La curvatura de la córnea

04 octubre 2009

El Mercader de Venecia

El Teatro Arbolé de Zaragoza acogió en su programación de otoño la obra El Mercader de Venecia de William Shakespeare, una producción del Centro Dramático de Aragón en colaboración con un buen número de comarcas aragonesas.
El Mercader de Venecia, después de girar durante todo el verano por toda la geografía aragonesa, recaló en el magnífico espacio teatral de la sala Arbolé. Resultó extraño asistir a una función que nació para representarse bajo el cielo estrellado de las plazas de esos pequeños pueblos dónde es muy difícil que llegue una obra de teatro. Tal vez esa fue la causa que determinó el carácter de un espectáculo pensado para los territorios escénicos de la tarima, las máscaras y la Commedia dell´Arte.
El Mercader de Venecia tiene entre sus tramas el amor, la pasión y algunos divertidos enredos, lugares dónde la comedia se puede moldear a gusto, incluso con referencias localistas. Pero esta obra de Shakespeare también guarda en su interior la dramática historia del enamorado Basiano, su amigo Antonio y Shylock, un usurero que exige siniestras garantías a cambio de prestar su dinero. Es ahí dónde radicaba el riesgo de este montaje. Conjugar los aspectos cómicos y dramáticos del texto con la técnica interpretativa de la Commedia dell´Arte y conseguir una mezcla que resultase creíble. La apuesta era arriesgada. La dirección de Alberto Castrillo Ferrer supera con eficacia el reto, y lo hace gracias al excelente trabajo de los ocho actores que se desdoblaron — ayudados por la sobresaliente utilización de las máscaras — en varios personajes, verbalizaron el texto con solvencia y componen sobre el escenario un ambiente dinámico para la comedia y más reposado durante los momentos dramáticos, instantes en los que aumentó la densidad del aire y un halo de silencio certificó a un público atrapado por la trama. También hay que destacar el magnífico trabajo de los dos músicos que aderezaron las pausas con ambientes italianos musicados por Alejandro Moserrat, subrayaron las intrigas y acentuaron las pantomimas como si de una banda sonora se tratase. Todo ello sustentado sobre un espacio diáfano, exento de decorados grandilocuentes y con el acierto de una escenografía sencilla pero versátil y capaz de vestir con frugalidad y eficacia cada una de las escenas.
Esta versión de El Mercader de Venecia es un excelente ejercicio para la captación de un público deseoso de disfrutar de los clásicos. Una historia que nos lleva a otros lugares, a otros tiempos. Una función dónde conviven las risas de los chascarrillos y los valores universales del amor, la justicia, el odio y la misericordia.

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