Arar, un poemario de Ángel Gracia
En la primera lectura de Arar descubrí una estructura sólida, un poemario diseñado al milímetro, la obra de quien sabe lo que quiere contar y como hacerlo. Recorrí el entramado formal con la sensación de visualizar las claves generales del poemario, las más evidentes para un lector poco habituado a la poesía, los trazos gruesos, las vigas maestras.
La segunda lectura fue la del placer por las palabras y la sabiduría de los silencios. Me acompañó un lapicero con el que dibujé flechas, cuadrados y una estela de imágenes que surgían a cada paso: Fusilados que no vuelven, ríos reversibles que mueren en las montañas, palabras de cuando no comprendía a mi padre porque nunca nos sentamos a beber de la misma fuente, incendios calientes a la solera del primer beso, rastrojos bajo la manta, la luna y el amor, tormentas que iluminan el miedo y empapan la vida, versos que son aperos de labranza. Reconocí el erial que me rodea y me contiene. Aboné los versos con los mejores recuerdos de mi experiencia. Recibí la simiente poética de una voz que me mostró el mundo de la creación asociado al trabajo manual y a la aparente sencillez de mirar. Transporté estos elementos hasta el almacén de las ideas y allí están, esperan a mi laboriosidad, a que olvidé inspiraciones y musas y me dedique a buscar el espacio que separa las palabras del silencio para, una vez encontrado el hueco, escuchar.
La segunda lectura fue la del placer por las palabras y la sabiduría de los silencios. Me acompañó un lapicero con el que dibujé flechas, cuadrados y una estela de imágenes que surgían a cada paso: Fusilados que no vuelven, ríos reversibles que mueren en las montañas, palabras de cuando no comprendía a mi padre porque nunca nos sentamos a beber de la misma fuente, incendios calientes a la solera del primer beso, rastrojos bajo la manta, la luna y el amor, tormentas que iluminan el miedo y empapan la vida, versos que son aperos de labranza. Reconocí el erial que me rodea y me contiene. Aboné los versos con los mejores recuerdos de mi experiencia. Recibí la simiente poética de una voz que me mostró el mundo de la creación asociado al trabajo manual y a la aparente sencillez de mirar. Transporté estos elementos hasta el almacén de las ideas y allí están, esperan a mi laboriosidad, a que olvidé inspiraciones y musas y me dedique a buscar el espacio que separa las palabras del silencio para, una vez encontrado el hueco, escuchar.
Arar, el último poemario de Ángel Gracia, guarda sus secretos bajo tres llaves, tres círculos concéntricos. El primero lo dibuja el silencio de Sergio Algora y Paul Celan. William Blake cierra el segundo con broches de cita. El tercero enlaza los versos inicial y final en un canto meta poético: “No se trata de escribir. Aro, camino sobre lo arado”
La voz poética de Arar se deleita con la contemplación de los misterios que la naturaleza nos depara. Un ejercicio de observación que se confunde, en palabras del poeta Jesús Jiménez Domínguez, “con el elemento de la tierra en su sentido más amplio. Tierra como ser vivo, como claustro maternal y como urna cineraria a la vez. Tierra como principio y fin de todo.”
Arar tiene vocación de silencio, muchos versos ahondan en el universo de la muerte, y otros, tal vez ante la mirada sorprendida del lector, tintinean con la felicidad de vivir. Palabras imprescindibles para los urbanitas del siglo XXI, animales anclados en las aristas de una nueva forma de vida, un buen caldo de cultivo para olvidar el ciclo que une la vida y la muerte, de nuevo un círculo, un círculo trazado por Ángel Gracia alrededor de cuatro puntos esenciales.
I. Erial
Que no esta cultivado. La hoja en blanco. Tierra que necesita oxígeno para que las palabras puedan respirar. Ante la nada que todo lo ocupa, ese es el trabajo previo para soñar con un poema y su floración. Nada tan cercano al erial como un muerto o el papel sin palabras, y en las tumbas la esencia de tantos pasos por escribir.
Vive el momento, dice el poeta que dicen los muy, muy viejos. En la vida radica el futuro. La muerte de los hombres es yerma, heces que no abonan, almas sin sal. Estar vivo o muerto depende del capricho tenebroso del azar: Mirar morir y dar muerte resume al hombre como asesino, como borrador del poema que nos une, prototipo del amar cada vez menos.
El poeta regresa al panteón, un osario donde la muerte, versos y memoria, son cabellos de ceniza.
II. Fiemo
Estiércol. Materia orgánica en descomposición imprescindible para el aprendizaje. Muertos que horadan la tierra. Lección matinal en la escuela de tiza, pizarra y sol. Un atlas para situar las coordenadas de los hombres y los pueblos muertos: Abuelos sin regreso de pasos acompañados y manchas azules donde flotan los campanarios de la fe.
Sísifo cabalga por los eriales sin aire cargado de muertos que antes fueron fugitivos. Estiércol de expiración bajo la tierra que pisamos, copula sin amor para quien tiene la fuerza de los riscos, esterilidad perpetua bajo coces tozudas.
La fuente de los machos como simbiosis entre mandarinas y hormigas. Fuente de agua para un mundo heredado de vencejos que huyen del frío, que traen el silbido de los que llegan, la sabiduría de los que callan. Amor de verano, de resina y relámpago. El poeta se funde con el fiemo, que regenera y engendra, y espera la tormenta Scardanelli, rayos para llenar balsas y lagunas: La esperanza del agua se abre camino.
III. Sementera
Tiempo de siembra. El campo abonado. La luz que sigue a la tormenta. El chisporroteo de un río abajo con destellos de sol. El optimismo deslumbra al lector que, como un niño, recorre la vida de savia para, gota a gota, desembocar en el meandro que se adentra en el mar. Pero la ilusión de una existencia de tiralíneas sólo dura una página y, como el río ebrio de Claudio Rodríguez, el niño que ya es hombre busca el atajo de decir la vida a contracorriente.
El poema se hace camino de maleza y hojarasca, combustible para el fuego, vasallo de la palabra violenta que no deja crecer. Y pese a todo aire fresco. Simiente por bulerías, que cada uno planta como quiere. Abrazados como la tierra a la azada. Luz. El esplendor de la muerte. Fuente. Regresa el ciclo de la vida
IV. Laya
Herramienta de trabajo. Pienso al poeta en la contemplación de quien ni abraza ni ahorca. Lo imagino pedaleando en el paréntesis que precede a la faena y en el sosiego posterior al viaje. Labor de labranza. Respeto por el pasado antes de explorar nuevos surcos blancos de letras azules. Sintagmas como raíces donde los poemas, frutos de tierra y mar, se aferran a lo arado por los aperos del verso. Laboriosidad. Comenzar de nuevo. Escribir en el aire y caminar sobre lo arado.
_________
(Nota: Este texto esta plagado de expresiones, palabras e ideas extraídas de las páginas de “Arar”. He renunciado a la utilización de comillas para facilitar su lectura)
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Arar
Editorial: Prames
Colección: Poesía
Autor: Ángel Gracia
I.S.B.N: 978-84-96793-24-8
Formato: 13 x 21 cm / rústica / 61 pág.
La voz poética de Arar se deleita con la contemplación de los misterios que la naturaleza nos depara. Un ejercicio de observación que se confunde, en palabras del poeta Jesús Jiménez Domínguez, “con el elemento de la tierra en su sentido más amplio. Tierra como ser vivo, como claustro maternal y como urna cineraria a la vez. Tierra como principio y fin de todo.”
Arar tiene vocación de silencio, muchos versos ahondan en el universo de la muerte, y otros, tal vez ante la mirada sorprendida del lector, tintinean con la felicidad de vivir. Palabras imprescindibles para los urbanitas del siglo XXI, animales anclados en las aristas de una nueva forma de vida, un buen caldo de cultivo para olvidar el ciclo que une la vida y la muerte, de nuevo un círculo, un círculo trazado por Ángel Gracia alrededor de cuatro puntos esenciales.
I. Erial
Que no esta cultivado. La hoja en blanco. Tierra que necesita oxígeno para que las palabras puedan respirar. Ante la nada que todo lo ocupa, ese es el trabajo previo para soñar con un poema y su floración. Nada tan cercano al erial como un muerto o el papel sin palabras, y en las tumbas la esencia de tantos pasos por escribir.
Vive el momento, dice el poeta que dicen los muy, muy viejos. En la vida radica el futuro. La muerte de los hombres es yerma, heces que no abonan, almas sin sal. Estar vivo o muerto depende del capricho tenebroso del azar: Mirar morir y dar muerte resume al hombre como asesino, como borrador del poema que nos une, prototipo del amar cada vez menos.
El poeta regresa al panteón, un osario donde la muerte, versos y memoria, son cabellos de ceniza.
II. Fiemo
Estiércol. Materia orgánica en descomposición imprescindible para el aprendizaje. Muertos que horadan la tierra. Lección matinal en la escuela de tiza, pizarra y sol. Un atlas para situar las coordenadas de los hombres y los pueblos muertos: Abuelos sin regreso de pasos acompañados y manchas azules donde flotan los campanarios de la fe.
Sísifo cabalga por los eriales sin aire cargado de muertos que antes fueron fugitivos. Estiércol de expiración bajo la tierra que pisamos, copula sin amor para quien tiene la fuerza de los riscos, esterilidad perpetua bajo coces tozudas.
La fuente de los machos como simbiosis entre mandarinas y hormigas. Fuente de agua para un mundo heredado de vencejos que huyen del frío, que traen el silbido de los que llegan, la sabiduría de los que callan. Amor de verano, de resina y relámpago. El poeta se funde con el fiemo, que regenera y engendra, y espera la tormenta Scardanelli, rayos para llenar balsas y lagunas: La esperanza del agua se abre camino.
III. Sementera
Tiempo de siembra. El campo abonado. La luz que sigue a la tormenta. El chisporroteo de un río abajo con destellos de sol. El optimismo deslumbra al lector que, como un niño, recorre la vida de savia para, gota a gota, desembocar en el meandro que se adentra en el mar. Pero la ilusión de una existencia de tiralíneas sólo dura una página y, como el río ebrio de Claudio Rodríguez, el niño que ya es hombre busca el atajo de decir la vida a contracorriente.
El poema se hace camino de maleza y hojarasca, combustible para el fuego, vasallo de la palabra violenta que no deja crecer. Y pese a todo aire fresco. Simiente por bulerías, que cada uno planta como quiere. Abrazados como la tierra a la azada. Luz. El esplendor de la muerte. Fuente. Regresa el ciclo de la vida
IV. Laya
Herramienta de trabajo. Pienso al poeta en la contemplación de quien ni abraza ni ahorca. Lo imagino pedaleando en el paréntesis que precede a la faena y en el sosiego posterior al viaje. Labor de labranza. Respeto por el pasado antes de explorar nuevos surcos blancos de letras azules. Sintagmas como raíces donde los poemas, frutos de tierra y mar, se aferran a lo arado por los aperos del verso. Laboriosidad. Comenzar de nuevo. Escribir en el aire y caminar sobre lo arado.
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(Nota: Este texto esta plagado de expresiones, palabras e ideas extraídas de las páginas de “Arar”. He renunciado a la utilización de comillas para facilitar su lectura)
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Arar
Editorial: Prames
Colección: Poesía
Autor: Ángel Gracia
I.S.B.N: 978-84-96793-24-8
Formato: 13 x 21 cm / rústica / 61 pág.
Etiquetas: Ángel Gracia, Arar, reseña libro, video poema
6 Comments:
Hola Javier.
Ante todo decirte que me gusta mucho el vídeo del poema; Tu seriedad resaltada y enmarcada en las gafas metálicas sobre el fondo austero del negro, el sonido de tu voz diciendo las pocas pero justas palabras del poema, tus labios destilando el néctar de los versos… Se nota que te ha entusiasmado el trabajo de Ángel Gracia.
El poema que has grabado en este vídeo, así como el nombre del personaje de la mitología griega, Sísifo, me transportan a “La balada del abuelo Palancas”, de Félix Grande y su pequeña odisea narrada en el comienzo de la novela, cuando un joven protagonista empuja un gran rodillo de piedra a través de las eras y calles del pueblo, alegoría esta, a mi entender, del esfuerzo sobrehumano, de lo mucho que le cuesta al “hombre” ganarse el pan, de la importancia de las cosas bien hechas, con tiempo, sobre todo con tiempo y desde el silencio(aquí el silencio es observado religiosamente, en vez hacerlo desde los trabajos del campo, como en ARAR, se hace desde el pastoreo)
Ciertamente, el silencio es la atalaya desde donde podemos otear y aguardar el paso de las palabras, una atalaya situada en el centro de un campo que extrañamente se parece a un folio en blanco. Y es que el contacto con la Tierra sólo puede darse a través de ese silencio, un silencio que nos deja expectantes, con los sentidos en estado de alerta, que nos reconcilia con esa Tierra que como bien dices casi se desdibuja en nuestro ADN urbanita.
Nombras unas palabras de Jesús Jiménez Domínguez, poeta al que admiro, me voy navegando hasta su blog,( no sabía que poseyera uno), y allí descubro otra reseña de ARAR, así como los nombres de Billy Collins y Anise Koltz, poetas que me apetece descubrir e investigar. Por supuesto, en cuanto tenga ocasión me haré con un ejemplar de ARAR, mi humilde colección de libros de poesía se va agrandando.
Te agradezco el vasto espacio de poesía que puedo encontrar en tu blog. Sigue así, Javier, me encantan estos trabajos.
Hola Javier... aunque sólo sea de vez en cuando, me mezo un rato en la curvatura....
Lo hablé con Sara este fin de semana. Es para ambos el mejor video poema que has hecho...Quizás, porque percibimos que te acercas a él desde la poesía y no tanto desde la interpretación...Maravilloso.
un saludico
Hola Sara.
Me alegro que te guste el video y aún me gusta más que las lecturas se crucen, que unas nos lleven a otras y que no pare la rueda. Esa es la parte creativa de la lectura, la capacidad de relacionar.
El silencio me impresiona porque, aunque estoy muy agusto en él, no logro dominarlo y siempre gana el verbo, o casi siempre que cada vez me encuentro más silencioso.
Yo agradezco tus visitas y estos comentarios, siempre jugosos, siempre acertados.
Gracias poeta, un beso.
Salu2 Córneos.
Hola Lamia
La curvatura... cuidadín que crea adiccción.
;-)
Salu2 Córneos.
Hola Alejandro.
me alegro que te guste el video, aunque disiento en los motivos.
En este video, como en los demás, hay interpretación, no puede ser de otra manera.
Otra cosa es el grado de empatía para este tipo de interpretación y me explico: Es la primera vez que la imágen corresponde al momento poético de decir un verso. (Un camino que siempre me había gustado pero con el que no me atrevo mucho por cuestiones, precisamente, interpretativas)
Hasta ahora el audio iba por un lado, las imágenes iban por otro y que Dios no pille confesados. En ese sentido, este video es más "honrado", menos "técnico" y quizás por eso lo sientes más cercano.
Pero no es un problema de interpretación frente a poesía, es que a vosotros os gusta más esta interpretación que las anteriores.
Salu2 Córneos.
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