Covid-19: Teruel y Shanghái nunca han estado más cerca
La familia Zhu estaba en España disfrutando de unas
vacaciones durante el caluroso mes de agosto, se había planteado recorrer en
diez días la distancia entre Barcelona y Toledo. Un recorrido que pasaba por Albarracín
y Teruel donde se pinchó una de las ruedas del vehículo que los transportaba.
El calor en el mes de agosto en la provincia de Teruel está
muy relacionado con la altitud de la provincia que se convierte en una gran
paella a más de 900 metros de altura al nivel del mar donde los rayos del sol caen
desde el cielo para abrasar la tierra vacía.
La familia Zhu se había arremangado para cambiar la rueda
del vehículo pero no sabían muy bien cómo hacerlo y la barrera del idioma hacía
imposible la comunicación con quienes se habían parado para ayudarles que no se
manejaban ni en chino ni en inglés, pero la familia Zhu estaba de suerte.
Carmen Loureiro, una mujer vasca con apellidos gallegos,
afincada en Teruel desde 2017 y profesora en el Instituto Vega del Turia no
dudó en poner sus conocimientos del
idioma de Shakespeare al servicio de la familia Zhu para llamar a la asistencia
y hacer de intérprete con los operarios de la grúa que había acudido a
repararles en pinchazo. Pero el sol de agosto seguía ahí, porque el sol no sabe
que Teruel Existe, ni si los pinchazos son chinos o españoles y tampoco sabe nade
de tres ancianos y una niña pequeña a la
solera de un día de agosto en la España Vacia. Pero Carmen sí que lo sabe y por
eso los invitó a esperar a la sombra fresca de su hogar.
La familia Zhu cruzaron descalzos el umbral porque así lo
marca las normas de educación de su país que, es una señal de respeto, obedece
a la intención de dejar las malas vibraciones fueran en la calle y porque
caminar descalzo relaja los puntos de presión del pie y favorece la circulación
de la sangre. Carmen, que estaba un poco
azorada por la novedad de aquella costumbre y porque se iban a ensuciar los
pies, pasó este primer momento de sorpresa y les ofreció agua para refrescar
tantos calores, mientras la más pequeña de la familia Zhu enseguida se hizo con
algunos juguetes de los críos que andaban desordenados por aquí y por allá.
Una vez solucionada la avería ambas familias se hicieron un
par de fotos, intercambiaron sus direcciones de correo electrónico y se
despidieron a pie de carretera. Carmen pensó que aquella anécdota del pinchazo y
la familia Zhu descalzos en el salón de su casa se quedaría en el catálogo del
anecdotario familiar que se cuenta una y otra vez en Nochebuena o durante las cenas
en las fiestas patronales y, cuando la familia Zhu mandó un par de correos para
avisar que habían terminado bien sus vacaciones y ya estaban en casa, parecía que
ha historia ya había concluido. Pero lo que entonces nadie sabía era que el
Covid- 19 se iba a propagar con gran virulencia en España.
Cuando la familia Zhu se enteró que la pandemia había
llegado a España se preocuparon por la situación de la familia de Carmen,
volvieron a contactar con ella y le preguntaron si necesitaban algo. Carmen, cuando
leyó aquel correo, lamentó profundamente que ni siquiera había caído en la
cuenta de preguntarles por cómo les había ido a ellos con la epidemia del
Covid-19 en China.
Carmen respondió que no necesitaban nada pero, después de
consultarlo con su marido, decidieron contarles el grave problema que había en
España porque no se disponía de suficientes materiales de protección. El siguiente
mensaje de la familia Zhu fue una caja con 600 mascarillas enviadas gracias a
la empresa Tialoc Group de Shangai que pertenece a uno de los miembros de la
familia Zhu. El segundo envío llegó el cuatro de abril y Carmen, después de
ponerse en contacto con el Ayuntamiento para donarlas y recibir la callada por
respuesta, tiro de las ideas, de las manos y de los euros de sus compañeros en
el Instituto. Las primeras mascarillas las entregaron en la residencia de
Javalambre y después hicieron un fondo para pagar las tasas de aduanas y el
transporte hasta Teruel para construir una cadena solidaria que parte de
Shanghai, hace parada el Instituto Vega del Turia y termina en el Hospital de
Teruel Obispo Polanco donde esas mascarillas ayudan a salvar vidas.
Una historia tan bonita merece un final que recoja las
palabras con las que Cruz Aguilar terminó su crónica en el Diario de Teruel:
“Carmen ayudó a los chinos sin esperar nada a cambio,
simplemente porque es su forma de ser. El pasado verano era impensable que,
viviendo en un país como España, pudiera necesitar nada, y mucho menos material
sanitario, de otros lugares del mundo. El coronavirus ha tirado las torres más
altas sobre las que se asentaban los esquemas mentales occidentales y “la gran
conciencia social y comunitaria” que tienen los chinos ha sido de gran ayuda en
Teruel. Ayer por ti hoy por mí. Solidaridad en estado puro.”
(Este relato es una recreación que parte de la crónica que
escribió Cruz Aguilar en el Diario de Teruel y a la que accedí gracias al muro
de Facebook de Mar Martínez Labarta. La fotografía de Carmen Loureiro y sus
hijos es la que publicó el períodico)
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