Los negacionistas como síntoma
El
profesor de filosofía Germán Cano recuerda que Habermas en los años setenta ya
denunció el uso ideológico de la ciencia y la técnica y como “la deliberación
pública de la democracia estaba siendo secuestrada por tecnócratas con lenguaje
de madera” Este malestar, recuerda Cano, no ha hecho más que generalizarse
porque no basta gestionar, es necesario hacer política, representar autoridad y
conseguir que el lenguaje científico no sufra de la indiferencia que deriva en
escepticismo hasta generar cierto caldo de cultivo negacionista.
Cano
recuerda que cualquier investigación científica que sea útil, pensemos en las
vacunas, casi siempre se da por supuesto su valor de verdad, una verdad que no
solo depende de las investigaciones y de los científicos, también precisa de “una
creencia sostenida comunitariamente”, sin embargo las nuevas corrientes negacionistas
no han llegado a ese umbral de creencia, y Cano advierte que ese fenómeno se
produce en parte porque la ciencia, además de la verdad de las cosas, “necesita
un tejido comunicativo, una arquitectura vital para sostener un «hecho» que se
aleje de la irracionalidad del populismo o del partidismo político, es decir, “muchas
veces falta un sostén cultural común dispuesto a confiar en algo.” Por eso Cano
afirma que la única manera de combatir el negacionismo es mantener una conducta
que evite cualquier sospecha, y pone un ejemplo: Es complicado contrarrestar el
negacionismo colgándole etiquetas de
oscuridad, maniqueísmo y paranoia mientras los ciudadanos consumen unos medios
de comunicación obsesionados con vender inseguridad y miedo, y pone de ejemplo “la
reciente campaña contra los okupas violentos, un problema estadísticamente insignificante.”
En este
panorama Cano, subraya que la conspiración y el relato paranoico es la condensación
de una realidad que los ciudadanos perciben fragmentada, impredecible y llena
de incertidumbres. Así que el problema no estaría tanto en el diagnóstico de la
realidad, sino en una crisis de racionalidad y de confianza que a la larga tendrá
consecuencias políticas importantes. Si no lo remediamos, termina Cano, terminaremos
en un mundo receloso dividido en dos, una mezcla explosiva de orfandades
desconfiadas.
Para
evitar esa proyección negativa del mundo necesitamos volver a Habermas que, en palabras
de Guerra Palomero, defiende que necesitamos un mundo estabilizado y por eso
tenemos disposición “ a cualquier sacrificio con tal de restablecer el orden,
el sentido” La legitimización de ese mundo y de un debate que tenga sentido precisa
de una acción comunicativa donde los interlocutores compartan las mismas
experiencias “prerreflexivas” y que todas de las verdades anunciadas se
correspondan con actitudes personales de veracidad e interpersonales de
rectitud.
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