La curvatura de la córnea

15 marzo 2011

Raquel Agudo & Robert de Evan: Una simbiosis de muchos quilates


El sábado 12 marzo, dentro de las actividades de invierno organizadas por el Ayuntamiento de Cadrete, se celebró la actuación de Raquel Agudo & Robert de Evan. El concierto tuvo lugar en el coqueto salón de plenos del Ayuntamiento, sobre una sencilla tarima y con una magnífica sonoridad.
Robert de Evan comenzó la actuación afinando su guitarra, al parecer, los focos provocaban un cambio de temperatura que modificaba la tensión de las cuerdas. Esa fue la primera pista. Robert es un intérprete sensible, atento a los pequeños detalles para hacer música a lo grande. Ajustó las clavijas y ahormó su cuerpo, en forma de abrazo, a las hechuras de madera. El virtuosismo de sus dedos alcanzó la belleza con la caricia sobre los trastes y ese detalle de terminar todos y cada uno de los temas con un delicado gesto que amainaba las últimas vibraciones de las cuerdas de su guitarra.
Raquel Agudo cantó con versatilidad y adaptó su voz a cada uno de los estilos. Delicada en las notas altas, profunda con los bajos y siempre emotiva, consiguió matizar el ambiente desde la verdad de su interpretación. Nos regaló la chispa de su mirada que buscaba la conexión emocional con el público. También puso palabras acertadas para presentar las canciones que algunas veces fueron didácticas, otras tuvieron la dosis justa e inteligente de la ironía y siempre transmitieron la pasión de quien disfruta con el oficio de cantar.
El programa del concierto comenzó soul, se fue a Brasil y regresó al pop británico de ondas hasta derivar en la saudade de un corazón sin amor que no merece ser amado. La bossa recordó que también hay máscaras en el amor y cuando llegó la influencia de Bach, Raquel posó sus manos en el corazón y Robert digitalizó hasta sentarse en la bahía de San Francisco. Todos vimos pasar la vida en un silbido y la voz recobró el alma sureña de algodón y navegar en el mar. Una brisa arrulló al auditorio con estelas de espuma y blue. Entonces la mirada de Raquel, y su pelo agitado por el viento, se fueron tras las notas juguetonas de Robert. El viaje terminó en una costa gallega bañada por la lluvia de abril y una luz de bossa que anunció el nuevo día.
La noche era de Cole Porter cuando el humo rasgó el blanco y negro de una barra de bar, de un vaso con hielo, de una sonrisa que rompe el corazón: El calor de un garito neoyorquino con el invierno en la puerta y una cantante, abrazada a la boquilla nácar de un pitillo, que desgrana la esencia del jazz.
En la Cuba del son y guaguancó las negras cantan nanas a sus niños, canciones para soñar con una vida de cascabel, caribeño y capitel. Como en todas las vidas, una traición de poner preciosismo de guitarra dónde había contrabajo y el vaivén rasgado de una herida. Pero la vida prevalece con el optimismo de hacer pequeñita una enorme canción sin perder ni un milímetro de la emoción de vivir la vida.
Para terminar nos fuimos a Broadway. Los brillos luminosos de miles de estrellas de la interpretación, bastones de zapatos negros para cantar entre las bambalinas de la improvisación.
Robert de Evan y Raquel Agudo son dos círculos virtuosos como los que ilustran esta crónica. Ambos entran en contacto en dos puntos, guitarra y voz, para fusionar parte de sus áreas, y crear un sector de sabiduría musical con la capacidad emocional de la sutileza. El resto de la superficie de sus espíritus musicales conservan la propia personalidad, de tal manera que cada una de las canciones que interpretan empastan a la perfección y muestran la individualidad de cada uno de ellos: Una simbiosis de muchos quilates.

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