La curvatura de la córnea

04 diciembre 2022

Matilda: Un musical maravilloso con un potente mensaje

 



Ronald Dahl escribió Matilda en 1988, una novela de la que no tengo ninguna referencia. Mi acercamiento al personaje se debe a la adaptación cinematográfica dirigida por Dany De Vito en 1996, que se queda muy alejada en calidad de la excelente máquina narrativa que supone el musical realizado en 2010 por la Royal Shakespeare Company, cuya version española se representa en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid.

Matilda es un musical impecable. Narración, partitura y coreografía encajan perfectamente en una dramaturgia que incorpora otras artes escénicas en forma de narración oral y lenguaje circense. El trabajo actoral es sobresaliente y gracias a un amplio elenco, el reparto de cada función se va alternando, pero es fácil imaginar que el nivel de interpretación será muy parecido en todas los pases para conseguir números musicales tan elocuentes como el lirismo de unos columpios gigantes que nos recuerdan que cuando eres mayor siempre tienes preguntas por responder, la locura de unas habitaciones apiladas donde la noche es un no parar de cantar y bailar, o la emocionante coreografía de una revolución que pone en valor la importancia de los pupitres.

La tesis de la función es demostrar que, frente a la burricie de quienes pasan las horas muertas ante los concursos hilarantes de una televisión tóxica que anula el espíritu crítico, otro mundo es posible en el que se fusiona estudio, lectura y creatividad, tres actividades que, al contrario de lo que piensan lo zoquetes, no están reñidas con el divertimento. Matilda es la historia de la historia de una niña  aficionada a la lectura que transcurre en tres ámbitos para msotrarnos diferentes aspectos de su personalidad y de las personas que forman parte de su vida en el hogar, la escuela y la biblioteca.

La familia de Matilda es odiosa porque para ellos Matidla simplemente no existe, o tan solo es un objeto horroroso que se puede patear, insultar o vilipendiar. Sin embargo, están dibujados de una manera tan nítida y a la vez tan colorista, que nunca se terminan de perciben como los malos malotes de ponerse a temblar, más bien son una caricatura de que dan un pelín de pena porque no dejan de ser el pack garrulo de una ignorancia arrogante que más pronto que tarde les llevará a pegarse un Tozolón importante. Sin embargo, como el libreto envuelve todos esos despropósitos de ironía, vestuarios tropicales y un dinamismo chispeante en las acciones, hasta culminar con un fantástico número musical entre la madre desnortada de Matilda y un electrizante, sensual y muy gracioso profesor de bailes latinos.

La Biblioteca es para Matilda un Contendor inmenso de historias para leer y el lugar donde la bibliotecaria escucha con fervor las
historias que dictan su imaginación. Nos encontramos con unas escenas de una gran potencia teatral en las que aúnan la fuerza evocadora del relato oral, una deliciosa escenografía, y el lirismo de una acción ejecutada por unas siluetas circenses. Matilda mezcla todos esos elementos para construir un universo donde el más difícil todavía permite giros inesperados que nos llevan de las grandes dosis de amor a las lágrimas del drama, y quien sabe si a un final feliz.

La escuela es el meollo esencial de la función. Un lugar donde gobierna la maldad de una profesora mala, malísima con la autoestima muy alta, y un irremediable tendencia a deleitarse en el sufrimiento de los demás, sin embargo, como está dibujada sin un gramo de parodia y su puntito de ironía, la seguimos con mucho interés y, pese determinación para aniquilar niños, nunca se llega a odiarla. La decisión de que este papel femenino sea interpretado por un actor es un acierto mayúsculo que  permite una composición brillante del personaje, un puntazo que diría Raquel Vidales.

En la escuela ocurren cosas muy importantes. La primera tiene que ver con la formación y la evolución del conocimiento de los niños que asisten a clase, y que se convierte en todo un alegato en contra de esa corriente que está inundando el mundo occidental, que Antonio Muñoz Molina califica de "La edad de la ignorancia", y a la que hemos llegado en tres fases: 1 En un principio la ignorancia desataba el ridículo y había un intento por disimularla. 2 La ignorancia, cuando algunos líderes mundiales la mostraban sin vergüenza, comenzó a ser aceptada con indulgencia y naturalidad.3 En la actualidad la ignorancia se muestra sin complejos para convertirse en una señal de orgullo, y ahí es donde triunfan las redes sociales que la glorifican.

La segunda es que la defensa en favor dela cultura y el conocimiento deriva en que los alumnos se dan cuenta de la importancia de luchar contra la ignorancia desde el esfuerzo individual como el primer paso para obtener la conciencia colectiva que les permitirá enfrentarse al despotismo que les oprime y así, la fuerza del grupo limita la importancia de los poderes telequinésicos personales y exclusivos de Matilda que, si eran decisivos en la versión cinematográfica, ahora solo son un elemento más de la revuelta, una herramienta simbólica en la revolución que se visualiza en un emocionante número musical en el que participa todo el elenco.

Es evidente que la visión que les acabo de enunciar pertenece a la mirada de un adulto, sin embargo la grandeza de este espectáculo radica en que también está pensado para el público infantil que, con menos requiebros teóricos, se lo pasa de rechupete en un espectáculo que aúna emoción, reflexión y carcajadas para alimentar espíritus rebeldes.

 

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