Jekyll entre la muerte y el amor
César Antonio Molina citaba en el suplemento cultural del
ABC del pasado 2 de noviembre a Stevenson para recordarnos que leer y copiar a
los maestros es un ejercicio indispensable de aprendizaje. Así que poco hay que
añadir sobre el asunto cuando en el programa de mano de Jekyll se avisa que el
texto de la obra parte del relato de R. L. Stevenson “El extraño caso del Dr.
Jekyll y Mr. Hyde”. Si acaso añadiría que una vez comenzada la escritura, el
autor es el dueño y señor de los acontecimientos y tiene total libertad para
contarnos una historia. Y por ahí creo que comienzan los problemas de esta
función. El autor pasa demasiado tiempo justificando lo que al espectador no le
preocupa. Cualquiera de nosotros, al escuchar el término JekyllyHyde, sabemos de lo que estamos hablando. Da igual que usted
haya leído el relato original o recuerde más o menos su argumento y desenlace. Esa
expresión nos lleva hasta la dualidad de la personalidad, a la combinación que
cada uno de nosotros atesora entre el Jedi que soñamos y el lado oscuro de la
fuerza. El bien frente el mal y cualquier otro enfrentamiento que se le ocurra.
El autor de la obra parece olvidar esta premisa y se empeña en justificar una
situación que a la postre no es importante porque lo interesante, lo que hemos
ido a ver al teatro es, precisamente, el tratamiento que el autor y los actores
van a dar a esa dualidad que anuncia el título de la función.
El enfrentamiento entre el blanco y el negro que se nos
presenta en escena es un duelo de grises que no va mucho más allá del
vestuario. Un Jekyll semi atormentado frente a Hyde más juguetón, un bufón que algunas
veces consiguió sonsacar alguna leve sonrisa, no llegó a transmitir ni miedo ni
terror, ni siquiera a la bella dama que recibió el presumible pavor con grititos
y saltitos de poca monta. Pero aún nos quedaba la esperanza del amor sin
embargo, tampoco llegó más allá de unas leves insinuaciones y carantoñas.
Estamos hablando de Muerte y Amor dos de los grandes temas capaces de provocar
arrebatos y estremecimientos que nunca traspasaron el patio de butacas para
llegar a las tripas o al corazón. No estoy seguro si fue por el texto, por la
interpretación o porque era viernes y estaba cansado de pasar el día frente a
este teclado redactando todo lo bueno que hicieron los romanos para el avance
de las obras públicas. Si acaso al final de la obra, cuando el vestuario de los
personajes masculinos subraya lo que ya sabíamos antes de sentarnos en la
butaca, entonces es cuando se vislumbra ese duelo de maldad y bondad que,
ustedes ya lo saben, queridos lectores, siempre se decanta del mismo lado, ¿o
qué pensaban? ¿qué la bondad rige el destino de los hombres?
Etiquetas: reseña teatro, Teatro de las esquinas
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