Milagro, o el amor después de la resurrección
Aunque a veces ocurren sucesos extraordinarios sin la
intervención divina, el milagro casi siempre está asociado a Dios gracias a
prodigios como la resurrección de Lázaro que Juan el Evangelista cuenta con
cierta parquedad en el guión:
"Dicho esto, gritó con todas sus fuerzas:
—¡Lázaro, sal fuera!
El muerto salió, con
vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario.
—Quítenle las vendas y dejen que se vaya
—les dijo Jesús."
A este pasaje de la Biblia le falta que Lázaro, recién
regresado del mundo de los muertos, diga una buena frase para terminar la
escena en todo lo alto. Afortunadamente eso no le ocurre a Luís Miguel González
Cruz cuando resucita a Enma en una de las escenas de la función que estos días
se representa en el Teatro de la Estación, porque si algo tiene “Milagro”, son
palabras.
La muerte suele ser el final de la vida, y la vida no anda
lejos de ser el resultado de un puñado de recuerdos elegidos con mucho cuidado,
una selección que nos permita ordenar, comprender y al fin justificar todas
estas horas en este valle de lágrimas y de algunas alegrías. La ventaja que
tiene el teatro es que esa fórmula se puede alterar y González Cruz juega a
resucitar a quien ya ha muerto por el simple placer de ver como se enfrenta a
una vida sin recuerdos, porque recordemos que la vida sin recuerdos es muy poca
cosa, nosotros somos nuestros recuerdos y los recuerdos que los demás guarden
(o no) de nosotros. Por eso Enma, cuando vuelve a la vida, no es Enma, o si lo
prefieren una Enma diferente con la maleta vacía de recuerdos y con la
disposición a recuperarlos, o no ¿por qué…? ¿es posible recuperar todos los
recuerdos? ¿somos capaces de volver a trazar nuestra vida siguiendo la misma
senda, calcar las mismas decisiones y enamorarnos de la misma persona? Es
cierto que la idea de recuerdo e identidad ponen en marcha la acción, pero es
el amor el músculo que la hace caminar. “Milagro” es una obra de amor ¿y quién
sabe si el nuevo caminar de Enma, como Lázaro desposeído de vendas y sudario, será
el camino del amor establecido antes de morir?
La salud y el cuerpo de Enma tras regresar de la muerte
cumplen perfectamente los cánones establecidos por la medicina y tan solo
precisa un poco cognitivo para rellenar con recuerdos nuevos los huecos que han
dejado los recuerdos olvidados. Pero eso no es suficiente. Enma necesita amar y
a su lado tiene a dos candidatos dispuestos a conseguir esa meta: El amor que ya
lo fue y el amor frustrado que nunca llegó a ser. Enma se enfrenta a una de
esas decisiones que se toman en la vida y que la resurrección le permite
cambiar. ¿Cambiará Enma de amor?
En la batalla por el nuevo corazón de Enma no queda sitio
para el recuerdo, porque el amor no vive de canciones pasadas de moda, ni de
besos robados a la luz de una farola, porque el amor, al contrario que la vida,
solo vive en el presente, en el amor no valen los recuerdos, el amor es líquido
de vino en el paladar, carmín húmedo en los labios, el amor se desangra sobre
la copa del deseo y se consume en el acto como si el amanecer no llegara jamás.
Pero el amanecer llega cada nuevo día y el amor, presente y latido, se
convierte en olor a café y tostadas, esa dicha de vivir todos cada uno de los
momentos sin pensar en las promesas de futuro y sin las ataduras del pasado. Y
Enma en eso tiene suerte porque descubre, un segundo antes de que la luz de escena
se vaya a negro, que el amor es presente y nada más.
El Teatro de la Estación cumple veinte años en las tablas y
lo celebra con esta nueva coproducción junto a los madrileños Teatro del
Astillero con un texto de Luís Miguel González Cruz repleto de frases que unas
veces son redondas, otras elípticas pero siempre sugestivas hasta en la
avalancha de acrónimos, un texto que surge vivo en los actores Javier Anós y Chema
Ruíz para teñirse de granate en los labios y las uñas de los pies de una
espléndida Maribel Bravo a la que solo tienes que seguirle el brillo de los
ojos para caminar junto a ella y enamorarte de su ganas de amar.
“Milagro” es una de esas funciones donde la palabra ocupa
casi todo el espacio, las palabras como medio de comunicación, palabras frente
a frente, sin bajar la mirada y con una copa de vino en la mano, eso que parece
un milagro, es en realidad el amor.
Etiquetas: reseña teatro, Teatro de la Estación
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