La curvatura de la córnea

15 julio 2009

Carta para Paula

Zaragoza, 15 de julio de 2009

Hola Paula

La última vez que envié una carta fue hace demasiado tiempo, desde un cuartel de la isla de Gran Canaria. La escribí en las hojas de en una libreta de anillas y use un bolígrafo para garabatear mis pensamientos.
Ahora estoy en casa aporreando el teclado del ordenador, las palabras que surgen en mi cabeza pasan hasta las yemas de los dedos, aparecen en el monitor y luego las imprimiré, un proceso informático que todavía me parece magia.
En otras ocasiones te he enviado postales manuscritas desde diferentes lugares, un breve recordatorio para decirte ¡mira que bien nos lo estamos pasando por esos mundos que recorre la vaca de Roque! Una carta es diferente, se puede alargar y por ella circulan otros sentimientos.
Antes de sentarme a escribir he pensado que nunca he estado en Aisa, en realidad, he visitado muy poco el Pirineo, ni siquiera fui de campamentos. Los campamentos fueron una gran novedad cuando estudiaba EGB en el colegio de Utrillas, la EGB era como la ESO pero de otra época. Los primeros campamentos se hicieron en la Sierra de Albarracín, no recuerdo bien el nombre del pueblo, tal vez era Bronchales, debería preguntárselo a tu tía, pero ya esta en la cama y no me atrevo a despertarla.
El primer año yo no fui. No recuerdo los motivos, tal vez una cabezonería de esas que se tiene de crío, — tú ya me entiendes — o la rabieta de mi padre por alguna de mis trastadas. Sin embargo, recuerdo perfectamente las tediosas tardes de esperar y como el aburrimiento me dejaba planchado hasta que regresaron mis amigos.
Los días posteriores fueron una locura. Era como si a todos los que habían ido de campamentos les hubieran dado cuerda. No paraban ni por la mañana, ni por la tarde, ni por la noche, pasaban horas contando chistes, trabalenguas y maravillosas experiencias como excusiones a la montaña, vuelos aéreos colgados de una tirolina o la caza nocturna de Gamusinos.
Al año siguiente fui de los primeros en apuntarme. El éxito de la convocatoria fue tan grande que podías elegir entre ir a la Sierra de Albarracín o la playa de Cullera. Tardé mucho en decirme. Me apetecía ir a la montaña por todo lo me habían contado, sin embargo, Cullera significaba ver el mar por primera vez.
El viaje en autobús fue un karaoke, imagina cuarenta zagales de diez años desentonando todas y cada una de las canciones, desde “Susanita tiene un ratón”, hasta “si eres buena cocinera, porompompon, Manuela”-, o canciones del verano de la década de los sesenta del tipo “Eva María se fue dejando el sol en la playa” o aquella otra que decía “un rayo de sol oh oh oh me trajo tu amor”, y claro, las tradicionales coplillas que se cantan en cualquier excursión con autobús de por medio, ya sabes:“que el señor conductor toque el pito”.
La humedad se incrementó, la piel pegajosa y el salitre casi se podía mascar. Lo descubrí detrás de una revuelta del camino, a través de una de las ventanillas del autobús, esa en la que se lee “Salida de Emergencia”. Era majestuoso, si cierro los ojos aún puedo verlo: El mar con forma de triángulo, un triángulo azul y equilátero delimitado por la silueta de las montañas y el horizonte, toda la belleza atrapada entre la oscuridad de la tierra y la blanquecina línea que separaba el agua de las nubes.
El primer día de playa transcurrió a la mañana siguiente de nuestra llegada a Cullera. Alcanzamos el paseo marítimo alineados en una larga fila de a dos. Los monitores nos repetían una y otra vez que mantuviéramos la formación hasta que decidieran el lugar exacto dónde levantaríamos el campamento. Los latidos acelerados del corazón y la impaciencia por zambullirme en las aguas pudieron más que la disciplina: Escapé de la columna, corrí sobre la abrasadora arena y me sumergí de cabeza en el desordenado vaivén de las olas.
El agua de mi bautismo marino estaba templadita, buceé durante algunos metros y, aunque la visión era muy reducida, tuve la sensación de pertenecer al mar. La salinidad de las aguas me ayudó a flotar y comprobé que era más fácil nadar entre la amabilidad del mar en calma, que en las pozas frías del río Morales, aunque el estilo perro que yo practicaba no era precisamente una técnica para presumir de buen nadador.
Los monitores gritaban desde la orilla, mientras ellos estaban preocupados yo disfrutaba en comunión con el mar y mis deseos. Regresé feliz, es cierto que me salté las normas y eso no se debe hacer, pero aquellos minutos de libertad compensaron el castigo de dos días sin ir a la playa.
La última tarde de mi primer campamento estuve paseando sobre la arena refrescada por el ocaso. El sol se resistía a fundirse con el mar y el cielo se pintó de colores que jamás he vuelto a ver. Mis pasos se alejaron del grupo hasta que me senté entre dos pequeñas embarcaciones varadas al borde del agua. Las olas me hablaban pero no conseguí entenderlas. La luna navegaba muy cerca de la orilla cuando cayó la noche y allí, entre la mar plateada, emergió la belleza de una sirena.
No me asusté aunque sólo me atreví a mirarla. Ella estuvo un rato chapoteando entre risitas que poco a poco se transformaron en susurro y más tarde en canto. Su voz era deliciosa. Las canciones hablaban de rudos marineros enamorados de las sirenas de sur, de piratas despiadados con parche en un ojo y pata de palo, de la luna jugando con las mareas y de una tierra submarina dónde habitaban seres fantásticos que ningún humano había logrado descubrir.
Las voces del resto de los niños y de los monitores se fueron acercando, ella detuvo su cantar y me miró, era una invitación, quería que la acompañara al fondo del mar para bucear entre las mil y una islas del Pacifico, recorrer las profundas simas del Atlántico y disfrutar de las aguas coralinas del Trópico. Me levanté para seguirla pero ella, asustada por el jolgorio y la algarabía que traían mis compañeros de campamento, se sumergió en las aguas y desapareció.
Han pasado treinta y cinco años desde aquel atardecer en la playa de Cullera. No la he vuelto a ver pero, cada vez que regresó junto al mar, paseó junto a la orilla hasta que el sol se oculta y la luna regresa a las olas. Todavía conservo la esperanza de reencontrarme con la sirena que me mostró el camino de la imaginación.
Pasaron otras muchas cosas durante aquellos días, tantas como las que tú te vas a traer de este viaje a Aisa, acontecimientos que pasado el tiempo te gustará recordar. Por eso me atrevo a pedirte que andes con las orejas abiertas, los ojos bien enfocados y el disco duro del coco con memoria suficiente para registrar todos los acontecimientos que sucedan durante de tus primeras vacaciones sin la familia.
Me despediría con un par de sonoros besos al estilo manchego pero, como últimamente huyes de estos signos de cariño, te envío un par de patadas en el culo, querida sobrinacea.

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6 Comments:

At 18 julio, 2009 17:16, Blogger George said...

Yo también me fui unos años de campamentos. Y sin duda alguna los mejores veranos de mi vida. Tengo tantos y tantos buenos momentos, que no se me olvidarán nunca. Tambien me acuerdo de los gamusinos, pero esa historia te la contare con una cerveza en la mano.
Con sirenas no me encontré ningún día, porque yo era de Pirineo, pero estrellas vi millones y millones, estrellas que ahora ya no son las mismas.

Chao

 
At 18 julio, 2009 18:01, Blogger Javier López Clemente said...

Hola George.

La patria de la infancia es nuestro único tesoro.

En mi pueblo las estrellas estaban tan cerca de nuestras cabezas que nunca les hice mucho caso. Tuve que ir hasta el desierto de Fuerteventura para mirarlas. Uun tipo al que odiaba le pusó nombre a todo el firmamento y eso lo cambio todo, el odio se diluyo y, desde entonces, todas sus gilipoyadas castrenses estuvieron diluidas por la astrología, al él le debo mi cariño a Casiopea.

Salu2 Córneos.

 
At 19 julio, 2009 11:20, Blogger AGUSTIN MARTIN said...

¿si eres buena cocinera porrompon? que canción es esa?

esta semana video del encargado de las obras. al loro.

abrazos javi.

 
At 20 julio, 2009 12:47, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Agustín.

Querido Director, estoy sorprendido jejeje
busque en el siguiente enlace y espere cuarenta segundos:

http://www.youtube.com/watch?v=CNVNTU8gnQg

Salu2 Córneos

 
At 24 julio, 2009 17:10, Anonymous Inde said...

Los chicos de mi pueblo también fueron algún año de campamentos a Cullera. Un año volvieron diciéndome que había un tipo tan parecido a mí que lo llamaban "Marisancho", así que el pobre chaval estuvo frito todo el campamento. También fueron los años 70, a finales, pero no coincidiríais, supongo: yo soy más viejica que tú.

Te pongo aquí lo que no sé cómo poner (o no puedo hacerlo) en el post de los pies hinchados: abraza a tu madre, abrázala, abrázala.

 
At 26 julio, 2009 15:53, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Inde.

Sería una gran coincidencia. Tendría que mirar el año. Fue durante un viaje de mis padres a Roma, con Pablo VI a la cabeza de la Iglesia, pero si, debió ser a finales de los setenta.

No puedes hacerlo porque preferí dejar ese post sin posibilidad de comentarios. Te haré caso.

Salu2 Córneos.

 

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