La curvatura de la córnea

18 mayo 2020

Guantes y mascarillas


La primavera se extrañó cuando llegó a la ciudad y solo encontró el silencio humano de quienes habían desaparecido tras los visillos de los balcones para asomar el morro y la oreja. Aunque la primavera no lo sabía, aquella presencia tan discreta se llamaba cuarentena y los pájaros, que no conocen el lenguaje de los humanos se dedicaban a trinar bajo un cielo radiante y sorprendentemente limpio. La primavera, que había los últimos lustros de su vida para adaptarse y sobrevivir entre el humo de los tubos de escape y las prisas de los transeúntes, brotó exuberante sobre las aceras, el asfalto y las azoteas. La primavera estaba feliz y lo pintó todo de verde.

La primavera muy pronto advirtió la presencia de dos nuevas criaturas urbanas: Guantes azules, blancos y negros y un sinfín de variedades de mascarillas de papel, de tela, lisas y de fantasía que se adueñaban de todos los barrios de la ciudad. La primavera, incapaz de determinar si se trataban de especies vegetales o animales, no comprendía como los cadáveres de aquellos nuevos habitantes ocupaban la sombra de los árboles, la ribera de los ríos y el asfalto negro sin que los buitres hicieran su trabajo, y tal vez por eso decidió olvidar sus observaciones y hacer lo que mejor sabía hacer. La lluvia melosa empapó la tierra hasta las entrañas y ahora, justo cuando los pasitos todavía indecisos de niños, adultos y abuelos vuelven a correr, caminar y pasear, el sol ilumina una senda de futuro al que se va por ahí, andandito con precaución y paso firme.

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