Exit: No olvide su Smartphone
Demetrio se quedó colgado en el análisis del mundo de hoy
que hacía el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sobre el vértigo de nuestros
movimientos en los entornos digitales de “no-cosas”. Un espacio inabarcable en
el que terminaba rendido a las nuevas formas de entretenimiento. El Smartphone
era el dios todopoderoso de los nuevos territorios: Las salvajes redes sociales
y los mares insondables de la desinformación. Un entorno, afirmaba Byung-Chul
Han, que nos aboca a la desaparición de los rituales.
Ritual es todo aquello que se repite, una conducta
específica que se puede observar basada en una serie de reglas que muestran un
determinado comportamiento social y colectivo que no precisa un objetivo
racional. La utilidad de los ritos radica en su capacidad para producir
relaciones humanas y Durkheim distingue entre ritos profanos y religiosos
porque considera que un mismo objeto puede tener significados diferentes con
tan solo situarlo en el ámbito de lo sagrado.
Byung-Chul Han resumía su preocupación por la relación
afectiva con los objetos que ofrecen información o entretenimiento se resumía
en un par de frases: “El Smartphone es el artículo de culto de la dominación
digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así
es como mantenemos el móvil constantemente en la mano”. Demetrio hacía
malabares con aquellas frases en las que mezclaba un objeto religioso con
rituales profanos y, mientras los recuerdos de los antiguos rituales regresaban,
se quedó colgado en una pregunta ¿Estamos utilizando nuestro Smartphone para
sustituir los ritos del pasado por otros nuevos como Facebook, Spotify,
Instagram o Whatsapp?
Demetrio fue monaguillo y asistió a muchos rezos del
rosario, un ritual en forma de mantra que le producía una agradable sensación
de tranquilidad y sosiego, daba igual que los cinco misterios fueran gozosos,
gloriosos, dolorosos o luminosos porque el resultado era el mismo. Pero su
parte favorita era las letanías de la Santísima Virgen con aquella larga lista
de piropos que, cuando llegaba a “Reina de la paz”, se convertía en una señal y
abandonaba el ritual del rezo para voltear el tercer toque de las campanas que
anunciaba el inmediato comienzo de la misa.
El ritual empezaba con la espera porque, mientras la prensa
regional llegaba con puntualidad mañanera, la prensa nacional se hacía de rogar
hasta que llegaba el autobús de línea desde Zaragoza. Demetrio se acercaba al
kiosco a las cinco de la tarde compraba el periódico, lo doblaba y se daba un
paseo hasta un banco de los Jardines Florida donde leía todas las páginas de
arriba abajo hasta la hora en la que cerraba el comercio donde trabajaba su
novia. La pareja le daba a la hebra de la conversación en la que siempre había
un tiempo dedicado al ritual de viajar hasta la capital, subir las escaleras
del hall del cine Palafox y ver los estrenos de la temporada.
Demetrio gastó sus escasos ahorros cuando compró su primer
equipo estereofónico compacto en 1982, dejó atrás las grabaciones en las casetes
Orchid y comenzó con el ritual del peregrino que visitaba las tiendas de discos.
El ritual consistía en pasar largos ratos entre los miles de LP´s que transitaban
entre los dedos hasta detenerse una y otra vez ante la guapura de las portadas,
leer la información de la contraportada y decidirse por uno de todos aquellos
objetos de adoración que transportaba con delicadeza hasta depositarlo sobre el
plato para acariciar sus surcos con la punta de una aguja capaz de extraer los
sonidos que le hacía feliz.
Un aviso sonoro en el Smartphone sacó a Demetrio de sus
recuerdos. Leila Guerreiro había publicado su último artículo y pinchó la
pantalla para leerlo. Reflexionaba sobre la escritura o el ritual de tomar las
historias de otros tiempos, amasarlas con las teclas y construir una salida de
emergencia. No había que dudar, se trataba de agarrar las cosas que te rodean y utilizarlas.
Demetrio se detuvo en esa reflexión y se consoló con la idea de que su
Smartphone era precisamente eso, una salida de emergencia que le llevaba hasta
los escritores, los músicos y las fotografías de personas que eran mucho más
felices que él sin embargo, la tecnología no podía llevarlo hasta las charlas
de saliva que se habían desvanecido.
Demetrio había dejado de conversar con la gente. No era una
decisión premeditada, simplemente ocurrió y ahora, todos sus rituales
relacionados con la comunicación y la cultura se limitaban a diálogos virtuales
escritos letra a letra, aliñados con emoticonos en forma de corazón y caritas
que sonríen o carcajean cuando él hacía mucho tiempo que siempre tenía una cara
muy seria. ¿No se estaría convirtiendo en un caracol? ¿Padecería el síndrome
del nido y por eso le costaba traspasar la puerta de casa y darle a la sin
hueso en contacto orgánico? ¿Este nuevo ritual de silencio sería un efecto
secundario de la pandemia?
Las preguntas flotaban en el aire hasta que se toparon con
la conclusión de Byung-Chul Han: La pantalla estaba empobreciendo la
representación de un mundo que giraba obsesivamente a su alrededor, una nueva
tierra prometida en la que su Smartphone se había convertido en un objeto
religioso para acceder a los rituales modernos y quién sabe si el camino para
alcanzar la depresión en el mundo real.
Etiquetas: artículo
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home