La Piedra en el Charco salpicó Zeta
La Piedra en el Charco fueron unas jornadas literarias que se celebraron en Teruel los días 23, 24 y 25 de Septiembre y dedicadas a los jóvenes autores. El evento tuvo una sesión replicante en el barrio de Las Fuentes de Zaragoza con una lectura poética.
Las luces perdieron intensidad sobre los anaqueles, un efecto teatral que algunos libros aprovecharon para escapar de su posición lateral, los más osados asomaron sus ojillos al mundo azulado y circular de una mesa, que a esas horas de la noche dejó de serlo para transformarse en escenario. Un espacio diáfano, orbital y elevado del suelo por el que transitamos los mortales, tres escalones para cambiar la condición humana por la de poeta, trovador o titiritero. La mágica superficie de la mesa redonda de la librería El Pequeño Teatro de los Libros provoca mutaciones.
Nacho Escuín comenzó el recital con los ojos cerrados, el libro suspendido en la mano izquierda y los ojos cerrados. Los versos ofendidos se organizaron para una asonada, un motín para exigir la merecida atención de ser leídos, porque la generalización del recuerdo, el ejercicio abusivo de la memoria haría inútiles la elegancia de sus grafías y la textura voluptuosa del papel. Los versos amainaron sus ánimos cuando descubrieron el delicado ambiente de la sala y recordaron la veteranía del poeta en este tipo de envites. Nacho Escuín, ignorante de la malograda revolución de sus textos, terminó su intervención como la había empezado: Manteniendo el tipo y con los ojos cerrados.
Pablo Lorente se congratuló porque la extraña sensación inicial de subirse a una mesa para leer mudó en agradable sorpresa. Entonces recordé la canícula de los veranos de los años ochenta en Utrillas cuando mi sobrina Natalia se revestía de seriedad, cogía su libro de aventuras infantiles y ascendía a lo más alto de una escalera de tijera que mi hermana usaba para desenmarañar algunos rincones inaccesibles de aquella casa que había sido Cuartel, allí pasaba la tarde leyendo, en otro planeta.
El poeta aderezó su intervención como a mi me gusta. Introdujo cada uno de los poemas, proporcionó una pequeña pista, atisbó una pincelada que ayudó al oyente a situarse. Así, Pablo Lorente nos habló de la costumbre búlgara de mantener durante décadas las esquelas de los fallecidos a la vista de los viandantes, una práctica que le inspiró tanto como el euribor, tema de su siguiente poema, y no se asusten los hipotecados entre los que me encuentro, pero la actual e imparable subida de tipos de interés terminará por llevarse a más de uno a la tumba.
Hace un año disfruté de los versos de Diego Palmath en la IV edición de La Noche Sin Techo, en aquella ocasión acompañado de Fariña y Comeras, los activistas de La Caja Nocturna. Entonces atribuí su gesto afilado y adusto durante la lectura con la discutible iluminación de una madrugada poética entre lo veraniego, los litros de cerveza y un concierto punk. Las condiciones medio ambientales del recital de ayer eran exquisitas y sin embargo, Palmath ciño de nuevo la mirada, visión escoltada por gruesas gafas negras y apuntalada por nariz de afinado tirador, Palmath recitó un poema para ser juzgado, solicitó el veredicto del respetable, pidió que hacer con aquellas palabras. Los asistentes acertaron al permitir que aquellos versos regresaran a la carpeta del autor y olvidaran el terrible destierro de la papelera. Palmath alivió la mirada por el texto indultado, giró la cabeza en busca de su compatriota peruano Miguel Ildefonso, le dedicó el siguiente poema y, ya lo saben, afiló de nuevo la mirada, una mirada de ave rapaz, esas majestuosas siluetas que adoro.
Almudena Vidorreta fue la sorpresa de la noche, al menos para mí. Aquella cara aniñada, la delicadeza de sus pasos, la elegancia de sus facciones, ese rostro no era el que yo asociaba a ese nombre. En el escaso almacén de mi memoria, Almudena era una chica de pelo muy largo, muy moreno y muy alisado, nariz prominente como para morirse, rostro perfilado, mirada enigmática y un estilismo de ligeras reminiscencias niponas. No me pregunten de dónde saqué esa imagen porque busqué el evento en mi recuerdo y no conseguí descifrar de dónde partió el error. Entonces tuve miedo, miedo a ser la presa de la poeta y sus intenciones confesas de cometer un crimen metafórico y dejar que el papel empape la sangre «Su papel y mi sangre» pensé. En esas temeridades me hallaba cuando la autora pronunció el título de una de las cumbres pop en la carrera de Bunbury. «Lady Blue» fue motivo de inspiración para la autora y una de las 37 resacas de los hijos de Satanás. Aquella referencia nos acercó en gustos musicales pero reconozco que permanecí grogui durante toda su intervención, incapaz de recuperarme de la disociación entre nombre y rostro.
Javier Ramón subió al escenario con el desparpajo del que esta muy nervioso. Afirmó que lo suyo era la historia, que venía a leer unos «poemillas» Se lanzó a una prolija, acelerada y entrecortada explicación de su poética, la relacionó con el binomio vida y muerte bajo la estructura del réquiem. La definición confirmó que su obra será muchas cosas menos «poemillas» Apuró la lectura del primer poema con un «Joder los putos nervios» Justificó su estado de ánimo porque, como había llegado a la carrera y un poco tarde, no le había dado tiempo a tomarse un güisqui. La aseveración levantó algunas sonrisas entre el público, sin embargo, las botellas de vino de la Denominación de Origen Campo de Borja que esperaban pacientes a ser degustadas, pusieron morros por la ingerencia en los ambientes literarios, tan propicios a la deleitación de los caldos propios de la vid.
El poeta peruano Miguel Ildefonso agradeció la organización de encuentros literarios como La Piedra en el Charco porque era una ocasión inmejorable para apuntalar contactos, constató lo importante de lo presencial en las relaciones literarias para evitar que Internet sea el único foro de conocimiento mutuo y renovó su fe en la palabra y la poesía. Estuvo un poco azorado cuando pidió disculpas por algunos leves tropiezos en la lectura, y reconoció que era por un problema de falta de ensayos, a él le gustaba elegir los poemas con la inmediatez del momento, confiando en la intuición de acertar con lo adecuado para cada recital. Así llenó la sala de olores, colores y matices del otro lado del océano, reclamó la presencia de Lorca en su obra con remedos como un «romancero chichero», acentuó la amarga experiencia del exilio y leyó un poema dónde la voz de Bunbury volvió a estar presente. El tema “Apuesta por el rock and roll” tuvo la culpa y yo me quedé con la duda, ¿sabría el poeta que esa canción pertenecía al grupo zaragozano “Mas birras”, versionada posteriormente por Héroes del Silencio para, finalmente, incorporarse de manera permanente en el cancionero de Bunbury? No pude comprobarlo porque en mi reloj, como en el cuento de Blancanieves, eran las nueve y media de la noche, la hora justa en la que la más cruda realidad se hizo presente para recordarme que el turno de noche me esperaba detrás de un reloj de fichar.
Las luces perdieron intensidad sobre los anaqueles, un efecto teatral que algunos libros aprovecharon para escapar de su posición lateral, los más osados asomaron sus ojillos al mundo azulado y circular de una mesa, que a esas horas de la noche dejó de serlo para transformarse en escenario. Un espacio diáfano, orbital y elevado del suelo por el que transitamos los mortales, tres escalones para cambiar la condición humana por la de poeta, trovador o titiritero. La mágica superficie de la mesa redonda de la librería El Pequeño Teatro de los Libros provoca mutaciones.
Nacho Escuín comenzó el recital con los ojos cerrados, el libro suspendido en la mano izquierda y los ojos cerrados. Los versos ofendidos se organizaron para una asonada, un motín para exigir la merecida atención de ser leídos, porque la generalización del recuerdo, el ejercicio abusivo de la memoria haría inútiles la elegancia de sus grafías y la textura voluptuosa del papel. Los versos amainaron sus ánimos cuando descubrieron el delicado ambiente de la sala y recordaron la veteranía del poeta en este tipo de envites. Nacho Escuín, ignorante de la malograda revolución de sus textos, terminó su intervención como la había empezado: Manteniendo el tipo y con los ojos cerrados.
Pablo Lorente se congratuló porque la extraña sensación inicial de subirse a una mesa para leer mudó en agradable sorpresa. Entonces recordé la canícula de los veranos de los años ochenta en Utrillas cuando mi sobrina Natalia se revestía de seriedad, cogía su libro de aventuras infantiles y ascendía a lo más alto de una escalera de tijera que mi hermana usaba para desenmarañar algunos rincones inaccesibles de aquella casa que había sido Cuartel, allí pasaba la tarde leyendo, en otro planeta.
El poeta aderezó su intervención como a mi me gusta. Introdujo cada uno de los poemas, proporcionó una pequeña pista, atisbó una pincelada que ayudó al oyente a situarse. Así, Pablo Lorente nos habló de la costumbre búlgara de mantener durante décadas las esquelas de los fallecidos a la vista de los viandantes, una práctica que le inspiró tanto como el euribor, tema de su siguiente poema, y no se asusten los hipotecados entre los que me encuentro, pero la actual e imparable subida de tipos de interés terminará por llevarse a más de uno a la tumba.
Hace un año disfruté de los versos de Diego Palmath en la IV edición de La Noche Sin Techo, en aquella ocasión acompañado de Fariña y Comeras, los activistas de La Caja Nocturna. Entonces atribuí su gesto afilado y adusto durante la lectura con la discutible iluminación de una madrugada poética entre lo veraniego, los litros de cerveza y un concierto punk. Las condiciones medio ambientales del recital de ayer eran exquisitas y sin embargo, Palmath ciño de nuevo la mirada, visión escoltada por gruesas gafas negras y apuntalada por nariz de afinado tirador, Palmath recitó un poema para ser juzgado, solicitó el veredicto del respetable, pidió que hacer con aquellas palabras. Los asistentes acertaron al permitir que aquellos versos regresaran a la carpeta del autor y olvidaran el terrible destierro de la papelera. Palmath alivió la mirada por el texto indultado, giró la cabeza en busca de su compatriota peruano Miguel Ildefonso, le dedicó el siguiente poema y, ya lo saben, afiló de nuevo la mirada, una mirada de ave rapaz, esas majestuosas siluetas que adoro.
Almudena Vidorreta fue la sorpresa de la noche, al menos para mí. Aquella cara aniñada, la delicadeza de sus pasos, la elegancia de sus facciones, ese rostro no era el que yo asociaba a ese nombre. En el escaso almacén de mi memoria, Almudena era una chica de pelo muy largo, muy moreno y muy alisado, nariz prominente como para morirse, rostro perfilado, mirada enigmática y un estilismo de ligeras reminiscencias niponas. No me pregunten de dónde saqué esa imagen porque busqué el evento en mi recuerdo y no conseguí descifrar de dónde partió el error. Entonces tuve miedo, miedo a ser la presa de la poeta y sus intenciones confesas de cometer un crimen metafórico y dejar que el papel empape la sangre «Su papel y mi sangre» pensé. En esas temeridades me hallaba cuando la autora pronunció el título de una de las cumbres pop en la carrera de Bunbury. «Lady Blue» fue motivo de inspiración para la autora y una de las 37 resacas de los hijos de Satanás. Aquella referencia nos acercó en gustos musicales pero reconozco que permanecí grogui durante toda su intervención, incapaz de recuperarme de la disociación entre nombre y rostro.
Javier Ramón subió al escenario con el desparpajo del que esta muy nervioso. Afirmó que lo suyo era la historia, que venía a leer unos «poemillas» Se lanzó a una prolija, acelerada y entrecortada explicación de su poética, la relacionó con el binomio vida y muerte bajo la estructura del réquiem. La definición confirmó que su obra será muchas cosas menos «poemillas» Apuró la lectura del primer poema con un «Joder los putos nervios» Justificó su estado de ánimo porque, como había llegado a la carrera y un poco tarde, no le había dado tiempo a tomarse un güisqui. La aseveración levantó algunas sonrisas entre el público, sin embargo, las botellas de vino de la Denominación de Origen Campo de Borja que esperaban pacientes a ser degustadas, pusieron morros por la ingerencia en los ambientes literarios, tan propicios a la deleitación de los caldos propios de la vid.
El poeta peruano Miguel Ildefonso agradeció la organización de encuentros literarios como La Piedra en el Charco porque era una ocasión inmejorable para apuntalar contactos, constató lo importante de lo presencial en las relaciones literarias para evitar que Internet sea el único foro de conocimiento mutuo y renovó su fe en la palabra y la poesía. Estuvo un poco azorado cuando pidió disculpas por algunos leves tropiezos en la lectura, y reconoció que era por un problema de falta de ensayos, a él le gustaba elegir los poemas con la inmediatez del momento, confiando en la intuición de acertar con lo adecuado para cada recital. Así llenó la sala de olores, colores y matices del otro lado del océano, reclamó la presencia de Lorca en su obra con remedos como un «romancero chichero», acentuó la amarga experiencia del exilio y leyó un poema dónde la voz de Bunbury volvió a estar presente. El tema “Apuesta por el rock and roll” tuvo la culpa y yo me quedé con la duda, ¿sabría el poeta que esa canción pertenecía al grupo zaragozano “Mas birras”, versionada posteriormente por Héroes del Silencio para, finalmente, incorporarse de manera permanente en el cancionero de Bunbury? No pude comprobarlo porque en mi reloj, como en el cuento de Blancanieves, eran las nueve y media de la noche, la hora justa en la que la más cruda realidad se hizo presente para recordarme que el turno de noche me esperaba detrás de un reloj de fichar.
Etiquetas: presentaciones
6 Comments:
saludos el poema está en terapia de recuperación y le veo buena pinta.
D.P.
Pues mira, para colmo de tus envidias, el retruécano de la hipórbele y yo nos encontramos en el concierto del grandísimo poeta Antonio Vega, sobrio y en su línea, así que creo que no hemos echado en falta nada mas.
Me voy a la cama a cerrar los ojitos pensando en el retruécano y en el Antonio, que este último no viene mucho por Zgz, eso sí que es arte.
Besicos.
S. Manrique
Hola D.P. y bienvenido a esta bitácora.
Todos los poemas merecen una segunda oportunidad ;-)
Salu2 Córneos.
Hola Sagrario.
Hace tiempo que moderé el colmo de mis envidias.
Salu2 Córneos.
PD: Y como son las seis y media de la madrugada me atrevo a recomendarte dos enlaces:
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com/2006/03/el-sitio-de-mi-recreo.html
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com/2008/01/el-sitio-de-mi-recreo.html
El escenario me parece de un gusto sublime...Tengo que verlo. Que nivel.
¿que tal es la sección de poesía de la libreria?
Saludos
Hola Retruécano.
La librería es deliciosa, un refinado establecimiento por el que da gusto deambular.
En poesía, mejor no te adelanto nada, así tu visita será más excitante Uhhhhh
Salu2 Córneos.
Publicar un comentario
<< Home