“Nuestra Señora de las Nubes” en el Teatro Principal
La actriz María José Moreno afirmó, en una charla organizada por la editorial Olifante en la Feria del Libro de Zaragoza, que el nexo de unión entre la poesía y el teatro era la síntesis, quitar lo superfluo y quedarse con lo esencial. La máxima de esta afirmación sería el silencio, “silencio dramático” adjetivó la actriz. En la misma charla, la bailarina Ingrid Magrinya, emparentó el cuerpo que ejecuta una danza con las palabras que confeccionan los versos, en ambos casos, afirmó, la verdad es el único camino posible.
El grupo de alumnos de nivel 2 del Teatro de la Estación representó ayer en las tablas del Teatro Principal la obra “Nuestra Señora de las Nubes” de Arístides Vargas.
El comienzo fue silencio ocre de quienes se van. Espectros que huyen. Los vemos todos los días en las calles, en nuestros trabajos, tras la barra de los bares, barrenderos y filósofos, limpiadoras y cabareteras, cuerpos que empujan las sillas de ruedas que subvenciona el Gobierno Autónomo. Cuerpos que abandonan las nubes para llegar aquí. A nuestro país, un país que nos regalaron en algún giro de la historia, o en el mercado de las líneas punteadas que separan los hombres en colores, colores que se diluyen con la llegada de los cuerpos ocres. Cuerpos que se escapan de tanta realidad, de represiones por bailar con las polleras remangadas, por soñar con peces y pelícanos. Cuerpos que además de ocres terminan ilegales, que se suben a un banco y recuerdan.
Recuerdan las calles que desembocan en el mar. Las viejas canosas, viejas enciclopedias del pueblo, de cada uno de nuestros pueblos, capaces de repasar la vida de los demás y de todas sus generaciones. Los chorbos engominados que volteaban campanas en torno al cuerpo de las minas, mujeres rubias de sofocón, o grises de hospital. Los recuerdos como dormidera para borrar el aliento de los poderosos, la saña del fanático y las miserias del hambre.
Pero los recuerdos también son ocres, como los cuerpos ocres de maleta y gabán que huyen del disparo asesino que tiñe de rojo la vida blanca que ya no lo es. La vida no es eso, la vida no son dos tiros en la nuca ni la miseria. La vida, supongamos, es un beso blanco en los labios de la persona a la que amas. Y esa es la esperanza de los cuerpos ocres: Que la vida se tiña de blanco, como si fuera una nube de ese lugar que ellos recuerdan.
Los alumnos de nivel 2 del Teatro de la Estación han demostrado un rasgo de valentía al enfrentarse con un texto dramático que contiene una elevada dosis de lirismo. Un territorio resbaladizo que los actores han recorrido con solvencia, tanto en el aspecto verbal como en ese espacio dónde reina el silencio. Un trabajo sustentado en un buen trabajo de dirección que pone en valor la dicción - incluso de los silencios, - y en la consistencia corporal. Dos actitudes que llenaron de verdad y credibilidad a unos personajes cotidianos que, aunque cotidianos, se expresaban desde un lenguaje poético.
La escenografía mantuvo la tradición minimalista de las muestras de los alumnos del Teatro de la Estación, un empeño que resalta el acto poético de cualquier representación. Las transiciones entre escenas, la realidad y los recuerdos estuvieron subrayados por un excelente diseño de iluminación.
La función de ayer fue un buen ejemplo de como el trabajo, el esfuerzo y el compromiso son los mejores aliados para conseguir metas que parecen inalcanzables.
El grupo de alumnos de nivel 2 del Teatro de la Estación representó ayer en las tablas del Teatro Principal la obra “Nuestra Señora de las Nubes” de Arístides Vargas.
El comienzo fue silencio ocre de quienes se van. Espectros que huyen. Los vemos todos los días en las calles, en nuestros trabajos, tras la barra de los bares, barrenderos y filósofos, limpiadoras y cabareteras, cuerpos que empujan las sillas de ruedas que subvenciona el Gobierno Autónomo. Cuerpos que abandonan las nubes para llegar aquí. A nuestro país, un país que nos regalaron en algún giro de la historia, o en el mercado de las líneas punteadas que separan los hombres en colores, colores que se diluyen con la llegada de los cuerpos ocres. Cuerpos que se escapan de tanta realidad, de represiones por bailar con las polleras remangadas, por soñar con peces y pelícanos. Cuerpos que además de ocres terminan ilegales, que se suben a un banco y recuerdan.
Recuerdan las calles que desembocan en el mar. Las viejas canosas, viejas enciclopedias del pueblo, de cada uno de nuestros pueblos, capaces de repasar la vida de los demás y de todas sus generaciones. Los chorbos engominados que volteaban campanas en torno al cuerpo de las minas, mujeres rubias de sofocón, o grises de hospital. Los recuerdos como dormidera para borrar el aliento de los poderosos, la saña del fanático y las miserias del hambre.
Pero los recuerdos también son ocres, como los cuerpos ocres de maleta y gabán que huyen del disparo asesino que tiñe de rojo la vida blanca que ya no lo es. La vida no es eso, la vida no son dos tiros en la nuca ni la miseria. La vida, supongamos, es un beso blanco en los labios de la persona a la que amas. Y esa es la esperanza de los cuerpos ocres: Que la vida se tiña de blanco, como si fuera una nube de ese lugar que ellos recuerdan.
Los alumnos de nivel 2 del Teatro de la Estación han demostrado un rasgo de valentía al enfrentarse con un texto dramático que contiene una elevada dosis de lirismo. Un territorio resbaladizo que los actores han recorrido con solvencia, tanto en el aspecto verbal como en ese espacio dónde reina el silencio. Un trabajo sustentado en un buen trabajo de dirección que pone en valor la dicción - incluso de los silencios, - y en la consistencia corporal. Dos actitudes que llenaron de verdad y credibilidad a unos personajes cotidianos que, aunque cotidianos, se expresaban desde un lenguaje poético.
La escenografía mantuvo la tradición minimalista de las muestras de los alumnos del Teatro de la Estación, un empeño que resalta el acto poético de cualquier representación. Las transiciones entre escenas, la realidad y los recuerdos estuvieron subrayados por un excelente diseño de iluminación.
La función de ayer fue un buen ejemplo de como el trabajo, el esfuerzo y el compromiso son los mejores aliados para conseguir metas que parecen inalcanzables.
Etiquetas: reseña teatro
2 Comments:
Gracias, Javier!! Te echamos de menos ayer, faltaba el rey de la casa! Tomando algo después del subidón hablamos de ti, supimos que esta mañana nos íbamos a encontrar con una reseña de teatro en tu curvatura... Gracias mil. Besicos. Elena.
Hola Elena
;-)
Los mortales disfrutamos desde la butaca y algunos volvemos a disfrutar rememorando vuestra actuación y, ay, mi curvatura es la suya, my darling
Salu2 Córneos.
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