La curvatura de la córnea

23 julio 2008

Nube Bar en la Torre del Agua

El conductor con gafas falsificadas de sol y cadena Dial en la radio del ExpoBus3 la desafió con la mirada cuando el lector de tarjetas anunció que su saldo era mínimo. «Pues ahora voy a joder la marrana», pensó mientras sustituía «joder» por «fastidiar» Ocupó uno de los asientos azules que la canícula veraniega del medio día había dejado huérfano de discapacitados. La rebeldía le duró hasta que cedió su lugar a una peripuesta componente de la Tercera Edad con cardado rubio platino, moreno socarrat de piscina de barrio aderezado con aceite de almendras amargas como la pensión de viudedad, y toda la bisutería de los Grandes Almacenes To Chu Li.
— Gracias maña — dijo la vieja. — Ya me avisarás cuando lleguemos a la “Sport”
— No se preocupe señora — contestó Ángela. — Es la última parada.
La silueta de la Torre del Agua la imantó. Recorrió con mirada curiosa la sinuosidad de su geometría, un vertical detenimiento que la llevó desde el Este de punta aguda hasta Las Curvaturas del Oeste. Caminó despacito hasta la entrada, depositó el bolso sobre la cinta del escáner y pasó bajo el arco antiterrorista con las llaves y el móvil en los bolsillos. Era la única perversión que no podía evitar. La alarma alertó a un criollo de más de dos metros que la cacheó con un detector electrónico de mano, Hmmm de mano. Eso fue todo, un casi orgasmo con el sueño mestizo de aquel tipo y su detector de chicas malas, y ella, a partir de ese día iba a ser muy mala, se acabó la «Ángela eres angelical» a la que todos terminaban por desplazar, ignorar y putear.
La planta baja era un enorme contenedor con resonancias acuíferas, un repiqueteó permanente de virtuales gotas de lluvia. Una chica vestida de azul Fluvi le indicó el camino a seguir al reclamo de “Somos Agua” Lo hizo en zigzag para esquivar un bosque de círculos de diferentes tamaños que cambiaban de color al capricho táctil de los ExpoVisitantes. Casi sin darse cuenta se encontró en la boca de un túnel que prometía la experiencia sensorial de pasar en pocos segundos del caluroso desierto al frío polar, una alegoría perfecta sobre sus oscilaciones emocionales que comenzaban con la estroboscópica versión house de Paquito el Chocolatero en algún lamentable garito dónde intentaba olvidar la tortura diaria de ocho horas laborales de vacío, de un silencio destructivo, de un ambiente enrarecido por envidias, odios y el instinto asesino de los depredadores, de los chupapollas profesionales, de los trepas con hipotecas de adosado, playa y montaña; unos tipos incapaces de comprender su afición por las discusiones literarias dónde los reyes del mambo sacaban a bailar boleros a las poetas de labios rojos como si de verdad ellas fueran las musas que traían relatos dignos del papel. El vaivén terminaba en masturbación de café y sofá durante los quince minutos publicitarios que preceden a los telefilmes de domingo por la tarde que tanto le gustaban.
Intentó saltarse las normas de circulación y salir del edificio por la misma puerta por la que había entrado. No pudo, se lo impidió un trío de voluntarios que le indicaron, media docena de veces, la ruta de salida «Tiene usted que subir por los diferentes tramos de escaleras mecánicas hasta la séptima planta, allí tiene dos posibilidades, puede volver caminando a la primera planta y regresar a la calle, o seguir la senda que asciende por el perímetro interior de la Torre. La caminata de setenta y cinco metros de altura tiene como recompensa unas vistas espectaculares de la ciudad y un merecido descanso en el Nube Bar»
La algodonosa tentación de ascender al sueño de una nube y tomarse un combinado celestial elevó su ánimo, sólo tenía que girar y girar y girar dentro de aquella estructura gigante con forma de gota en cuyo vientre vacío, blanco y vertical, se suspendía los restos inmovilizados de una salpicadura acuática. La escultura desparramada recibía el baño entusiasta de innumerables flashes destinados a la inmortalidad digital de aquellos trozos que, a primera vista, parecían situados a capricho del autor pero que a media que se ascendía en torno a ellos, ejercieron un influjo hipnótico que la alejó de la realidad asalariada. Las vueltas y vueltas y vueltas alrededor de aquellos fragmentos acerados eran tan blancas que le revelaron una vida encalada por los esfuerzos dedicados al amor nunca correspondido lo suficiente, por los amigos adosados que nunca serían la panacea establecida por las series de televisión, y por los proyectos de futuro tan imbéciles como ser feliz en las noches de insomnio, encontrar la sabiduría en las santísimas páginas de Google y conseguir orgasmos clitorianos con unos dedos ajenos a las cremas de manos más caras del mercado oleaginoso de los cosméticos de alta gama.
El ascenso por tan blanco camino modificó la presión arterial de su flujo sanguíneo hasta que las defensas contra lo tangible establecieron un plan de optimismo centrado en avanzar unos pocos metros en el futuro. La ensoñación modificó la naturaleza de su pensamiento y entre vahos de alegría surgió la visión del Nube Bar que esperaba en la cima del nuevo icono de una Zaragoza moderna y digital; un lugar con paredes tapizadas de cuero blanco, suelo blanco de fina arena decorado con cojines blancos rellenos con plumas blancas, tenues luces blancas y camareros altísimos con chaqués blancos, perillas blancas, blancas patillas sobre piel cetrina y el marcado acento de los machos más apuestos del sur, allí dónde el sol se pierde sobre un mar blanco. La visión era tan tentadora que los últimos metros los hizo a la carrera.
La primera decepción fue la imposibilidad de mirar desde una terraza enfrentada a la brisa del Moncayo. El horizonte estaba secuestrado por la marañas de vigas blancas que conformaban la silueta exterior del edificio, por los cristales opacos de tanta suciedad y por las cabecitas de los ExpoVisitantes danzando de aquí para allá al soniquete de «El cielo esta gris»
La segunda decepción fue el topetazo con la realidad de un Nube Bar. Un garito prefabricado de gris y carteles con fotografías de una tortilla de patatas pluricelular, un café plastificado con leche y unas empanadillas con la firmeza romana del adoquinado. El Nube Bar era un adefesio con vallitas negras para ordenar las filas de ExpoClientes en chancletas y sobrero de paja que después de hacer su pedido se sentaban en unas sillas blancas del peor gusto desde dónde miraban a un horizonte que ya no estaba allí.
El desencanto conquistó la sala de control del sistema de desplazamiento cuando la vieja del ExpoBus3 agitó a modo de saludo un churro grasiento con forma de lazo. La respuesta emocional a tanta fritanga puso en marcha el protocolo de autopropulsión que comenzó a la carrera de un salto al vacío.
Ángela voló por encima de la barandilla. La caída incumplió las leyes de gravitación universal en el apartado de la aceleración. La lentitud fue como la de los buenos espectáculos circenses. El interminable ascenso y descenso de los ExpoVisitantes por la senda blanca se detuvo. La elegancia de la caída libre alcanzó su máximo esplendor cuando sorteó los trozos de “Splash” sin ni siquiera rozarlos, una coreografía al ritmo acuático de las gotitas decibélicas emitidas sin pausa por los micro altavoces de última generación. Los aplausos del respetable la acompañaron hasta que depositó su cuerpo sobre el suelo blanco mientras los flashes inmortalizaron su gran momento. El primer ExpoSuicidio fue todo un éxito.

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La fotografía de la Torre del Agua al atardecer es de Montse Grao.

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10 Comments:

At 23 julio, 2008 07:25, Anonymous Anónimo said...

Buenos días Javier. Esta crónica de un suicidio, es un relato perfecto. Me gusta cómo nos vas llevando hasta un desenlace para nada inesperado. Pero fíjate el día que yo subí a la Torre del Agua, convalecientede de mi lumbalgia, fue terrible eso de no poder retroceder sobre mis pasos y más que frustante el bar Nube. Es que me he sentido identificada con Angela aunque no me suicidé, creo, pero casi.
Lo de la foto, lástima que al colgarla en mi blog pierde calidad, y gracias por colgarla en un relato tuyo. Es un honor.

Besoabrazos.

Montse.

 
At 23 julio, 2008 16:51, Blogger Gubia said...

Me gusta esa sensación de no saber qué pasa hasta el final, esa idea de que todo se puede dar la vuelta y cambiar.
Me ha sorprendido y me parece muy chulo.Un abrazo.

 
At 23 julio, 2008 22:14, Anonymous Anónimo said...

Precioso relato.
Has tenido una idea original con lo del suicidio. No es un mal sitio para quitarse la vida. Lanzarse al interior de una gota que colmó el vaso.
Esperemos que a ningún suicida se le ocurra, no vaya a estropearnos el "Splash"
ENHORABUENA

 
At 25 julio, 2008 01:33, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Montse

La finalidad del relato no era buscar la sorpres final, he pretendido que se intuya, casí que se espere.
Y bueno, la foto, tu foto, no te perdí permiso pero cre que ha quedado muy chula, así que gracias por la colaboración.

Salu2 Córneos.

 
At 25 julio, 2008 01:35, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Gubia.

Chapeau!!!! Esa es la moraleja, a veces no podemos retroceder pero ¿seremos capaces de no hacerlo hasta llegar a morir? o por el contrario, ¿no tenemos siempre una puerta para dar la vuelta?, aqui, en la Expo si te equivocas no tienes salida, sólo puedes continuar adelante y que sea lo que Dios quiera.

Salu2 Córneos y un abrazo, resalada.

 
At 25 julio, 2008 01:36, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Sara.
Te compro la frase, es la frase que falta, la que le daría al relato la pátina de potable, efectivamente "lanzarse al interior de una gota que colmó el vaso", esa frase tiene un poema Sara.

Salu2 córneos.

 
At 29 julio, 2008 19:09, Anonymous Anónimo said...

me encanta este relato. yo no fui capaz de arriesgarme a subir. menos mal, lo único que me movía eran las vistas imaginables.

imagino que la foto es un posado...

;)

 
At 29 julio, 2008 23:20, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Elvira y bienvenida a esta bitácora.

Siempre es grato saber que a alugnos lectores les gusta lo que aqui se escribe.
Las vistas no son lo que uno puede esperar, lo juro.

"un posado" suena a revista rosa, así que no se que decirte, lo mejor será que teclees "yesuitombé" en el google y darte un garbeo por la página oficial del movimiento y después añades a la búsqueda "La Mirada de la Cornea" ahí, en la bitácora hermana, encontrarás diversos yesuitombés.

Salu2 córneos.

 
At 31 julio, 2008 15:45, Anonymous Anónimo said...

Genial ascensión y "descenso", eres un ficha.
Yo subí los 23 en solitario (mon mari se fue en el ascensor con la excusa del carrito..) y fue una experiencia curiosa porque me encontraba con un estado de ánimo la mar de frágil así que tan pronto hubiese echado a correr hacia arriba como me hubiese tirado en plancha contra splash.
Tengo ganas de subir de nuevo más serena.
Eso sí, también me quedaré con el chafón de no poder disfrutar de la vista sin vigas ni leches. Una lástima.

 
At 31 julio, 2008 19:37, Blogger Javier López Clemente said...

Fue un título que estuvo a punto de serlo oficial, quizás ahora me arrepiento: Asecenso y Descenso de Angela al Nube Bar de la Torre del Agua.

El carrito será un excusas, pero la esperiencia es hacerlo a patita, no estoy seguro si permiten carritos en la rampa. Es cierto lo que me cuentas, a nosotros, a mi sobrina Paula (ocho años) y a mi nos ocurrió bajando. Algo pasó que empezamos a correr y correr y correr y no podíamos parar, no podíamos lo juro. Se nos sumo otro chico de unos doce años y cuando llegamos abajo estábamos agotados pero felices.
Lo de las vistas es un fraude mayor que la tasca.

Salu2 Córneos.

 

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