La fórmula del conocimiento
Yuval Noah Harari nos recuerda como el conocimiento medieval
se basaba en aplicar la lógica a la lectura de las escrituras, así si leías Job
38:13 podías concluir que la Tierra era plana, pero si leías Isaías 40:22 era
fácil pensar que la Tierra era redonda.
La revolución científica implementó al conocimiento una
ecuación muy diferente, se trataba de aplicar fórmulas matemáticas a los datos
empíricos y así, mediante la observación y la trigonometría determinar que la
Tierra es redonda, pero, aunque esta nueva forma de conocimiento produjo
grandes avances, sin embargo, dejaba fuera de juego a los juicios éticos que
todavía seguían vigentes en las escrituras: No hay fórmula matemática que pueda
discernir si robar o asesinar está mal o bien. Así que para superar esta
dificultad, el humanismo propició una nueva fórmula de conocimiento basada en
el acopio de experiencia y la estimulación de la sensibilidad, dos conceptos
que no son datos empíricos pero que se retroalimentan en un ciclo sin fin para
aumentar nuestro conocimiento. Sin embargo, la experiencia es imposible si la
participación de la sensibilidad, y la sensibilidad no se puede desarrollar a
menos que estemos expuestos a una diversidad de experiencias.
La finalidad del ser humano debería consistir en un proceso
gradual que nos llevara de la ignorancia al conocimiento por medio de la
experiencia y la sensibilidad. Y es aquí donde aparece la melancolía que me
atrapa estos días cuando observo una y otra vez, y cada vez con más frecuencia,
como se renuncia a la experiencia de la novedad y como se va apagando la llama
de la sensibilidad hacia el otro que no es exactamente igual que yo. Nos
abalanzamos hacía parajes en los que todo lo que no me gusta debería
desaparecer, la grandilocuencia cuadriculada del pensamiento no deja resquicio
a una leve ondulación y así, con todo el paisaje convertido en un páramo
monocolor, solo nos queda la acritud y la ceguera.
Tal vez ha llegado el momento de recordar que el camino de
baldosas amarillas nos llevarán hasta el
Mago de Oz que tan solo es un charlatán, y que el Espantapájaros, el Hombre de
Hojalata y el León no necesitan discursos grandilocuentes que separan a los
hombres por su procedencia, o por su pensamiento. Todos y cada uno de nosotros,
como los tres compañeros de viaje de Dorothy, deberíamos descubrir que el
cerebro, el corazón y el valor están dentro de nosotros, y que es a través de
la experiencia y la sensibilidad como sentiremos su presencia. Una experiencia
humana que pertenece a las miles de millones de personas en el mundo. Todas tan
valiosas como yo.
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