Feliciana Enríquez Guzmán y sus entremeses barrocos
El texto que tienen antes sus ojos es un breve acercamiento
a la dramaturga Feliciana Enríquez Guzmán. Su elaboración sigue a pie juntillas
el trabajo de fin de grado que Alicia López Muñoz ha escrito después de
analizar los entreactos de la obra Tragicomedia de los Jardines y Campos
Sabeos.
El objetivo de esta nueva graduada en Filología era poner de
relieve la originalidad de la obra dramática de Enríquez, una sevillana de 1569
que, aunque sin formación universitaria acreditada, tenía un buen conocimiento
de la mitología clásica, conocía la obra de otros poetas y dramaturgos y
manejaba con fluidez el lenguaje jurídico como para utilizarlo en forma de
parodia en alguna de sus obras. López Muñoz nos recuerda que la citada
tragicomedia, fechada en 1619, es la primera obra dramática publicada de una
escritora española y por lo tanto una importante aportación a la historia de la
literatura en español porque, en la España del Siglo de Oro encontramos pocas
mujeres que escriban, y las que lo hacen se ven sometidas a la doble moral de
la época que les exigía modestia y silencio, por lo tanto, la estrategia de
ocultarse bajo la identidad de un varón o de un seudónimo era habitual, por no
hablar de ese prejuicio tan viejuno que suele recaer sobre el teatro y que lo sitúa
en el terreno de lo inmoral.
Feliciana Enríquez era una gran lectora de libros de
caballería, una afición que se refleja en el argumento de la tragicomedia y
tiñe los entremeses que la trufan de un gran componente caballeresco. La obra
de Enríquez representa una ruptura con la dramaturgia de la época, cuyos
cánones se plasmaron en el Arte nuevo de Lope de Vega, un ensayo en verso en el
que se fija la ortodoxia de las obras dramáticas. Es importante recordar, y me permitirán
que me salga del trabajo de López Muñoz durante un breve momento, que el nombre de
Lope alcanzó el cenit de su consagración en 1622 cuando, después de escribir
927 comedias, fue proclamado ante Felipe IV como el primer poeta de España
y al que Cervantes, ante la magnitud de su obra dramática y a escape de las críticas de otros
literatos de mayores preceptos poéticos pero mucho menos populares,
bautizó como “Monstruo de la Naturaleza”.
Es pertinente recordar que el estudio de López Muñoz versa
sobre los entreactos de la obra Tragicomedia de los Jardines y Campos Sabeos,
es decir, nos encontramos ante el entremés dramático como una pieza jocosa y de
un solo acto que se representaba entre los actos de una comedia. Esta relación escénica
parece presuponer que el entremés y la comedia son géneros opuestos, si la
comedia es un género amable con el sistema político, el entremés se revela
respondón y contestatario, sin embargo, como nos recuerda la autora, esa
dicotomía tan simplista no se corresponde con la realidad que Campo Tejedor
acota en los siguientes términos: Si bien entremés y comedia forman parte de la
misma moneda, no podemos hablar de caras contrapuestas o enfrentamiento porque
no hay ninguna intención de que uno prevalezca sobre otro. El espectador,
continúa López Muñoz, se identifica con los héroes de la comedia, mientras que
frente a los personajes del entremés y las desgracias que los acompañan, se
siente lejano o superior.
La obra de Feliciana Enríquez destaca por su intención
jocosa, algunos aspectos que la diferencian del género y la utilización de unos
personajes que, aunque pertenecen al submundo de la miseria, pretenden modos
caballerescos y es en ese quiero y no puedo es por dónde se cuela el divertimento
de la acción sustentada en un lenguaje que Reina Ruiz califica como orgía de
palabras, una mezcla de cultismos con juegos de palabras y otras invenciones que
maridan con el lenguaje popular, las vulgaridades y los refranes. De este modo
la autora consigue que el entremés cumpla al mismo tiempo con la parodia y la
diversión, sin embargo, la Feliciana Enríquez entremesista también destaca por la
heterodoxa elección de los personajes tan alejados del ámbito clerical,
familiar, urbano o rural, para recurrir a la presencia en escena de caballeros
ridículos, damas con defectos físicos, poetas, dioses y seres mitológicos. De
esta manera Enríquez rompe con la regla de unos personajes instalados en una
jerarquía social inferior y por sus textos aparecen perfiles grotescos de baja
estofa, reyes, dioses y mujeres que, aunque alejadas de la belleza y de los
dones propios que de ellas se esperaba, tienen una actitud activa como para
llevar las riendas de su vida hasta transgredir las normas mediante matrimonios
polígamos que, considerados delitos y perseguidos por la justicia civil y
eclesial, eran bastante comunes porque las mujeres, en la creencia de que sus
maridos habían muerto en batalla, se casaban con otro hombre hasta que el
problema surgía con el regreso del primer marido. Sin embargo, estas
situaciones y otras de poliandria y trasgresión de las costumbres patriarcales,
aparecen desde una óptica burlesca que en lugar de rechazo provocan risa.
El lenguaje que utiliza Feliciana Enríquez en sus entremeses
es otra vertiente innovadora en la que demuestra una gran habilidad para
conseguir la formación de palabras nuevas por derivación (muchachona para una
señora entrada en kilos, mentireta con la intención de quitar importancia a una
mentira, flautar para la acción de tocar la flauta) por composición
(plusquamciviles para los que son más que civiles), por relación fonética (o la
similitud de sonido en una retahíla del estilo: falsario y plagiario y
boticario y sagitario), y además el uso de juegos de palabras, frases hechas o
refranes que, aunque no son una exclusiva, la utilización burlesca de los
mismos mediante la modificación de su significado, es una buena herramienta
para crear una situación cómica.
Los mitos, como los hombres y las mujeres, han perdurado porque
tratan de los problemas que no cambian en lo esencial. Sin embargo la época
barroca en la que vive Feliciana Enríquez es un período decisivo en el que se
produce un cambio de visión capaz de dejar atrás la antigüedad y dar paso a una
época en la que los mitos interesan por su propio calado y, de esta manera, se
pueden desmitificar mediante el tono burlesco y crear un nuevo mito acorde con
los nuevos tiempos, Enríquez degrada algunos personajes mitológicos a la
categoría de los mortales. Orfeo es un buen ejemplo que, tradicionalmente
ciego, bautiza a un personaje y su ceguera.
Este brevísimo repaso al trabajo de Alicia López Muñoz me
permite comprobar su alto rigor académico que sin embargo, se desenvuelve indeciso
a la hora de abordar la jerarquización de las ideas, una estructura en su
narración que debería cumplir lo cumplimentado por Lope de Vega: “En el acto
primero ponga el caso / en el segundo enlace los sucesos / de suerte que hasta
el medio del tercero / apenas juzgue nadie en lo que para.” Difícil tarea la de jerarquizar las ideas, que
bien podrían ordenarse de lo general a lo concreto para subrayar con más
intensidad todos los elementos distintivos de la escritura dramática de
Feliciana Enríquez que, en cualquier caso, merece su puesta en pie sobre las
tablas de un escenario para que todos disfrutemos de la gozadera del Siglo de
Oro.
Etiquetas: Alicia López Muñoz, comentario texto, reseña teatro, teatro
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home