El taller de José
Saúl era un violinista que se subió a un autobús y recorrió
los trescientos treinta kilómetros que separan Ciudad del Este de Asunción. Un
viaje como la salida del sol para evitar que su nieto José comenzara los
estudios de guitarra. El único argumento del abuelo era un regalo en forma de
violín y de la guitarra nunca más se supo.
José tenía ocho años cuando en ciento ochenta y cinco días
aprendió a leer las partituras del violín escritas en clave de Sol sin embargo,
padres y profesores decidieron que se mudara a la viola porque el número de
instrumentistas era menor frente al saturado mundo del violín. José no
comprendió muy bien los motivos de aquel cambió que le obligaba a enfrentarse a
un nuevo lenguaje de partituras cifradas en clave de Do.
José pertenece a una familia de intérpretes ligados a la
música popular, desde el violín de abuelo hasta la trompeta de su padre y de su
tío. Aquel niñito de Asunción disfrutaba con las enseñanzas de su abuelo que
dejaba las partituras de lado y le hacía tocar de oído. Que Saúl había sido un
maestro duro y exigente con sus hijos, se podía comprobar en las cartas que
enviaba a casa durante las giras, y que siempre terminaba con besos para toda
la familia menos para sus hijos Oscar y Rey, a los que solo citaba para
recordarles la máxima de los trompetistas: Escalas y notas largas.
Pero con José era diferente porque, aunque su abuelo siempre
se mantuvo estricto, también hizo gala de la paciencia que solo es posible frente
a un nieto al que se le quiere enseñar la virtud de la repetición, ese
trampolín que te lanza hasta la excelencia: Si te ha salido una vez bien, te
tiene que salir bien para siempre, lo contrario significa que no estás pensando
en la música. De esta manera José aprendió muy pronto que la repetición y el
esfuerzo mental para pulir los detalles son la base fundamental para alcanzar
una brillante carrera musical.
Los frutos no tardaron en llegar. José sólo tenía catorce
años cuando ya se ganaba un sueldo en la Orquesta Nacional de Paraguay, un salario
que hacía feliz a su madre sin embargo, la música no entiende de la condición
favorable de un funcionario público y José, animado porque su hermano vivía en
España, decidió volar desde el Aeropuerto Internacional Silvio Pettirossi hasta la orilla del Mediterráneo para ampliar sus
conocimientos musicales junto al vaivén de las olas.
José terminó el
grado profesional en Murcia y entonces conoció a Avri Levitan al que siguió
hasta Zaragoza para terminar sus estudios superiores porque el músico israelí,
además de un excelente profesor de viola, se convirtió en un faro que cambió
por completo la perspectiva que José tenía sobre la profesión del músico. La
relación entre maestro y alumno fue un paso decisivo para comprender que a la
excelencia técnica hay que sumar la conexión emocional con el público.
José me contó una
vez que el toca la viola con el mismo amor con el que trabaja un artesano: Con
el cariño necesario para prestar atención a los detalles. Pero entre artesanos
y músicos existe una diferencia esencial. Mientras aquellos trabajan en el
sosiego de su taller, el músico culmina su experiencia ante el juicio del
público, un lugar dónde no hay posibilidad de error. José, para vencer esta
fuerte presión, establece una conexión entre su alto nivel técnico y el amor
interior que profesa a la música: Desear tocar todas y cada una de las notas.
Un camino que le mostró la interprete alemana de viola Tabea Zimmermann, a la
que recuerda impregnada de una apabullante creatividad capaz de emocionar con
la interpretación de una sola nota. El objetivo de José es llegar a un grado
similar de excelencia y para ello sabe que el único camino posible para
disfrutar de la viola es trenzar un alto grado de virtuosismo con una
interpretación honesta de la música.
Aunque José ha
recorrido un largo camino, todavía se encuentra al principio de su carrera
musical. Una aventura para la que cuenta con la inspiración de su abuelo. Saúl
le recuerda cada amanecer la importancia de mantener el amor por la música y
José, anclado en esa memoria, encuentra la fuerza necesaria para seguir
adelante con el propósito de que, allá donde esté su abuelo, se sienta
orgulloso de aquel niñito de Asunción que dejó su país acompañado por una
viola.
El proyecto Musethica
ha sido un excelente aliando para alcanzar ese ideal que busca la constante
mejora en los aspectos técnicos y lo equilibra con una orientación social de la
emoción. Una experiencia educativa para comprender definitivamente que muchas
veces la mejor nota no se da en el mejor auditorio, sino en el ritmo del
corazón.
Musethica
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