Caminar entre nubes ( o no)
Esta mañana salí a caminar y cambié mi recorrido por aquello de encontrarme con el menor número de viandantes. Andaba pensando en esa contradicción de salir a la calle y esquivar a los demás. Caminaba deprisa, de eso se trata, de mover los pies los más rápido posible pero sin llegar a dar las zancadas de la carrera y se crean, no es fácil. Mis piernas son más cortas de lo que la proporcionalidad de la belleza griega reclama, y eso, ahora que todos salimos a darnos un garbeo a las mismas horas, me tiene muy preocupado porque todos los andarines, corredores y ciclistas con los que me cruzo o me adelantan tiene el tiempo suficiente para determinar que no, que mis piernas no tienen la proporcionalidad de la belleza griega. Será por eso que algunas veces me gustaría desaparecer de la vista de todos y caminar a mis anchas por un paraje diseñado solo para mí.
El cambio en mi recorrido habitual incluía cruzar el puente dedicado a la memoria de Manuel Giménez Abad y allí, justo en mitad del puente, han aparecido unas nubes tan bajas, tan a ras de suelo que de repente me he visto envuelto por las caricias de algo mucho más suave que el algodón.-El rio, el puente y la ciudad habían desaparecido y bajo mis pies solo había un infinito mar de nubes sobre el que flotaba de una manera muy diferente a cuando flotas en la piscina o el mar, estaba suspendido en el aire y de repente me sentí muy frágil. La sensación inicial de alegría ante aquella inmensidad blanca se transformó en un sobresalto de contagio, como si la confusión, la tristeza y la incertidumbre estuvieran ocupando todas las células de mi cuerpo hasta que el sufrimiento se hizo insoportable y grité. El grito utilizó todo el volumen de aire que mis pulmones pueden procesar, y las cuerdas vocales convirtieron aquel torrente en una señal de alarma que funcionó. Primero fue una brisa ligera que acarició mi rostro y se fue intensificando de a poquitos hasta convertirse en una fuerte racha de ese cierzo que azota la ribera para recordarnos que el aire, pese a lo que dicen algunos agoreros, en lugar de transportar la locura de un lado para otro y ser el golpe que destruye, si eres capaz de mirarlo de frente, plantar los pies en el suelo y dejarle que te abrace, entonces el viento se convierte en rama de amor, serpentina de abrazo y purificación de los átomos para llevarse todo lo malo.
La acera embaldosada regresó con su carril bici, sus andarines con camisetas de colores chillones y un señor bastante más mayor que yo que me ha adelantado con ese trote cochinero que tanto añoro ahora que solo soy capaz de caminar lo más rápido posible. El cielo está azul esperanza y ya no queda rastro de las nubes, si acaso alguna pincelada justo donde el astigmatismo confunde deseo con realidad.
Etiquetas: cuento
2 Comments:
Hola!
Soy Gubia...Tantos años alejada de aquí y al volver a tu casa te encuentro caminando entre nubes. Me recuerda tanto a mi camino de piedras, recuerdas?ha sido muy bonito. Me alegro tanto de volver a entrar en esta tu casa, si me das tu permiso, claro. Enhorabuena por ser valiente y seguir aquí, en este pedacito de ti. Gracias !! Un enorme abrazo!
Jope. La alegría del día ha llegado y aunque ahorita mismo no recuerdo tu camino de piedras, cachisenlamar, si que me alegra este pequeño retorno a los tiempos cuando pensábamos que los blogs habían llegado para quedarse y seriamos capaces de mantener una conversación universal.
El blog va y viene pero creo que al final me gusta tenerlo por aquí cerca a modo de contenedor donde guardar estas cositas. Y gracias, gracias Gubia por volver y dejar tu huella.
Un abrazo de blogueros que la distancia de dos metros no se hizo para el mundo virtual.
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