El caballero de Olmedo
La compañía vallisoletana Teatro del Corsario presentó en el Teatro Las
Cuatro Esquinas de Zaragoza la obra de Lope de Vega El caballero de Olmedo. Una producción que venía avalada por el
premio de la Asociación
de Directores de Escena a su aportación al teatro clásico.
Es fácil imaginar al autor de la obra dándose un garbeo al reclamo del
traslado de la corte por la
Valladolid de 1600. Y quien sabe si el autor, tan afamado
como prolífico, escuchó la coplilla o el cuento que el pueblo cantaba y contaba
por tascas y mercados. La historia de un hidalgo hijo de la villa de Olmedo, de
su romance amoroso en la vecina Medina, de su valía en el ruedo y de la
villanía de un mal enamorado que, celoso y rendido, le dio noche de faca
prendida.
Y así comienza la función, con la seguidilla que anuncia la muerte de lo
que se pregona tragicomedia y se percibe como trágico. Ese es uno de los retos
que la compañía vence con maestría: La dosis perfecta de comedia comedida, fina
y contenida para que brille la tragedia y sus tres ingredientes sangrientos:
Amor, Muerte y Destino. El amor con patina de romance, la muerte se anuncia en
redondilla y el soneto anima al destino del enamorado. Pero aún nos faltan
otras hierbas que rompen tiempo y lugar ayudados por una escenografía adusta de
variaciones eficaces y una iluminación brillante. Tenemos galán bien parecido,
la dama sonrosada, el padre severo, el rey estirado y de lo mejor no me olvido:
En las tablas se llaman Fabia y Tello. Ella, bruja, oráculo y percusión. Él,
siervo, amigo y también enamorado, que en las normas del amor es posible que su
flecha pase del pueblo llano al balcón engalanado.
El caballero de Olmedo es
teatro de texto y la expresión de los actores alcanzó el sobresaliente por el
ritmo y la templanza. Cada verso de sobriedad coreografiado y hasta algunos mutis,
como el duelo de navajas al compás acompañado permiten que me destoque por el
toque de un guitarrista adelantado, que deleitó el ambiente y se hizo
cortesano. No hay adornos innecesarios, buen gesto, buena dicción y excelente
trazo. La iluminación soberbia, la escenografía adusta pero con variaciones
eficaces y potentes simbolismos.
Y la función termina como al inicio, vuelve la segudilla popular pero
esta vez teñida de muerte, pena de amor y duelo del destino:
Esta noche le
mataron
al Caballero,
la gala de
Medina,
la flor de Olmedo.
Ritos de sangre que aún vivimos transformados. Es la historia del
forastero que al baile de otro pueblo acude. Allí baila con mozas a las que
piropea y entretiene. En frente, en la otra acera, en la barra de los machitos,
el nativo mira odioso los flirteos galanes. El odio crece y crece hasta que
restañan los puños, las navajas se abren y en el mejor de los casos el
forastero huye o termina capuzado en el agua de la fuente. Y yo se bien de que les
hablo, que lo viví en mis mocedades, sufrí el arrebato furiosos de quienes
querían cazarme porque este cuerpo, este body calavera tentaba a las mozas y
agradaba a las damiselas.
Publicado en el número 133 de El Pollo Urbano
Etiquetas: reseña teatro, teatro de las cuatro essquinas
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