Poder Absoluto del patio de butacas a la sociedad
Algo hemos hecho mal cuando relacionamos política con cloaca y
políticos con corrupción. Seguro que muchos de ustedes aún recuerdan
cuando pensaban que lo público era una cuestión de servicio a la
ciudadanía. Yo a veces hago el esfuerzo y me dejo llevar por la
melancolía.
Roger Peña Carulla, que también toma las riendas de la dirección,
escribió el texto de esta función en 1995, cuando el olor a putrefacción
todavía estaba oculto por la sensación de ser los reyes del mambo, por
eso tiene tanto mérito, porque sentado en el patio de butacas parece que
Peña Carulla se ha dedicado a cortar y pegar titulares de prensa de uno
de estos días. En esa tesitura, la obra tiene un aroma de actualidad
que el autor sazona en el programa de mano cuando nos recuerda que
“Entre el relativo positivismo de Rousseau (…) y Hobbes, afirmando que
“el hombre es un lobo para el hombre”, debería hallarse el equilibrio
para definirnos como seres sociales.”
Las teorías políticas de
Hobbes y Rousseau parten de puntos de vista muy diferentes sobre la
naturaleza humana. El primero la sitúa en el ámbito de una competencia
feroz por cubrir las necesidades básicas propias, en la que todo el
mundo teme constantemente ser atacado o robado y es imposible de vivir.
Para evitar el estado natural descrito por Hobbes necesitamos una
autoridad política que sea ilimitada e indivisa para firmar un pacto de
no agresión y renunciar a la libertad total.
Rousseau añade al hombre natural, preocupado por la
auto-conservación, el rasgo de la compasión que le impulsa a interactuar
con los demás, de esa necesidad surge la sociedad, la propiedad y con
la desigualdad. Es entonces cuando las instituciones políticas se hacen
necesarias y el hombre, transformado en un hombre hobbesiano, termina
por construir unas instituciones corruptas.
Roger Peña sitúa a sus personajes sobre este entramado de teoría
política y nos muestra a un veterano político deseoso de saciar sus
últimas ambiciones frente al político joven envuelto todavía por el halo
de las nobles aspiraciones. Del diálogo entre ambos surgirá el retrato
de una vida pública carcomida por la corrupción. Pero lo que realmente
asusta es comprobar como la realidad ha superado algunas de las
afirmaciones del texto (“el poder está en manos de los partidos y puede
controlar a los mercados”)
Todo es sobrio en escena: la escenografía, la iluminación, los
movimientos, todo menos los actores que están soberbios. Poder Absoluto
es fundamentalmente palabra, un constante esgrima dialéctico entre sus
protagonistas que cada uno de los intérpretes aborda desde premisas
diferentes. Emilio Gutiérrez Caba da una lección magistral de
naturalidad, no hubo en su interpretación ni un gramo de afectación,
incluso llegué a desear un pequeño gesto teatral, alguna pista del
proceso de construcción del personaje, una diminuta rendija que me
dijera que, efectivamente, Gutiérrez Caba era un actor y no el político
que yo veía sobre las tablas. La evolución del personaje de Eduard
Farelo tiene más recorrido y un camino más arriesgado que transitó con
energía en los gestos y con excelente dominó en la disertación, sin
embargo, el conjunto quedó envuelto en una crispación ligeramente
excesiva. El problema quizá no sea una cuestión actoral, más bien es el
texto de Roger Peña que dibuja el inicio del personaje de una manera
excesivamente virginal, de tal modo que su transformación sufre una
aceleración que no sería necesaria si partiera de unas premisas más
reales. Pero no teman, esto son detallitos de nada frente a la
portentosa exhibición de ambos actores.
No les engañaré. Aunque entre el público surgen risitas por el
impacto que produce comprobar como lo que se dice en el escenario es
carne de los noticieros de la tele, Poder Absoluto nos envía un mensaje
triste, por eso creo necesario volver a la teoría política y recordar la
teoría del elitismo competitivo de Schumpeter en la que describe a los
ciudadanos como masas vulnerables, sin racionalización política, un
pueblo con ciudadanos poco formados y sin opiniones concluyentes sobre
todas las cuestiones políticas y económicas. El mejor caldo de cultivo
para instaurar la influencia de partidos y sus líderes, maquinarías que
fabrican la opinión y la voluntad políticas mediante estrategias
similares a la propaganda comercial. Schumpeter nos recuerda que en la
actualidad se invierten los elementos de la democracia clásica porque en
realidad los electores no eligen a los líderes, son éstos, los líderes,
quienes toman las decisiones sobre que es el bien común y el interés
general.
En cualquier caso, cuando el telón cierra la representación y las
luces del patio de butacas nos devuelven a la realidad, siempre nos
queda la alternativa de aplaudir a los actores y regresar al mundo para
subvertir las líneas de poder, que las decisiones se tomen desde la base
de la sociedad y, como nos recuerda Habbermas: La legitimidad del poder
político y de las leyes no depende solo de la elección democrática los
gobiernos, ni siquiera del consentimiento de los ciudadanos a las
decisiones políticas de estos. La democracia deliberativa exige que
dicho consentimiento sea el resultado de una deliberación pública que
garantice la aceptabilidad racional de su resultado, y que no se reduzca
a una negociación de compromisos entre intereses particulares
enfrentados.
Publicado en el nº 134 de El Pollo Urbano
Etiquetas: reseña teatro, teatro principal
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