Cristina Verbena cuenta “Historias que te bailan”
Cristina Verbena se encaramó a la mesa mágica de la librería El Pequeño Teatro de los Libros envuelta en cuatro píos. No hace falta ser muy listo para saber que si hay píos por el medio, la cosa va de canciones. Así que no importó que la librera olvidara el nombre del espectáculo. Ayer, en el ciclo “Como iba contando…”, la cuentera con los pelos rizados de panocha nos contó “Historias que bailan”
A mi me gusta bailar porque para bailar hace falta música. A veces, cuando me aburro en un semáforo, bailo sin música, pero la gente me mira mal, me llaman loco y tocan el claxon para que vuelva al volante y a la locura del tráfico. Las mejores locuras ocurren en la pista de baile. Cualquier sitio puede ser una pista de baile y todas las historias tienen su melodía.
Los cuentos de Cristina se han hecho Verbena. Cuentos carceleros para trompeta que terminan en el pentagrama sinuoso del jazz. La historia de una mujer, sus tacones y el vestido de beber el vino amargo del blues. La melancolía de un fado en los ojos de un galán con cara de gato y uñas de perillán. La arañas que inoculan a las mujeres el ritmo de la tarantela, esa peonza de girar y girar que mi madre cantaba… La taranta tiene un vestido blanco que cuando se mueve se le ve el fandango, que además de requiebro también es cante. Las cicatrices del pasado que dejan melodías olvidadas como huellas de lo que pudo haber sido y no fue. Las idas y venidas de una niña, un libro y el vals de las mil y una noches que te cambia la vida.
Y por el barrio lo pregonan las mujeres: Que venimos de bailar con la cuentera, su voz de seda y ambarino cantar calores italianos del sur, el humo como palabras de un volcán japonés y las picardías afganas que van de boca a oreja y vuelta a empezar. Vete, vete como decía la abuela de Cristina: «Vete, vete a la Verbena, ve a hacer por la vida.»
A mi me gusta bailar porque para bailar hace falta música. A veces, cuando me aburro en un semáforo, bailo sin música, pero la gente me mira mal, me llaman loco y tocan el claxon para que vuelva al volante y a la locura del tráfico. Las mejores locuras ocurren en la pista de baile. Cualquier sitio puede ser una pista de baile y todas las historias tienen su melodía.
Los cuentos de Cristina se han hecho Verbena. Cuentos carceleros para trompeta que terminan en el pentagrama sinuoso del jazz. La historia de una mujer, sus tacones y el vestido de beber el vino amargo del blues. La melancolía de un fado en los ojos de un galán con cara de gato y uñas de perillán. La arañas que inoculan a las mujeres el ritmo de la tarantela, esa peonza de girar y girar que mi madre cantaba… La taranta tiene un vestido blanco que cuando se mueve se le ve el fandango, que además de requiebro también es cante. Las cicatrices del pasado que dejan melodías olvidadas como huellas de lo que pudo haber sido y no fue. Las idas y venidas de una niña, un libro y el vals de las mil y una noches que te cambia la vida.
Y por el barrio lo pregonan las mujeres: Que venimos de bailar con la cuentera, su voz de seda y ambarino cantar calores italianos del sur, el humo como palabras de un volcán japonés y las picardías afganas que van de boca a oreja y vuelta a empezar. Vete, vete como decía la abuela de Cristina: «Vete, vete a la Verbena, ve a hacer por la vida.»
Etiquetas: cristina verbena, cuentacuentos, el pequeño teatro de los libros, reseña evento
2 Comments:
que emocionante leerte. Casi tanto como estar allí
Hola Anónimo y bienvenido/a a esta bitácora.
Gracias por el comentario.
Salu2 Córneos.
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