establecido como contrapunto
gestual que va del mohín a la sorpresa para huir de tanta palabrería y
potenciar aún más la nota de humor. La fórmula funciona de maravilla y pide que
ese tono de comedia de salón pase del tamaño de microteatro a un formato más
extenso.
El público llenó el patio de butacas para certificar que el
formato interesa. Ahora tendremos que esperar hsata próximas ediciones con la
esperanza de que se afiancen temáticas que sigan la estela del ‘Método Roca’ y ‘La
Zarza triste’, o que además del humor siempre necesario de salón aparezcan
otras tonalidades para recoger las realidades que muestren el devenir de la
sociedad y los problemas y pulsiones propias de la ciudad. Todo sea por el
placer orgánico de aplaudir en el ágora del teatro como reunión ciudadana.
Domingo 25 de febrero de 2024. Teatro Bicho
Etiquetas: Ana Cózar, Carlos Fontana, critica teatro, Danae de Vries, El Salto, Genma Pina, Jorge Huertas, Lorena Soler, microcierzo, Nashaat Conde, Rosa Herrero, Salvache Cultural, Teatro Bicho, Zaragodzilla Teatro
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