La curvatura de la córnea

06 abril 2009

Los viajes de Marta, Marcos y Carmelo


Durante el mes de marzo se celebraron en el barrio de Las Fuentes unas jornadas interculturales organizadas por la Asociación de Vecinos.
La Fundación Tranvía, entre otras muchas actividades, organizó un encuentro con a Marta, Marcos y Carmelo, tres viajeros incansables que nos contaron sus andanzas por el mundo gracias a un cuaderno en el que apuntan los lugares por los que pasan, sus peculiaridades geográficas, las gentes que los habitan y sus costumbres.
Nuestros amigos comenzaron su relato por América del Norte. La tierra de las grandes llanuras dónde todavía subsisten pueblos como los Pocaplumas y sus vecinos los Plumaninguna, dos tribus con la capacidad mágica de hablar con el sol, la luna y los animales.
La charla continuó con una clase de baile. Los tres viajeros movieron sus cuerpos al ritmo sinuoso de la danza del vientre que aprendieron en Marruecos, la tierra de los Zocos dónde el olor de las especias impregna a mercaderes, turistas y a las viejas contadores de historias de la plaza Djemaa el Fna.
La siguiente etapa nos llevó hasta el sur del Sahara, un viaje entre dunas y el siroco, un viento que grita los lamentos de los que han perecido en el intento de cruzar este océano de arena.
El clima tropical que disfrutan los Yoruba entre Gambia y Senegal fue irresistible tentación para, desprovistos de todo tipo de atadura en lo que a calzado y vestimenta se refiere, vivir por unos días como sus anfitriones, así que nuestros tres amigos, por aquello de aclimatarse a las costumbres de los lugareños, también se desnudaron.
Magüel Guleyma era el jefe de la tribu y les explicó como la falta de lluvia durante más de un lustro les empezaba a causar problemas, los campos se secaban y el agua escaseaba para cocinar, beber y bañarse. Aquella noche se celebró una liturgia con bailes y canciones, rituales ancestrales para llamar a las nubes. Marta, para ayudar a sus amigos, cantó una tonada que aprendió de niña, al momento se unieron Marcos, Carmelo y todos los habitantes del poblado. Pero ni las canciones de los Yorubas, ni las que adornaron la infancia de nuestros amigos, consiguieron que las nubes volvieran a dar vida a los campos de África.
El viaje continuó hasta China, allí les esperaba Chuan-Li, un viejo amigo de Marcos, de cuando los dos trabajaban hombro con hombro en una empresa textil del cinturón industrial de Barcelona. Chuan-Li les enseñó una ínfima parte de los 7.300 kilómetros de La Gran Muralla, los secretos milenarios de la gastronomía de su país y el manejo de los palillos como sustitutos para el cuchillo, la cuchara y el tenedor.
El saltó final nos llevó hasta Oceanía. Los tres viajeros nos hablaron de una gran isla donde habitan los koalas, los canguros y los maoríes, unos furiosos aborígenes que les enseñaron el Haka, la danza que utilizan para asustar a los enemigos.
Marta, Marcos y Carmelo terminaron su aventura en las antípodas. Se despidieron a toda prisa de niños y adultos, y partieron veloces hacía el aeropuerto dónde les esperaba un avión con destino en Groenlandia. Se fueron con la promesa en los labios de volver al barrio para contarnos un nuevo cargamento de historias que nos hablan de otras gentes, otros lugares, otros pueblos que también están aquí, al girar la esquina.

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