Mi tío Jesús
Fotografía de Manuel Augusto Fialho Cortêz
Los sábados por la mañana de cuando iba al colegio me apostaba en el cruce de la carretera con el camino de entrada al Pozo Santa Bárbara. La espera me gustaba porque tenía garantizado que, aprovechando la parada para recogerme, mi padre me dejaría el puesto de conductor. Al volante del Ebro Rojo recorría el kilómetro que separaba la carretera de la serrería.
La serrería de las Minas y Ferrocarriles de Utrillas ocupaba gran parte de la explanada entre las tolvas de carbón y el castillete que, con su enorme rueda, permitía subir y bajar mineros y mineral del Pozo Santa Bárbara. Los troncos de madera llegaban en grandes trailers, se cortaban a diferentes alturas, se ganaban el nombre de costeros y mi padre los transportaba en el camión hasta las bocas de las minas para que los mineros los acarreaban al interior y construyeran los cuadros que conformaban las galerías, y sustentaban el peso de la tierra sobre sus cabezas. En todo este proceso, entre el serrado de la madera y la carga, mediaba una tarea muy importante de la que se encargaba mi tío Jesús.
Mi tío Jesús tenía la responsabilidad de medir el diámetro de los costeros para agruparlos dependiendo del grosor de cada uno de ellos. En mi retina infantil se quedó grabada una habilidad que mi tío desarrolló después de tantas horas de trabajo. Lo recuerdo lanzando golpes de mirada antes de cantar los centímetros del diámetro de cada uno de los costeros con una seguridad apabullante y una exquisita precisión que a mi me parecía magia.
El baile de números terminaba al poco de nuestra llegada porque antes de cargar el camión tocaba dar avío al almuerzo, a la cháchara y a los recuerdos de cuando mi tío y su cuñado trabajaban las tierras de la vega del Jiloca antes de emigrar en busca de mejores condiciones de vida al calor del lignito turolense. Ahora vuelven a estar juntos, de nuevo es sábado por la mañana y me gusta pensar que mi padre lo esta esperando más allá, mucho más allá que tras las vallas nevadas del cementerio de Torrero. Descansen en paz
Los sábados por la mañana de cuando iba al colegio me apostaba en el cruce de la carretera con el camino de entrada al Pozo Santa Bárbara. La espera me gustaba porque tenía garantizado que, aprovechando la parada para recogerme, mi padre me dejaría el puesto de conductor. Al volante del Ebro Rojo recorría el kilómetro que separaba la carretera de la serrería.
La serrería de las Minas y Ferrocarriles de Utrillas ocupaba gran parte de la explanada entre las tolvas de carbón y el castillete que, con su enorme rueda, permitía subir y bajar mineros y mineral del Pozo Santa Bárbara. Los troncos de madera llegaban en grandes trailers, se cortaban a diferentes alturas, se ganaban el nombre de costeros y mi padre los transportaba en el camión hasta las bocas de las minas para que los mineros los acarreaban al interior y construyeran los cuadros que conformaban las galerías, y sustentaban el peso de la tierra sobre sus cabezas. En todo este proceso, entre el serrado de la madera y la carga, mediaba una tarea muy importante de la que se encargaba mi tío Jesús.
Mi tío Jesús tenía la responsabilidad de medir el diámetro de los costeros para agruparlos dependiendo del grosor de cada uno de ellos. En mi retina infantil se quedó grabada una habilidad que mi tío desarrolló después de tantas horas de trabajo. Lo recuerdo lanzando golpes de mirada antes de cantar los centímetros del diámetro de cada uno de los costeros con una seguridad apabullante y una exquisita precisión que a mi me parecía magia.
El baile de números terminaba al poco de nuestra llegada porque antes de cargar el camión tocaba dar avío al almuerzo, a la cháchara y a los recuerdos de cuando mi tío y su cuñado trabajaban las tierras de la vega del Jiloca antes de emigrar en busca de mejores condiciones de vida al calor del lignito turolense. Ahora vuelven a estar juntos, de nuevo es sábado por la mañana y me gusta pensar que mi padre lo esta esperando más allá, mucho más allá que tras las vallas nevadas del cementerio de Torrero. Descansen en paz
Etiquetas: Relato
10 Comments:
Seguro que es así.
Besos..
No es tarde para disfrutar de nuestros familiares o de las personas que nos rodean.
A mí me pasó con mi abuela que a los pocos años de morir es cuando la eché en falta de verdad. Ójala estuviera viva aún. Creo que ahora sí que hubiera disfrutado de ella.
Cuando era pequeña bailaba conmigo pasadobles, los tarareaba ella misma. Me hacía sentir importante cuando me daba a probar de un guiso suyo con una cuchara de madera. Me preguntaba si estaba bien de sal y se fiaba de mi parecer. O al menos eso me parecía a mí.
Disfrutemos de los vivos. En los demás casos, nos quedan los recuerdos.
Un abrazo.
Eh, ya vi que te habías pasado a ver mi blog de spaces, pero te he hecho caso y me he mudado a blogspot.
Muy chulo el calendario de Navidad pero no me pone nada (el de bomberos tampoco).
Los cuentos mejor. Pasaré a leerte de cuando en cuando, Javier.
Así será. Ya estarán pues charrando, fijo."lanzar golpes de mirada", me gusta.
Un abrazo.
Hola LaMima
Supongo que es suficiente con soñarlo.
Salu2 Córneos.
Hola Sara.
No conocí a ninguno de mis cuatro abuelos y eso, Sara, es una de mis taras, de las muchas que tengo.
Salu2 Córneos y un abrazo
Hola Drywater y bienvenido a esta bitácora.
jajaajjajaja supongo que es difícil confesare en público las lubricidades que provoca nuestro calendario jajajajajajaj sobre todo para un tipo que se nickea "drywater" jajajajaja
Pasa cuando quieras, esta es tu casa.
Salu2 Córneos.
HOla Mamen.
Me gusta, cuando leo tu nombre ya espero un entrecomillado interesante. Gracias guapa
Salu2 Córneos y un abrazo.
Seguro, seguro. Un beso con olor a bosque.
Hola Lamia
El beso ha llegado hasta este lugar que es tu casa, guapetona.
Salu2 Córneos.
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