Una vida secreta
Me tumbé bajo el implacable sol de Julio, sobre el alquiler de una tarde de hamaca por 1€ , y tiré de los hilos de sueño. Las lianas, que otras veces fueron caminos hasta el baúl de las partituras donde podía elegir entre una biografía de bolero o de copla, me abandonaron en el terreno árido y monótono de quien nada puede contar más allá de la vulgaridad, y cuatro ocurrencias asentadas en lugares comunes a cualquier mortal de necesidad. Anécdotas infantiles teñidas del costumbrismo sepia de otras épocas. Ligeras locuras juveniles oxidadas por el tiempo e incapaces de conformar un espacio luminoso para la amistad. La chispa eléctrica de las primeras experiencias sexuales bajo una bóveda de madera sentenciada a ser costero de mina y carbón. Un trabajo rutinario que mantiene las cuotas de una vida como de canción de verano, con sus estrofas y un estribillo repetido una y otra vez. Y esta capacidad para dejar pasar las horas con el cuerpo expuesto al sol, como si el bronceado de ribera fuera la solución a tanta pérdida de tiempo, a esta soledad, pozo negro dónde sobrevivir es fiesta patronal de charanga y fuegos artificiales. El terreno baldío del pensamiento se transforma en el lugar propicio para dejarme ir en otras vidas que veo al cerrar los ojos. Sueños grandiosos de oropeles. Breaking News en los informativos de la televisión local y la sonrisa, esa sonrisa permanentemente imbécil de la felicidad impostada, estúpida y aburrida. Abrí los ojos y me di media vuelta. La chica de las tetas nuevas se acercó y me ofreció su crema bronceadora. Estuve a punto de decirle que si a sus manos de dedos largos, dedos de noche, ese tipo de dedos que recorren las perlas de un collar como preludio para abrirte la bragueta, dedos afilados en nácar capaces de arrancarte de un zarpazo el corazón y morir ¡por fin! después de un gesto romántico. Estuve a punto de decirle que si pero me trompiqué entre palabras inconexas y ella se fue majestuosa, y me dejó desfallecido porque morir a sus pies me garantizaba el titular de la página de sucesos del periódico, y quien sabe si una conexión en directo de una televisión nacional con mi funeral en horario infantil. Y eso es lo que yo quiero de verdad, suscribir el fracaso de mi vida y regresar a las tardes de indios y vaqueros, cuando el escurre pescados era escafandra de astronauta y casco para las Hazañas Bélicas. Una nube oculta el sol y el cierzo trae, de repente, el otoño.
Etiquetas: Relato
6 Comments:
El otoño en pleno verano. Es curioso, los recuerdos poseen la habilidad de transformar las estaciones. Me ha gustado. Un abrazo.
Javier... gracias por escribir lo que yo no sé.
HOla Marcos.
A veces pasa,que el otoño llega de improviso, a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del bus.
Un abrazo.
Hola Marisancho.
Gracias por leer....
Buah, como no; fantástico.
Ahora que acecha el otoño (en sus múltiples formas) yo también sería feliz regresando a otro tiempo.
Lástima.
Besicos.
Hola Inma
Regresar... ya no podemos. Solo mirar el futuro...
o tal vez no, quien sabe
;-)
Un abrazo.
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