Algunas noches sueño con un blues
mirar al fondo de mi corazón
(Antonio Gamoneda)
I
El ambiente rural, teñido de amarillos, fue un gozoso encuentro con mi propia biografía sentimental. Un cordón umbilical que me llevó hasta casa, hasta la mesa de formica y la cazuela de lentejas con arroz. La infancia varada en una cocinilla de carbón, caliente como las planchas de hierro. El sabor de la vida colgado de un delantal.
Mi madre gobernaba la casa con un delantal. La coraza donde guardaba las manos que me arropaban, el descanso silencioso de la vida y la oración. Mi madre es silencio, por eso la busco en el tren de la vida y la soledad. Viajo con la esperanza de encontrarla y pedirle que no apague la lamparita de mi cama.
Mientras tanto, al otro lado, la noche ilumina la ciudad, belleza polvorienta del camino y el trabajo. Surcos por los que transita el hombre cargado del abono de la belleza, y es ahí, paralizado ante la presencia humana que todo lo envuelve, dónde crece la desconfianza y el recuerdo de otros paraísos: La palpitación constante del mar y su mecedora de sal, la nieve que inaugura el año y el cielo, el viento, el frío, la luz: Ese entramado incomprensible que enmarca la vida, la desconfianza.
II
El patrón me engañó cuando aún no había cumplido quince años y cobré mi primer salario. Lo hizo sin disimulos, fui yo quien disimuló. Las pesetas en los bolsillos no consolaban el vacío que sentí, la dolorosa fuga de la dignidad. Esa mañana, mi silencio fulminó a los hombres gigantes, de barbas y carbón, a los que había visto cambiar el mundo desde la cima de un bidón de gasoil. La tarde, que ya era calurosa, caía sobre el Barrio del Piojo. Mi padre elevó montoncitos de rubias y duros, contó las cruces rojas que cada mañana marcaban el calendario de Santa Rita y me arrastró hasta el Pegaso de cabina blanca, hasta los pies del patrón.
La figura de mi padre creció hasta el mito cuando el patrón saldó su deuda y regresamos a casa en silencio. Mis camaradas, hombres de campo con los que recogía ripios y piedra gorda, apuraban sus revueltos a la sombra de los plataneros.
III
Algunas mañanas me baño en el río Moral junto a mis amigos, rostros velados por el recuerdo de cuando el futuro era un lugar que íbamos a dinamitar. Acostados sobre el verde que dibujaba nubes, encaramados a la atalaya desde dónde mirar las carreteras que nos iban a desperdigar por el mundo bajo el mismo sol, sobre la misma tierra. Hoy, la luz amarilla de mis fracasos, sólo me deja ver mujeres de tristeza, viejos sin mirada y la querencia por encalar el rastro de mis pasos. Borrar, si eso fuera posible, esta carcoma, indescifrable y tozuda, que cada mañana me recuerda como traicioné a mis amigos.
V
Crucé la frontera para cantar las mañanitas a las rosas rojas de acento andaluz. Noche de estrellas, de perro apaleado por la injusticia fría de los gritos que, enloquecidos por la venganza, preceden al silencio de los reproches, y abren paso a los puños del odio. Ruido de migrañas que martiriza mis noches y devela mis días. Malos recuerdos colgados de la noche que bajé los ojos y me cubrí de sombra, una sima en la que sobrevivo sin libertad. Inmóvil, deseo estar con sus caricias, antaño azahar y ahora tacañas. Inhalo contención y exhalo el duro trabajo de resucitar cada mañana con el propósito de esquivar la depresión. El acróbata en la pista que agita los platos sobre bastones. Centrifugar el destino hasta que tú, la que dio brillo y luz a mi vida, abandones el mirador que nos aleja y vuelvas a mi regazo prendida de azufre, el olor de cuando tu pelo negro corría hasta el cerro amarillo y allí, entre sueños lubrificados, mirábamos las estrellas.
Etiquetas: Relato
4 Comments:
Entrañable y crudo recorrido por los momentos y pesares que componen toda una vida...
Pero qué bien, qué bien, qué bien, en especial me han hecho disfrutar mucho el I y el II. Geniales. Cada vez eres mejor poeta.
Un beso.
Hola Maga
Luces y sombras, juntitas cada mañaña
Salu2 Córneos.
Hola Patricia
Qué bien, qué bien, qué bien
;-)
Salu2 Córneos.
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