La violación de Lucrecia
Análisis histórico y emocional de una
Violación
La primera referencia histórica de
Lucrecia es de Fabio Píctor alrededor del 200 a.C. Roma ha vencido a Cartago y
se encuentra en plena expansión por el Mediterráneo. Es un momento propicio
para cultivar historias míticas que afiancen este proceso histórico y los tres
siglos que han pasado desde el suicidio de Lucrecia en el año 509 a.C, con el añadido de la inexistencia
de fuentes contemporáneas, conforman el
territorio ideal para construir un relato históricamente falso que mezcla las
pasiones personales con una conjura palaciega.
Colatino está casado con Lucrecia y en el
reposo tras la batalla le habla a su primo y príncipe heredero Tarquino, sobre la
belleza y castidad de su esposa. Tarquino es incapaz de refrenar sus deseos, irrumpe
en la habitación de Lucrecia, asalta su lecho y la viola. Lucrecia se siente
impotente, arrastra la culpa de haber sido infiel a su marido y decide suicidarse.
Bruto, primo de Tarquino, aprovecha el acontecimiento para provocar una
revolución que expulsa a los Tarquinos de Roma, abolió la monarquía y la
sustituyó por una república.
Carlos de la Torre Oliva ha estudiado la
evolución del tratamiento del mito de Lucrecia en las diferentes fuentes
literarias y, desde el génesis del relato, su suicidio solo tuvo un valor
simbólico. Ella no es la protagonista, tan solo es el detonante que impulsa a
la venganza y citando a Harper-Scott, "desde el punto de vista del género, el
suicidio de Lucrecia es considerado como el resultado de la infamia de un
hombre y no del sufrimiento de una mujer. Es un hombre quien la convierte en mártir
y de nuevo, es un hombre quien la convierte en un instrumento político"
Lucrecia se suicida porque en la Roma de
su época la relación sexual entre una mujer y un hombre que no fuera su marido
era un acto de deshonra para ella que, sin tener en cuenta si era fruto de una
violación o un adulterio consentido, se transfería al marido e hijos. una
afrenta que solo podía desaparecer con la muerte de la mujer. Quinientos años
después de la tragedia mítica dos autores coetáneos se acerca a Lucrecia de
maneras muy diferentes. Tito Livio potencia el drama. Ovidio se centra en los
sentimientos.
La Lucrecia de Livio se aleja de la
condición humana para construir una heroína que, pese a desconocer los
acontecimientos políticos que siguen a su suicidio, insiste en su inocencia implorando
venganza mientras pronuncia discursos antes de su muerte. La pretensión del
autor es conseguir una perspectiva histórica para que las generaciones
Venideras encuentren un ejemplo de virtud.
Sin embargo, la Lucrecia de Ovidio es una
mujer en estado de shock que se lamenta por el honor perdido y es incapaz de contar
a su padre y a su marido el trágico acontecimiento. En lugar de una heroína que
habla de venganza, vemos a una mujer que nos muestra sus sentimientos en una
representación mucho más humana y natural.
San Agustín reinterpretó la historia de
Lucrecia para el cristianismo en el año 413 d.C con una frase que define muy
bien sus conclusiones. Si es adúltera, ¿por qué es elogiada?; si es honesta ¿por
¿Qué se suicidó? A San Agustín le preocupa el debate sobre la condición de
adultera de Lucrecia para concluir que su muerte es la prueba de su
culpabilidad, y dejarla en un callejón sin salida al convertir la culpa y el
suicidio en adulterio. Esta visión de los acontecimientos dejaba en la
desprotección más absoluta a todas las mujeres violadas porque la culpa siempre
recaería sobre ellas y su adulterio.
William Shakespeare reescribió la
Historia en 1594 en forma de poema narrativo. El dramaturgo se aleja de la
moralidad romana y de San Agustín que nos llevaban a la venganza, el honor y el
pecado, y se centra en los mundos interiores de los protagonistas. Lucrecia y
Tarquino expresan sus dudas y preocupaciones. 'La violación de Lucrecia' se
condensa de esta manera en un tema clásico que se desarrolla mediante un
despliegue de recursos retóricos y patrones rítmicos que constituyen el núcleo
arquitectónico de la historia. Harold Bloom defendía que este dominio inigualable
del lenguaje conseguía voces definidas para que los personajes históricos fueran
percibidos por el lector como personas.
Alfonso Zurro ha detectado que a todas
estas versiones literarias del mito les falta la voz íntima de una mujer. La
ficción literaria clásica no se detiene en las entrañas de una agresión sexual,
y olvida por completo la compleja reacción que sigue a una violación. Este
tiempo que transcurre entre el silencio de las dudas y el miedo hasta un grito
de rabia y denuncia. La dramaturgia parte del texto de Shakespeare y lo duplica
con una peripecia contemporánea para subrayar los huecos que le faltan al
relato y ocupar todo el espectro de sentimientos y emociones olvidadas. Dos historias
atadas por el mismo hilo rojo del dolor con el aliño de unas digresiones que
detienen la acción dramática, rompen la cuarta pared y reclaman la atención del
público. Se trata de poner el foco en el devenir histórico de un acto tan
terrible como la violación de una mujer. Una lacra que repite patrones a lo
largo del tiempo hasta plantarse delante de nuestros ojos, acota el uso de la
violencia contra la mujer y lo conecta con el análisis del historiador Julián
Casanova cuando afirma que la violación de mujeres, aunque también ocurre en
periodos de paz y en espacios civiles cotidianos, adquiere un significado
especial durante la guerra que disminuye la sensibilidad ante el sufrimiento
humano, intensifica el sentido de los hombres de derecho y superioridad hasta
aumentar la licencia social para violar de forma repetida y como espectáculo
público.
El texto de Alfonso Zurro se asocia
perfectamente con los recursos retóricos y rítmicos con los que Shakespeare
cuenta la tragedia de Lucrecia, tiene la lucidez de diseccionar las actitudes violentas
que se repiten a lo largo de la la historia de la humanidad, y sincroniza esa arquitectura
de construir los relatos con la voz de las víctimas de violación que tradicionalmente
se quedan al margen y así, las emociones de dos Lucrecias separadas por más de veinticinco
siglos de agresiones empastan en una dramaturgia donde todo lo que en el paso estuvo
acallado, ahora se constituye en el primer plano de un relato de perenne
actualidad que apela a la sociedad en su conjunto.
Alfonso Zurro toma las riendas de la
dirección para que las dos historias en el mismo relato con el añadido de una
tercera voz tengan una fluidez dramática similar a la que ya demostró en la
versión que la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla realizó de 'El Público' de
Lorca. La inteligencia dramática con la que se utiliza el espacio Escénico de Curt
Allen Wilmer y Leticia Gañán logra un gran impacto visual y estético aunando
elementos técnicos y artísticos en un ejercicio de clarividencia que fija sobre
el escenario la idea argumental mediante la sencilla la luz de una linterna, el
granate de la vida devorado por el dolor mientras el lastre del destino basura te
impide avanzar a través del espacio sonoro de Elena Córdoba que te golpea y te
raya, y te golpea y te raya incluso cuando quiere ser caricia.
La energía en la interpretación de Lorena
Ávila condensa todos estos elementos en torno a su presencia. Los pasos de su
entrada cruzan el patio de butacas dejando una fragancia de verdad que la
acompañará durante toda la representación, y que se irradia sobre el escenario
gracias a unas cuerdas vocales que bailan con el verso fluido y se desgarran
con el vértigo del grito, del acento sevillano de una actriz que discute con
Shakespeare al acento neutro y universal de una mujer que denuncia tantos
atropellos. La tensión de sus músculos transita desde la quietud que nace del
miedo hasta un aquelarre de convulsiones. La plenitud y sinceridad de su entrega
sobre el escenario se sincroniza con una contención que eleva a excepcional el
resultado de un trabajo con gran despliegue físico y emocional.
El impacto de la representación es
directo y genera una potente conexión física con el patio de butacas. Sientes
como una daga se clava en las entrañas, hiela el cuerpo y encoge el corazón
hasta dejar suspendida en el aire una pregunta. ¿Qué hacemos con el hilo de
horror rojo que ata a todas las mujeres violadas de la historia?
'La violación de Lucrecia'
Compañía: Teatro Clásico de Sevilla. Producción:
Juan Motilla. Autoría y dirección: Alfonso Zurro (ADE) (A partir del texto de
Shakespeare). Actriz: Lorena Ávila. Diseño Espacio Escénico y Vestuario: Curt
Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE). Música y Espacio Sonoro: Elena Córdoba
(Novia Pagana). Diseño Iluminación: Florencio Ortiz (AAI). Diseño gráfico:
Ángel Pantoja. Videoescena: Fernando Brea. Equipo Técnico: Tito Tenorio,
Fernando Brea, Enrique Galera, Txitxo Oliveira. Ayudante de Dirección: Verónica
Rodríguez. Realización Vestuario: Rosalía Lago. Realización Escenografía: TCS. Maquillaje
y Peluquería: Manolo Cortés. Coreografía: Isabel Vázquez. Colabora: Luis
Alberto Domínguez. Distribución: Lola Solís.
21 de Abril de 2024. Teatro de la
Estación.
Etiquetas: Alfonso Zurro, critica teatro, Curt Allen Wilmer, Elena Córdoba, Leticia Gañán, Lorena Ávila, Teatro Clásico de Sevilla, Teatro de la Estación, William Shakespeare
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