Olvidos liberales de Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa publicó el domingo 26 de enero de 2014 su
habitual artículo en el diario El País con el título Liberales y liberales. Un texto donde el Premio Nobel desgrana las
bondades de la ideología liberal y pone mucho interés en diferenciarla de los
conservadores y así, tras tildar a aquellos de “progresistas”, el autor de La tía Julia y el escribidor nos lleva
hasta finales del siglo XVIII para recordarnos como los liberales, además de
combatir la esclavitud “defienden la propiedad privada, el comercio libre, la
competencia, el individualismo y se declaran enemigos de los dogmas y el
absolutismo” Sin embargo el aspecto que voy a subrayar en este escrito es como
Vargas Llosa construye su discurso en torno a las bondades liberales sobre un
olvido, una falsedad y la esencia del problema de la ideología socialista del
siglo XXI.
Vargas Llosa, lanzado sobre los terrenos de la definición,
atribuye a los liberales la exclusividad en la categoría de defensores de los
derechos humanos. Esta afirmación es, sin lugar a dudas, un olvido pasajero. Una
lectura atenta del articulado de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos aprobada el 10 de diciembre de 1948 nos permite descubrir que es un
texto compuesto por fricciones, contradicciones y tensiones propias de
principios políticos tan diferentes como el conservador, el liberal y el
socialista.
El espíritu liberal de la Declaración lo encontramos en
artículos como el 12: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su
familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su
reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales
injerencias o ataques.” Y en lo económico podríamos citar el artículo 17:
“Toda
persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. Nadie podrá
ser privado arbitrariamente de su propiedad.” Son dos ejemplos de cómo se
recogen las condiciones básicas para que el liberalismo exige para que el
legítimo ejercicio del poder: El imperio de la ley, el poder se
somete a las leyes y la garantía de ciertas libertades individuales
(Libertad de expresión, reunión, religión, etc.) La exigencia esencial del liberalismo es
que el Estado proteja un espacio dónde el ciudadano se desenvuelva en libertad, en el
sentido de No injerencia del Estado en el ámbito de ciudadano.
Pero esta Declaración de Derechos también recoge argumentos
que pertenecen a la tradición socialista, dónde el principal valor político es
la justicia social, la redistribución de la riqueza. Veamos a modo de ejemplo el
artículo 25 “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure,
así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación,
el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales
necesarios; tiene así mismo derecho a los seguros en caso de desempleo,
enfermedad, invalidez, viudez, vejes u otros casos de pérdida de sus medios de
subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. La
maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales.
Todos los niños, nacidos de un matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho
a igual protección social.”
Parece evidente que, puestos a defender esta Declaración,
tanto lo pueden hacer liberales y socialistas.
La falsedad en la cae Vargas Llosa se ha convertido en algo
tradicional en cualquier argumentario conservador, liberal o medio pensionista.
El autor de Pantaleón y las visitadoras recuerda
que “con la aparición del marxismo y la difusión de las ideas socialistas, el
liberalismo va siendo desplazado /…/ por defender un sistema económico y
político –el capitalismo- que el socialismo y el comunismo quieren abolir en
nombre de una justicia social que identifican con el colectivismo y el
estalinismo” ¿A qué les suena esa equiparación del socialismo con el comunismo
y, finalmente, con el estalinismo? Efectivamente es parte de la retórica
habitual que, a base de repetir una inexactitud, pretende descalificar una
ideología diferente a la propia. Vargas Llosa sabe perfectamente que, tras una
raíz común anclada en el pensamiento marxista, este se divide en dos vertientes
durante el siglo XX. Por un lado el comunismo representado por los escritos de
Lenin y el revisionismo socialdemócrata de Bernstein.
Bernstein (1850-1932) es el origen de la tradición socialdemócrata que,
con la referencia hegeliana del Estado, se perfiló en 1875. Hegel dice que
la revolución ya no tendría éxito por la sofisticación técnica de las armas en
el Estado burgués, así que preconiza la reforma frente a la revolución, y defiende
las ventajas para la clase trabajadora de participar en la política de la
democracia parlamentaria burguesa. Bernstein significó en la práctica el
revisionismo en la teorización del abandono revolucionario y rechazó las tesis
económicas de Marx que pronosticaban un aumento de la riqueza polarizada en
pocas manos hasta llegar al colapso. Sin embargo, tras constatar un aumento
de las clases medias y de una mejora de vida, abandonó la apocalíptica
marxista para aspirar a la redistribución de la riqueza a través del Estado
burgués. El Estado, en sintonía con las ideas de Hegel, es la herramienta para
realizar la mejoría de las clases obreras; y el pensamiento liberal-burgués es
irrenunciable para el pensamiento socialista por algunos de sus logros (frente
al desprecio de Marx) y el aprecio por la declaración de los Derechos Humanos.
Para concluir definitivamente con la inexactitud de Vargas Llosa creo que es necesario
transcribir la definición que Bernstein da del socialismo: “La suma de
las reivindicaciones sociales y de las naturales aspiraciones de todos aquellos
obreros que han alcanzado una conciencia de su situación como clase y de la
misión que ésta ha de desempeñar en la moderna sociedad capitalista.”
Así que, como vemos, ya en los inicios del pensamiento socialdemócrata no hay
atisbo de la destrucción del capitalismo, más bien al contrario, se aboga por
participar en el juego y que el Estado sea el contrapoder que sirve para
ajustar las diferencias entre clases, algo que separa definitivamente esta
filosofía política del comunismo y el estalinismo.
Pero lo más interesante del artículo de Vargas Llosa lo
encuentro en como acierta de pleno a la hora de definir el motivo que ha
llevado al socialismo al declive ideológico: “la conversión de la vertiente
comunista del socialismo al autoritarismo empuja al socialismo democrático al
centro político y lo acerca – sin juntarlo- al liberalismo” A ese acercamiento
socialismo-liberalismo es que voy a tratar de diseccionar y que nada tiene que
ver, se equivoca de nuevo Vargas Llosa, con un comunismo que derivó hacia el
autoritarismo mucho antes de la cadena de acontecimientos que voy a exponer y
que son los responsables de ese casi ayuntamiento entre liberales y
socialistas.
En los años noventa se produjo una nueva reformulación de la
socialdemocracia que abandonó las teorías keynesianas y adoptó postura
neoliberales provocando una crisis ideológica. Es la época en la que
apareció el
nuevo laborismo británico de Blair y la Tercera Vía que discurría entre el
liberalismo y el keynesianismo que quedó muy mermado por
la crisis del petróleo en los años setenta. Ese fue el momento del declive del éxito
keynesiano, y que los españoles nos perdimos bajo palio, en la llamada edad de
oro de la socialdemocracia entre mediados de los años cuarenta y finales de los
años setenta. Una época que se caracterizó por un modelo mixto con la suma de
sectores públicos, privados y la redistribución de la riqueza. Un modelo que
funcionó en la Suecia de Olof Palme, el Reino Unido de Wilson y la Alemania de
Willy Brandt.
Fue con la llegada de los años noventa cuando es difícil
apreciar diferencias en la política económica entre los liberales y los autoproclamados
socialistas. Al desarme ideológico se sumó, a partir de 1989, un efecto de globalización que
deslocalizó las empresas hacía lugares dónde la legislación laboral era más favorable
al empresariado, y dejó desarmado a los movimientos obreros de occidente bajo la
proliferación de peores salarios y mayor debilidad en los derechos adquiridos
por los trabajadores.
A esto se sumó que la debilidad del Estado bajo la
amenaza de una retirada de capitales que le provocaría graves
problemas de financiación. Esta dependencia económica ha traído una notable
pérdida de soberanía de los Estados frente a los mercados, un escenario dónde
la democracia pierde calidad. En palabras de Ludolfo Paramio de
diciembre de 2012 en la revista El Siglo: “En los años 90 todo el mundo creía
que era posible una síntesis liberal entre globalización y redistribución. Eso
probablemente llevó a errores de juicio al no dar la suficiente importancia a
la introducción de políticas de regulación y de coordinación./…/ Las reglas de
juego de los noventa, evidentemente, son parte del problema de 2008” Paramio,
por encima de la reflexión sobre filosofía política, se refiere a la crisis
económica que nos asola en la actualidad y que hunde sus raíces en la
desregulación de los mercados financieros.
Una vez rebatidas la exposición liberal de Vargas Llosa cabe
preguntarse por el papel que debería cumplir el socialismo democrático frente
al vendaval liberal-conservador que recorre occidente. Roger Senserrich nos da
unas pistas en la número 1 de la revista Five cuando afirma que “tenemos que
empezar hablando sobre los objetivos de la izquierda y después, solo después,
decidir qué medidas concretas nos van a servir para conseguir esos objetivos” y
el propio Senserrich se atreve a definir el primer objetivo de la izquierda: “Defender
el papel del estado como un ente que protege a sus ciudadanos ante el
infortunio” Es decir, todo lo contrario de lo que liberales y conservadores
hacen con el estado cuando están en el poder.
Etiquetas: artículo, liberales, socialistas, Vargas Llosa
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