Democradura
Estefanía nos recuerda que una de las virtudes del libro “El siglo del populismo” de Rosanvallon es que trata el fenómeno populista sin el apriorismo negativo que suele acompañar al término, su intención es examinarlo como el fenómeno ideológico en ascenso que da respuestas a los conflictos contemporáneos, ya saben: desencanto democrático del personal y una desigualdad galopante y creciente entre los invisibles y los que más tienen, dos potentes focos sociales cada vez más polarizados. El populismo se alimenta de esa división y, cómo recuerda Estefanía, resulta inquietante porque es la prueba del nueve de que la política tradicional ha fracasado a la hora de conseguir que sus promesas tengan la pátina de lo atractivo y, mientras los discursos de la derecha e izquierda tradicional se mecen en la decadencia, la revolución del populismo cambia el paradigma ideológico gracias a un tratamiento sencillo (y por lo tanto atractivo) de los problemas. El populismo se mueve en torno a algunos elementos fijos: El referéndum como el destilado de la democracia directa, economía proteccionista, un panorama trufado de emociones conspirativas y el pueblo como la figura central de la democracia para, de esta manera, alejar a las clases sociales del protagonismo político, de manera que los conflictos se estructuran en torno a nuevos terrenos de género, territoriales o identitarios con una característica común: La constante distinción entre “ellos” y “nosotros” que termina por provocar un desapego de las instituciones democráticas. La consecuencia más peligrosa de esta secuencia es que, guardando las apariencias democráticas, el sistema se desliza hacía regímenes que Rosanvallon califica de “democradura” un híbrido entre democracia y dictadura que crece, en palabras de Estefanía “sin rupturas, golpes de Estado o suspensión de las instituciones
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