El genoma Grease
Será tener trece años en 1978. Será esa pasión por bailar que poco a poco se diluye. Será aquellas tardes de verano de aprender coreografías Travolta & Olivia Newton John. Será las verbenas, territorio donde lucir estilo. Será el genoma que me llevó a un teatro londinense y ayer, un año después, hizo lo propio, esta vez hasta el Teatro Principal de Zaragoza.
He intentado evitar las comparaciones entre ambas representaciones pero ha sido imposible. La función londinense partía con la desventaja del idioma. Mi inglés (se pueden reír si quieren) no llegó para comprender los diálogos, pero aprecié la chispa, la energía, una potente carga interpretativa que hacía avanzar la historia hasta que llegaban las canciones. Seguía sin entender casi nada, pero las músicas, las voces eran tan familiares que, en todos y cada uno de los números, sentí la efervescencia de la emoción, esa sensación que justifica mi pasión por el pulso dinámico del musical.
El Teatro Principal de Zaragoza acoge durante estos días una versión de Grease, ya saben, el genoma. Me resultó extraño escuchar en español unas canciones que he escuchado centenares de veces en inglés, sin embargo, la función de ayer tuvo la virtud de la música: Excelentes arreglos, una banda potente, muy buenos cantantes y un espectacular cuerpo de baile. Con esos mimbres la parte musical de la representación tuvo un indudable marchamo de calidad.
Otra cosa fue el teatro. La dificultad de un musical radica en mantener el rigor dramático, tanto en el texto como en la partitura, y ayer, sobre las tablas, faltó musculatura teatral. Esa carencia lastró toda la función y diseminó la música en islotes que nunca llegaron a enlazarse en el devenir dramático. La excelente disposición musical se diluyó en la lentitud de unos diálogos faltos de ritmo y algunas españolizaciones que buscaban la sonrisa fácil del público.
Esta dicotomía entre el texto hablado y la ejecución musical no será obstáculo para aquellos cuyo ADN este teñido por el genoma Grease.
He intentado evitar las comparaciones entre ambas representaciones pero ha sido imposible. La función londinense partía con la desventaja del idioma. Mi inglés (se pueden reír si quieren) no llegó para comprender los diálogos, pero aprecié la chispa, la energía, una potente carga interpretativa que hacía avanzar la historia hasta que llegaban las canciones. Seguía sin entender casi nada, pero las músicas, las voces eran tan familiares que, en todos y cada uno de los números, sentí la efervescencia de la emoción, esa sensación que justifica mi pasión por el pulso dinámico del musical.
El Teatro Principal de Zaragoza acoge durante estos días una versión de Grease, ya saben, el genoma. Me resultó extraño escuchar en español unas canciones que he escuchado centenares de veces en inglés, sin embargo, la función de ayer tuvo la virtud de la música: Excelentes arreglos, una banda potente, muy buenos cantantes y un espectacular cuerpo de baile. Con esos mimbres la parte musical de la representación tuvo un indudable marchamo de calidad.
Otra cosa fue el teatro. La dificultad de un musical radica en mantener el rigor dramático, tanto en el texto como en la partitura, y ayer, sobre las tablas, faltó musculatura teatral. Esa carencia lastró toda la función y diseminó la música en islotes que nunca llegaron a enlazarse en el devenir dramático. La excelente disposición musical se diluyó en la lentitud de unos diálogos faltos de ritmo y algunas españolizaciones que buscaban la sonrisa fácil del público.
Esta dicotomía entre el texto hablado y la ejecución musical no será obstáculo para aquellos cuyo ADN este teñido por el genoma Grease.
Etiquetas: reseña teatro
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