Balagan llegó a Zeta
Balagan llegó a Zeta precedido por el sonido chispeante de una campanilla con bombín. El ruido del circo despertó a los vecinos sumidos en el sueño vacío del descanso. Entre legañas, la única estatua del lugar se transformó en un escritor con gorro, calzas de pirata y pasos de dorado bailarín. La pluma escribió una historia que a mi me contaron y que yo cuento aquí.
Había una vez un escritor de sueños que soñó un vuelo de llamas rojas, velas de seda errantes entre las estelas zíngaras de un mundo semicircular. La rueda dejó paso al equilibrio químico del prisma y sus aristas de giro y rotación. Tanta armonía en la traslación hipnotizó a un jinete espacial. Dar vueltas siempre es una buena salida. Y cuando todo era giro y nada más, mil aros de celeste y plata surcaron el cielo de malabarismos.
Una flor naranja murió junto al refugio. El fakir encontró el manual de instrucciones y le dio la vuelta a la vida. Porque a veces, cuando parece que la vida esta del revés, sólo hay que darle la vuelta y agitarla hasta que las penas de puntitos blancos se van. Pero las penas siempre vuelven con la lluvia, entonces no queda otra que vestirse con ellas y abrazarnos a la vida, esa gabardina por desempolvar.
El mundo olvidó nuestros problemas y volvió a girar con tambores malva y electricidad. En la rotación no hubo soles ni lunas, solo un hombre como centro de la noche rasgada por un farol. La luz descubrió viajeros cósmicos capaces de curvar el tiempo y habitar dos mundos separados por el hueco de un millón de piruetas. El camino del oeste se hizo espiral para hilvanar sueños con pompas de jabón y bailar y bailar y bailar a la luz que ilumina las palabras. Fue entonces cuando las musas que cuelgaban del techo decidieron bajar en un vals y la realidad, carcajada de sartén, intentó la misión imposible de conseguir un huevo frito de Olimpiada.
Las estrellas regresaron a la tierra de los elefantes blancos, un lugar dónde el hombre sobrevivió gracias a la fuerza naranja de sus músculos y a la flor de loto. El ritmo barroco de un pajarero pregonó estaciones y el calendario migratorio que marca el destino de los pájaros de fuego, criaturas aladas que sólo viven para ascender a los cielos y caer en picado.
El amor retó a la ley de la gravedad con dos corazones suspendidos en el aire, etérea libertad de abrazos contorsionistas.
Las razas que habitaban el Balagan anunciaron su triunfo mientras el resto de los mortales, tras depositar sus aplausos, regresaron a la niebla. Perdidos y dispersos entre la bruma caminan en busca de una luz, de una carpa de circo dónde volver a sentir como los sueños inundan tanta realidad.
Había una vez un escritor de sueños que soñó un vuelo de llamas rojas, velas de seda errantes entre las estelas zíngaras de un mundo semicircular. La rueda dejó paso al equilibrio químico del prisma y sus aristas de giro y rotación. Tanta armonía en la traslación hipnotizó a un jinete espacial. Dar vueltas siempre es una buena salida. Y cuando todo era giro y nada más, mil aros de celeste y plata surcaron el cielo de malabarismos.
Una flor naranja murió junto al refugio. El fakir encontró el manual de instrucciones y le dio la vuelta a la vida. Porque a veces, cuando parece que la vida esta del revés, sólo hay que darle la vuelta y agitarla hasta que las penas de puntitos blancos se van. Pero las penas siempre vuelven con la lluvia, entonces no queda otra que vestirse con ellas y abrazarnos a la vida, esa gabardina por desempolvar.
El mundo olvidó nuestros problemas y volvió a girar con tambores malva y electricidad. En la rotación no hubo soles ni lunas, solo un hombre como centro de la noche rasgada por un farol. La luz descubrió viajeros cósmicos capaces de curvar el tiempo y habitar dos mundos separados por el hueco de un millón de piruetas. El camino del oeste se hizo espiral para hilvanar sueños con pompas de jabón y bailar y bailar y bailar a la luz que ilumina las palabras. Fue entonces cuando las musas que cuelgaban del techo decidieron bajar en un vals y la realidad, carcajada de sartén, intentó la misión imposible de conseguir un huevo frito de Olimpiada.
Las estrellas regresaron a la tierra de los elefantes blancos, un lugar dónde el hombre sobrevivió gracias a la fuerza naranja de sus músculos y a la flor de loto. El ritmo barroco de un pajarero pregonó estaciones y el calendario migratorio que marca el destino de los pájaros de fuego, criaturas aladas que sólo viven para ascender a los cielos y caer en picado.
El amor retó a la ley de la gravedad con dos corazones suspendidos en el aire, etérea libertad de abrazos contorsionistas.
Las razas que habitaban el Balagan anunciaron su triunfo mientras el resto de los mortales, tras depositar sus aplausos, regresaron a la niebla. Perdidos y dispersos entre la bruma caminan en busca de una luz, de una carpa de circo dónde volver a sentir como los sueños inundan tanta realidad.
Foto: El Periódico de Aragón
Etiquetas: balagan, cuento, reseña circo
2 Comments:
Un saludo Javier, hacía mucho que no entraba en tu casa, ya veo que las puertas como siempre las tienes abiertas.
Un saludo Javier Dios Lopez Omnipotente Clemente.
Lo digo por tu capacidad sobrehumana casi de edsdoblarte y estra casi en todos los sitios.
Cuidate
HOla Luís
Dejemos las zarandajas: Omnipotente suena muy sexual
;-)
Salu2 y un abrazo.
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