Elling, un camino hacia la libertad
La vida, y los últimos años son un
buen ejemplo, se mueve entre el miedo de los muchos afectados en presente,
pasado y futuro, y el hálito en la esperanza de un cambio. Ese es el terreno de
juego y sus márgenes de actuación. La ración de miedo nos la suministran día sí
y día también desde los púlpitos mediáticos y la acera de enfrente. Por eso el
teatro y esta función se hacen tan necesarios, para encontrar en medio del
miedo una ventanita y mirar las nubes y soñar que entre tanto despropósito todavía
queda un hueco para la poesía el amor y la amistad.
El pasado 10 de febrero fui al Teatro
Principal de Zaragoza para ver la función Elling
en versión de David Serrano basada en una novela de Ingvar Ambojornsen que se
adaptó al cine por Axel Hellstenius y Petter Naes y que la llevaron hasta las
puertas de los Oscar. Sentí curiosidad cuando leí unas declaraciones del actor
Carmelo Gómez a Soledad Campo de Heraldo de Aragón: “Elling es una apuesta por la amistad, el amor y confianza, y una
comedia sujeta a una emoción en la que la carcajada no disipa la intensidad de
la historia”
Y es cierto, aunque Elling apuesta por la esperanza, Carmelo
Gómez tiene razón, ni el ritmo de comedia, ni las situaciones cómicas, ni las
risas del público fueron suficientes para esconder el desasosiego que produce asistir
al proceso de socialización que nos muestra la obra.
Elling y Kjell están recluidos en un
manicomio y un día les comunican que van a tener la posibilidad de incorporarse
a la sociedad, pero antes tienen que demostrar su capacidad de integración. La
autoridad sanitaria les proporciona un apartamento tutelado en el que tendrán
la oportunidad de cruzar el umbral que separa locos de cuerdos. El reto
consiste en que nuestros protagonistas modifiquen sus comportamientos para ser
como usted, improbable lector de estas líneas, y como yo: Personas normales. Pero…
¿qué significa ser normal?
Nuestra normalidad deriva de lo que el
sociólogo Guy Rocher define como “el proceso por el que una persona aprende e
interioriza los elementos socio culturales de su medio ambiente, los integra a
la estructura de su personalidad y se adapta así al entorno social en cuyo seno
debe vivir” Elling y Kjell se comportan de manera muy similar tanto fuera como
dentro del manicomio. Incluso es fácil identificar algunas situaciones análogas,
como la negativa a salir de la cama, que la autoridad interpreta de manera
diferente: Permanecer en la cama porque tienes miedo a relacionarte con otros
locos es peor que permanecer en ella porque el miedo que te atenaza está
relacionado con el amor. Con este criterio tan caprichoso, los nuevos (o no
tanto) comportamientos de Elling y Kjell son aceptados por la autoridad. Es
cierto que nuestros protagonistas y sus respuestas a los nuevos retos sociales
que la vida les plantea muestran una clara mejoría porque las canalizan hacía
el amor y la amistad, descubren la importancia del otro, de esa persona que nos
completa y, aunque todo parece caminar hacía la integración y la felicidad,
durante toda la obra sentí una inquietud: La adaptación al medio social tiene
que pasar inexorablemente por la aprobación de la autoridad, que lo realmente
importante, lo que determina el éxito es que esa adaptación sea tutelada y
aprobada por la autoridad.
Esta sensación se instaló en mi mente y
me llevó hasta la película La Naranja Mecánica de Stanley Kubrik con la que encontré un preocupante paralelismo. Solo
hay que cambiar el binomio que hasta ahora estamos manejando de loco-cuerdo por
el de bueno-malo para comprobar que ambas historias tienen en común la
presencia de la autoridad con el poder de cambiar los comportamientos de los
protagonistas, supervisar el proceso y dar el visto bueno.
El poder de la autoridad es más
intenso y cruel en La Naranja Mecánica, en Elling se muestra más amable, incluso se
advierte una honesta preocupación por el devenir de sus criaturas que se mueven
a lo largo y ancho de tres partes dramáticas bien diferenciadas, un espacio
escénico diáfano y multifuncional dónde las acciones transcurren con agilidad gracias
a interesantes cambios de iluminación diseñados por Valentín Álvarez, pequeños
movimientos del decorado y transiciones inteligentes en el pasillo que se crea
entre el escenario y unas gradas supletorias laterales dónde se sitúa parte del
público. Se agradece la banda sonora en directo a cargo del pianista Mikhail
Studyonov como un personaje más que acompaña y subraya sentimientos y acciones
de los cuatro actores. Carmelo Gómez y Jordi Aguilar nos brindan una actuación
creíble tanto en los aspectos discursivos como en la construcción física de los
personajes, es un regalo contemplar la energía de tamaño infantil que
despliegan por el escenario y, sin embargo, son capaces de combinarlo con un
trabajo contenido en lo que fácilmente podría haber derivado en una imagen
grotesca de la locura. Chema Deva y Rebeca Montero están a su altura con la
dificultad añadida de construir varios personajes,
La historia de Elling y Kjell culmina
un camino de superación, el epílogo para un viaje iniciático que muchas veces
la vida diluye y una enfermedad mental puede detener. Un camino que todos hemos
transitado: El de la coacción que entendemos como obligación del cuerpo social
para convertir las normas y los comportamientos establecidos en obligaciones
morales. Sin embargo, ¿somos conscientes del poder que cedemos a quienes
determinan los modelos ideales de comportamiento?
Elling es sonrisa y
esperanza. Una espléndida comedia con aparente ternura y que nos muestra la
puntita del riesgo que significa depender de las calificaciones ajenas durante
el proceso de socialización que, sin duda, debe ser producto de múltiples
tensiones en las que se pone en juego la conformidad y la libertad. Pero tal
vez deberíamos recordar que, subyugados bajo al capricho de la autoridad, somos
menos libres. Aunque estoy seguro que Elling y Kjell, al finalizar la función,
no piensan igual que yo. Ellos se sienten libres y por eso hay que ver esta
obra de teatro, porque la libertad es un sentimiento altamente contagioso.
Publicado en el número 133 de El Pollo Urbano
Publicado en el número 133 de El Pollo Urbano
Etiquetas: Carmelo Gómez, reseña teatro, teatro principal
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