La curvatura de la córnea

11 marzo 2006

El sitio de mi recreo

“No se recuerdan los días,se recuerdan los instantes”.Cesare Pavese

Antonio Vega volvió a Zaragoza para presentar su trabajo discográfico “3000 noches con Marga”. Salió al escenario cabizbajo y de luto riguroso. Los cariñosos aplausos de bienvenida dieron paso a una evidencia: El sonido estaba desequilibrado. La parte rítmica de la banda y los teclados ocupaban demasiado espacio musical, incluso desterraban la voz disuelta de Antonio Vega. Este inconveniente fue compensado con los solos de guitarra del cantautor; íntimos, diáfanos y emotivos, sin lugar a dudas lo mejor del concierto. Pero no dejó de ser fastidioso, entre otras cosas porque el compositor madrileño ha confesado: “Me aprecio más como letrista. Las letras me dan unas satisfacciones superiores a las que me da la música” Fue una lastima que durante la primera parte del concierto no apreciáramos la calidad de sus nuevas letras. Lo afirmo sin haberlas leído pero ahí pongo la fe y la intuición.
Cuando Nacha Pop, grupo de origen de Antonio Vega, salió al mercado discográfico enseguida los clasifiqué: Panda mediocre de niños pijos (Recuerden que la juventud es muy propicia para hacer tabla rasa). En aquel verano de los ochenta recién estrenados ni siquiera tuve en cuenta la que sería canción mítica de una generación Mi desagrado con el grupo llegó a su cima en 1987 con el single titulado “Vístete”. Al año siguiente se editó un recopilatorio del que mi amigo Fernando García Roche me hizo una grabación en cassette, jamás la escuché.
El grupo se separó y Antonio Vega continúo con su carrera en solitario. Le perdí la pista. Escuchaba sus temas por la radio pero nunca pasé de ahí hasta 1999. El motivo fue la colaboración en un directo de Ketama con la canción “Se dejaba llevar por ti”. Sentí curiosidad y en el inicio de ese viaje llegó el disco “Tatuaje” para darme el revolcón definitivo. La revelación llegó con “Ay pena, penita, pena” la copla que me descubrió la energía sideral e incomprensible de Lola Flores, pues bien, Antonio Vega me dejó más pa´lla que pa´ki con una versión triste, desgarrada y cautivadora.
Mis pensamientos regresaron al Teatro Principal. Antonio Vega se colgó la guitarra acústica, el batería y el bajo abandonaron las tablas y todo cambio. Reconocí las primeras notas y viajé hasta un día de verano en mitad de un atasco. Apuraba la melancolía sobre las aguas del río Gállego. Quería que un OVNI me tele transportara, esa hubiera sido una buena excusa para no ir a trabajar. Zapeaba a lo largo del dial y me tropecé con “El sitio de mi recreo”
“Donde nos llevó la imaginación
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos

Donde se creó la primera luz
germinó la semilla del cielo azul
volveré a ese lugar donde nací

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo
De nieve, huracán y abismos
el sitio de mi recreo

Viento que en su murmullo parece hablar
mueve el mundo y con gracia le ves bailar
y con él el escenario de mi hogar.

Mar bandeja de plata, mar infernal
es un temperamento natural
poco o nada cuesta ser uno más.

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo
De nieve huracán y abismos
el sitio de mi recreo,

Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura
Hay nieve, hay fuego, hay deseos
allí donde me recreo”

Seguí la letra, cerré los ojos hasta ver las eras sin míes al otro lado del Malacara, regresé a dónde nací entre nieve y lignito, nuestros cuerpos tirados a la sombra de algún pajar, nubes en el cielo, Agosto abrasaba, las manos de Migue en mi pelo y mis dedos en el sitio de mi recreo.
El recuerdo fue tan bello, tan electrizante, tan real que lloré. Aquella sensación sobre el puente del Gállego se ha convertido en costumbre: El vello se eriza cuando escucho esa canción, acude su presencia fresca y resbala una lágrima, o dos y a veces cien. Todavía no me lo explico, o tal vez si.
Quizá fue mi cambio de ánimo pero lo cierto es que tras la interpretación de “El sitio de mi recreo” el concierto tomó un rumbo más enérgico con un Antonio Vega más seguro, más desenvuelto, incluso rockero y siempre maravilloso en el trasteo con las seis cuerdas.
Volvió en el primer bis con voz y piano para demostrar que en esos espacios mínimos es dónde se convierte en uno de los grandes. Sus composiciones no necesitan nada más y nada menos. Terminó, era inevitable, con la “Chica de ayer” y yo, que también voy acabando esta crónica, hace días que aprendí a apreciar esa canción como se merece.
Sobre el silencio del escenario quedaron tendidos once claveles rojos. Faltaba uno. Pasaron 3000 noches y me gusta pensar que Migue se lo llevó prendido del pelo.

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