La curvatura de la córnea

24 abril 2011

Resucitar




Ya es un ritual. Paso las páginas del periódico dominical recién comprado en una de las banquetas del Bar Atlantic. Una mañana escuché una copla con suficiente poderío como para arrastrar mis pasos. Entré y pedí un café con leche. En la pantalla de televisión, junto a un cartel que rezaba los partidos de fútbol del día anterior., una cantaora culebreaba sobre el logotipo de la televisión autonómica de Andalucía mientras daba alma y fuego a Rocío ¡ay mi Rocío! manojito de claveles.
Esta mañana de resurrección he entrado en el Bar Atlantic con el hábito de la costumbre. Un café con leche y una torrija (estaba deliciosa) Pero me faltaba algo. Busqué en la tele mi ración dominical de faralaes y me encontré con una serpiente que se deslizaba sobre la hierba, parecía que iba a comerse el logo de la televisión autonómica de Galicia. El plano cambió y un águila culebrera me habló en gallego. Me dijo que las cabras montesinas, recién incorporadas a su hábitat natural, atraían al turismo pero eran bastante molestas a la hora de cazar. El silencio llegó con un plano general. El águila prendió un vuelo en picado y atrapó a la serpiente sin más ni más. Las cabras, expectantes, aplaudieron. La emisión de la televisión gallega continuó con un programa informativo dónde se relacionaban chubascos y procesiones, y yo seguí con mi rito.
Hoy es domingo de resurrección y Manuel Vicent, desde su columna, me invita a recordar las veces que me he librado de la pena de muerte, amnistiado por la suerte, esa ocasión en que estuve a punto de irme al otro mundo. Una manera humana de resucitar después de dos curvas peligrosas y una recta aburrida.
La rueda reventó en mitad de la curva y puso a prueba la pericia de mi padre. Seis volantazos hasta que no pudo dominar el destino de acabar dando vueltas de campana sobre un trigal. En la segunda curva era yo quien conducía. Pensaba que dos meses era poco tiempo para despedirme de mi madre cuando me di de bruces contra un bancal y sentí la extraña alegría de viajar solo. Una noche en la recta de Belchite abrí los ojos cuando el coche circulaba por el carril contrario. Las ruedas lamían la raya continúa que separaba el asfalto del desierto. Migue dormía a mi lado y el corazón desbocado me obligó a parar. Estaba asustado. Esa fue la primera vez que lloré bajo las estrellas.
Así que hoy, en lugar de celebrar mis resurrecciones, voy a celebrar la suya… ya huele a paella de domingo.

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1 Comments:

At 25 abril, 2011 23:45, Blogger laMima said...

Mi primera resurrección resultó de un caramelo atravesado en la garganta.
La segunda de un trago de agua helado.
La tercera de la resaca del mar.
En las tres me faltaba el aire.

 

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