Lucía el sol sobre Troya
Del origen del teatro a la
complejidad de la vida
La profesora de historia antigua Ana
Iriarte ha estudiado la evolución del mundo del teatro ateniense para concluir
que más allá de sus cualidades lúdicas como espectáculo, se trata de un
mecanismo de reflexión sobe los valores políticos y sociales.
La dramaturgia de Cristina Yáñez
asume ese reto para convertir ‘Lucía el sol sobre Troya’ en una historia que aúna
barniz didáctico, entretenimiento y un acercamiento valiente a la complejidad
de los textos clásicos para conectarlos con sutileza artística a los acontecimientos
contemporáneos que nos apelan. Una peripecia que parte de los relatos de La Ilíada
y La Odisea hasta llegar al lenguaje teatral representado por la tríada básica de
tragedia, comedia y cualquier mezcla que contenga ambos estilos.
El preámbulo, como en los buenos
manuales de historia, nos sitúa en la geografía de los acontecimientos, y como
la transformación de la poesía heroica al drama épico ocurrió entre las tierras
del Peloponeso y Troya separadas por el mar Egeo.
El acto inicial es un trabajo de
adaptación para trasladar al escenario el relato de los héroes homéricos. La
etapa final de un viaje entre la oralidad de la narración al lenguaje escrito que
fijó definitivamente la tradición para que el peso de la narración y la palabra
establezca el orden preciso de los acontecimientos. Por eso su representación se
caracteriza por la austeridad en los gestos, y concentra toda la energía en un
ejercicio donde prevalece lo narrativo sobre lo dramático. La tragedia se
percibe tan fría y severa como la figura masculina de sus protagonistas, hasta
que la dramaturgia incorpora el uso del audiovisual para introducir la voz en
primera persona de las mujeres que también han sufrido la tragedia. Una
exposición de los hechos que apela al espectador alejándose del mundo mítico, para
acercarse a la experiencia humana transmitida con el aroma que utiliza el lenguaje
documental contemporáneo.
La voz femenina en primer plano será
una de las características de la representación, y su uso se repetirá en las siguientes
fases mediante la tragedia de Electra y la comedia de Lisístrata.
Ana Iriarte nos recuerda que si
en la tradición oral los mitos vivían vidas ejemplares, la incorporación de los
poetas trágicos al nuevo sistema de representación formal generó un espectáculo
con aspiraciones adictivas para el espectador con un elemento novedoso: la relevancia
de la acción dramática donde destaca la figura del actor. En ese sentido el
segundo acto nos muestra una mirada personal que utiliza los elementos propios
del teatro clásico griego. Lo más evidente es la presencia de coturnos y máscaras
para elevar y subrayan el estado de ánimo de los personajes, que ahora se
construyen con gestos grandes, mientras la fuerza de la voz busca ecos que muestren
dolor, humillación y derrota. El relato sobre el héroe de la epopeya homérica ha
desaparecido. Su lugar lo ocupa el héroe trágico con sus experiencias extremas.
La dramaturgia muestra con claridad ese cambio formal en la manera de contar,
pero su intención final es afectar al mundo contemporáneo, y por eso entrega el
uso de la palabra al grupo de actores que están ensayando los textos clásicos.
Estamos en el momento clave, en la antesala que nos llevará a la catarsis para
que la representación alcance el valor de un espectáculo político con capacidad
para estremecer. El recurso formal es la ilustración mediante fotografías que
subrayan la indignación de quien contempla una secuencia de imágenes proyectadas
sobre el fondo del escenario para formar la línea temporal que conecta la
guerra de Troya, los conflictos bélicos que ya forman parte de la historia, y
las crisis contemporáneas a las que asistimos desde la primera fila de nuestros
teléfonos móviles: masacre en Siria, bombardeos en Ucrania y genocidio en Gaza.
La función podría terminar aquí y
dejar al espectador ahogado en la realidad del drama. Pero el teatro también
tiene la función de divertir y el tercer acto cambia por completo la piel del
escenario. La dramaturgia voltea el pesimismo trágico de Sófocles y lo
sustituye por el tono alocado que caracteriza las comedias de Aristófanes.
Desaparece el aíre mítico y sagrado que envolvía a dioses y héroes para dejar
paso al torbellino de la crítica festiva y mordaz de una pantomima que se
instala en las pasiones básicas del ser humano. La guerra pierde toda su carga
trágica y ahora solo es un chascarrillo para dar rienda suelta a la frivolidad
de un comportamiento chabacano. Pero no se preocupen, es muy posible que
liberadas las tensiones propias del discurso dramático, la caricatura de la
realidad también sea un excelente indicativo que nos lleve hacia la catarsis, y
por lo tanto tendríamos otro posible final. Sin embargo Cristina Yáñez nos
guarda una última sorpresa.
El epílogo es un canto para que
la imaginación asalte las tablas del escenario sin tener en cuenta el incómodo
corsé de la realidad o los géneros dramáticos. La libertad del creador se permite
un encuentro inverosímil para promover nuevos diálogos que sigan invocando la
catarsis, que la mirada imaginativa del dramaturgo sea tan crítica y personal
como para invitar al espectador a seguirle en esa aventura.
Todo esta ese delicado equilibrio
formal se sustenta gracias a una dirección que armoniza la capacidad camaleónica
del texto, el espacio y el trabajo actoral. La sencillez escenográfica de un
escenario prácticamente vacío se complementa con la iluminación de Fernando Vallejo, una guía
en el tránsito de la penumbra del drama hasta la luz de la comedia. La
selección musical a veces subraya las intenciones de la palabra, pero también rompe
su intensidad para que la coreografía alivie tensiones, genere un tiempo de
remanso que reseteé la atención del espectador, un respiro antes de volver a la
brecha. Las proyecciones de imágenes, textos y videos acentúan la acción
dramática, unas veces tomando toda la carga de la narración, y otras como el
condimento justo para acompañar el mensaje.
La solidez del trabajo actoral es
la garantía final que permite poner en pie la función. El viaje del espectador
se produce a lomos de sus mutaciones. Una flexibilidad que les permite saltar
desde la rigidez del gesto granítico, al desparpajo jacarandoso de una chispa
inesperada. El buen manejo con la energía de la palabra es contundente y afianza
el drama, que se vuelve eléctrico y picante cuando entra en juego la chanza. Ana
Cózar aporta la dinámica de una eficacia elegante para sobrevolar el escenario
con la ligereza que trae el aire fresco. Daniel Martos vuelve a dejar
constancia del peso de sus interpretaciones, y confirma el grato recuerdo que
guardo de la precisión con la trabaja el teatro del absurdo, y de la que
también hace gala en esta ocasión. Siempre atento al detalle pequeño, pone en
valor el brillo de su mirada para transmitir las emociones que pretende el
texto. Jesús Bernal nos regala un ticket para viajar en la montaña rusa de la
contención al desparrame. Un hieratismo frio de busto que se transforma en un movimiento
burdo y exagerado que el espectador agradece para desconectar sin rubor de la
razón, y dejarse arrastrar por la carcajada que provoca lo grotesco.
‘Lucía el sol sobre Troya’ está
construida con las suficientes capas narrativas para que cada espectador elija
su propio recorrido. El erudito enlazará la ingente presencia de personajes,
tramas y reflexiones hasta completar el puzzle que describe el origen del
teatro y sus ramificaciones. El ciudadano al loro de la realidad social identificará
sus preocupaciones para conectarlas con una línea histórica que lo dejará colgado
en la Grecia antigua, y reflexionar sobre lo poco que ha cambiado la naturaleza
humana después de veinticinco siglos. El espectador tentado por la curiosidad
disfrutara de todas las puertas que se le abren para descubrir o regresar a los
relatos clásicos, las diferentes maneras de contarlos, y como esas historias
conforman nuestra idiosincrasia cultural. Y todos ellos se congratularán de
encontrarse con una herramienta que nos ayuda a comprender la complejidad de una
sociedad en la que conviven diversidad de identidades, procedencias y maneras
de pensar. Un complicado entramado que quizás solo se pueda visualizar en toda
su amplitud sobre las tablas de un escenario y quien sabe, tal vez ahí radique
el mensaje y el éxito definitivo de esta función.
‘Lucía sobre el sol de Troya’
Producción y creación audiovisual:
Tranvía Teatro. Dirección y dramaturgia: Cristina Yáñez. Reparto: Jesús Bernal,
Ana Cózar y Daniel Martos. Espacio escénico: Cristina Yáñez / Fernando V.
Labrador. Diseño de iluminación y dirección de producción: Fernando Vallejo. Vestuario:
Jesús Sesma. Asistencia técnica: Raquel Laiglesia.
Jueves 23 de mayo de 2025. Teatro
del Mercado.
Etiquetas: Ana Cózar, Cristina Yañez, critica teatro, Daniel Martos, Jesús Bernal, Teatro del Mercado, Tranvía Teatro
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